sábado, 21 de abril de 2012

Mis noches en San Marcos

Noche 1. En excepcional compañía: viejos guerreros. Celebrando lo muy bien que resultó el Encuentro. Imaginando lo que sigue, que ya está siendo mejor. Hablando del accidente, entendiendo el accidente, superando el accidente. Allá afuera: torrentes sonoros para los que no debes quedarte quieto. Estruendo envolvente, cuerpos en lento movimiento, percusiones compitiendo con el ritmo del corazón. Bellezas sonrientes que pasean con insolencia su piel desnuda. Casi un año: yo soy de aquí.

Noche 2. La tarde ha sido dedicada a recuperar el trabajo pendiente por los días de un Encuentro apasionadamente reanimador. Allá afuera, en la calle, un rumor de pasos sonrientes, cuerpos juvenecidos por el ansia de ver y ser vistos, corazones que se adivinan palpitantes anticipando el ritmo de las omnipresentes bandas que percuten sobre la piel entera. En la casa de a la vuelta, ahora tan ajena, las luces apagadas marcan una ausencia todavía dolorosa. ¡Vamos a la calle, donde la vida está sucediendo!

Noche 3. Los Leones bajaron de la Sierra de Xichú y armaron la topada. Con Guillermo Velázquez, maravilloso repentista que en la parodia política resbala hasta la simplonería, previsiblemente ovacionada. Al otro extremo del estruendoso río humano prolongan el huapango Los Camperos de Ciudad Valles, paisanos a quienes les bastan violín, jarana y vihuela para llenar la noche de sonrisas. Una larga caminata desde el centro me trae morosamente a casa, a poblar la madrugada con vino, jazz, la poesía de Borges... y una presencia tibia al otro lado de la calle.

Noche 4. Será que es lunes, será que la noche está lejos. Sabe. Se desvaneció la lectura callejera de Drácula por el Día del Libro. Y además el desencanto por el pobrísimo espacio de Japón, como de feria de rancho. Ahora las aguas fluyen tranquilas, tentando las orillas del estruendoso río humano, aletargado por el crepúsculo. Que viene la-mujer-por-la-que-casi-muero, dice. A ver. Acá, a medianoche todas las luces encendidas. La luna ya se anuncia rasgando el cielo frente a mi ventana. Algo debe pasar.

Noche 5. Noche de Rodada. Una multitud sonriente elude a otra multitud sonriente. Desde la vieja, entrañable, iluminada estación de ferrocarril, miles de ruedas suben entusiasmadas hasta el oriente profundo de Aguascalientes, y descienden veloces de vuelta a las inmediaciones de la feria entre los gritos zigzagueantes de los adolescentes, los cuerpos hermosos de mis nuevas paisanas embellecidos por el ejercicio, la seriedad esforzada de los niños que participan en este tumultuoso encuentro semanal: el grato rumor de las ruedas acariciando el pavimento, como queriendo entresacar de ahí alguna flor nocturna. ¡Ah, Lolita, qué buena noche! Otra vez.

Noche 6. Un grupo de jóvenes músicos capitalinos con nombre deplorable (¡La Internacional Sonora Balcanera!) propone otra forma de usar la tuba y la tambora que saturan sin cansancio (de veras, nadie se cansa del interminable viva Aguascalientes'n) el estruendoso y lentísimo río humano que es esta feria, noche tras noche. Música espasmódica con aires lo mismo gitanos que de hip hop, como nos lo enseñó Kusturika desde la década antepasada. Cuerpos convertidos en pistones, desafiando sutilmente a la gravedad, inevitablemente ondulantes por las tramposas notas de un par de clarinetes que son música profunda, sensualidad nocturna que quiere más. Y la señora tan ausente.

Noche 7. El 27 de abril llegué a Aguascalientes. Un año, desde esta madrugada. Fue mi más alta apuesta, un acto de amor extremo: vine a Aguascalientes para construir acá una forma de estar con... en fin, quemar las naves. Sí, estoy aquí porque quiero, estoy aquí porque la quiero, y aquí me quedo, resistiendo la ausencia. Ahora vivo en una casa con jardín, cerca de... y despegó el proyecto de radio comunitaria, y germina una antigua idea de periodismo cultural, y nació lamaga en mi imaginación que pronto se desbordará. Voy bien, y no me rindo, ahora (me) quiero más. Y espero. ¡Celebremos!

Noche 8. La noche se instala poco a poco en los habitantes de este extraño mundo al que día con día reanima el crepúsculo: el vaivén sinfin de un estruendoso río humano. Dibujo el rostro amado en cada uno de esos rostros claros, limpios, luminosos, que veo coronar a cuerpos de mujeres inevitablemente jóvenes -insolente piel desnuda- que se mueven con presurosa lentitud hacia todos los rumbos, el deseo estallando a cada paso, expuestos al viento tibio de la penumbra cómplice: alba de medianoche. Camino, recuerdo, imagino, miro, escucho. Mi celebración ha terminado. Así inicio mi segundo año en Aguascalientes.

Noche 9. Escucho a la distancia, inmóvil por la ausencia. Omnipresente música politonal que puede entristecernos si se toca en tono menor aunque en su superficie sea alegrísima, según explica el maestro Javier Platas. Estruendo que asombrosamente se deshilacha una calle adentro, donde restaurantes desolados se abren empeñosos al vacío. Mujeres vestidas para el combate que acompañan el inestable equilibrio de los machos aferrados a su inagotable lata de cerveza. Es madrugada, es otro día, y la vida quiere seguir orientada por otras sonrisas, pero... Sí, que viva Aguascalientes'n. Ahora soy de aquí. Aquí me quedo.

Noche 10. Domingo de familias, fin de semana de turistas. Niños estridentes correteando impunes por todos los rincones, rompiendo todas las filas, exasperando a los adultos que resisten y sonríen. Mediodía: el sol a 34 grados embrutece a la atrevida multitud, que se mueve azorada más por retirar las plantas del piso ardiente que por avanzar hacia alguna parte. Por fin, mi cauteloso regreso a casa, al encuentro de la siempre asombrosa agua helada, al sudor que desintoxica, a los brotes verdes en el jardín... A recordar aquel primer viaje a Guadalajara: “nunca nadie tanto..."

Noche 11. Lolita no entra acá, es extraña a esta multitud, la miran con asombro receloso mientras nos acomodamos frente al foro, saboreando el inesperado hielo raspado con sabor a alguna fruta. Aquí nos quedamos hoy, a la orilla de la fiesta, viendo pasar el lento río humano, mucho menos estruendoso aquí, tan cerca y tan lejos del epicentro. La Catrina. La presentación de su décimo número, dedicado a las niñas y los niños en su día. Lento regreso por calles saturadas. La casa con las luces encendidas. Anticipando la fiesta.

Noche 12. Nómada en la memoria de tu piel, náufrago a la orilla de tus ojos claros, damnificado bajo los escombros de tu sonrisa ausente manchada por el rencor, huérfano de esa tu mano entrelazada con la mía que sobrevive tibia en el fondo de mis sueños...

Hoy es su cumpleaños. Y yo lo celebro, amorosamente. Sí, yo quiero muchísimo a esta mujer.

Que el azar me regale la visión de tu figura, graciosamente bamboleante por el desequilibrio de tus rodillas. Que en otro encuentro sorpresivo me sea dado dibujar tu suave mirada marrón, mientras me pierdo en la sorda contemplación de tus labios, y mis ojos acarician tu largo cabello despeinado, y tú me reclamas no importa qué... Que la memoria me conserve como el habitante eterno de tu piel -desnuda ante el sol de la primera tarde plena- que me dio la bienvenida a las puertas de tu vida. Que no se pierda tu voz melodiosamente rasposita, que vuelva a decir palabras grandes rozando mi oído. Que así sea.

Y a salvo la memoria de aquella otra medianoche, tan cercana, el principio de una celebración todavía nuestra que ahora termina: un beso en la punta de tu nariz, tu rostro iluminado. Y seguimos jugando, interminablemente, puntos negros en fichas blancas, un juego que no quiero ganar, un juego que no puedo perder. Bésame mucho...

Noche 13. Medio día. Media semana. Es como cualquier domingo en la mañana: unos cuantos extraviados, recogiendo el espíritu maltrecho de la última celebración nocturna. El estruendo omnipresente es ahora sólo algún ensayo igualmente ruidoso. Y la presencia patética de las campañas electorales, vociferando entre bailes ridículos nombres que a nadie dicen nada. El vacío de la madrugada es propicio para el inesperado encuentro con un fantasma, por el que casi muero. Sea.

Noche 14. ¿Por qué me conmueve así el tren? El sonido del tren. ¿Por qué?, ¿qué entraña remueve, qué imagen invoca? El tren: un estruendo que se aleja. Que esta noche me deja acá, de regreso en este lado de la realidad, vagando en territorio comanche. Que no me deja compartir una caminata con alguien que no tiene la fuerza para... Y la lluvia, que tampoco termina de atreverse...

Noche 17. La voz prodigiosa de Iraida Noriega. La creatividad de Alex Otaloa con una guitarra acústica, una guitarra eléctrica, un par de sintetizadores. El ya no tan novedoso pero siempre fascinante arte efímero en arenilla o tinta húmeda de Pío, cineamano que concentra la vista y abre los oídos en la penumbra creciente del crepúsculo mientras el arte sonoro sucede en un foro elemental. Un regalo para quienes viven la feria desde sus orillas menos estruendosas. La noche es un falso vacío: la imaginación reconoce siempre los sonidos amados.

Noche 18. Entre el pulcro latin jazz japonés de la pianista Ritzuco Endo, su extraordinariamente potente baterista y su solvente bajista en la Casa de la Cultura, y la desganada aunque previsiblemente entusiasmante música “indie” de Vieux Farka Touré en el Foro del Lago, entre esos dos polos está la poesía narrativa de Jeremías Marquines, recibidor en esta misma noche del Premio Aguascalientes desde su diálogo con Malcolm Lowry en el “Acapulco golden” de los años 30. Para internarse en la madre madrugada, con la memoria del padre alcohol. Sin aliento.

Noche 19. Lolita se emociona ante el desafío. Y responde con excelencia, con orgullo. Un largo y alto puente, apenas el primero, ya marca la Rodada de esta noche. Carrera a 34 grados centígrados, sudor libre que se disipa en el oscuro pavimento, con la entrañable compañía del blues montado en las orejas. En la esquina noreste de la ciudad, ignorando de plano el estruendo de una fiesta en las vísperas de su final. Rodada no tan multitudinaria ni tan sonora, tal vez por la dificultad que se adivinaba: sólo 14 kilómetros, pero varios puentes que reclaman un esfuerzo adicional. “¿Traes cambios?"

Noche 20. Un vagabundo inmóvil, todavía cautivado por este oleaje humano, abandonado a la orilla de una corriente en hipnótico vaivén. Un nómada urbano plantado desde el crepúsculo frente al jardín de San Marcos, pasaje colorido y luminoso, isla flotando a la deriva, distraido por un espectáculo de indios descendiendo en círculos que parece estarse representando desde que no había mundo. Hasta que la enorme luna, ya herida, se anuncia en un horizonte inesperado. Hasta que la ausencia dolorosa se conjura en una realidad que ya no importa. Y la vuelta a casa, aturdido por una revelación que pronto entenderé.

Noche 21. Noche de espera. Oscuridad, pero no en la memoria, pero no en el deseo. Revolucionado desde lo más profundo, proyectado -casi- hasta la superficie: allá afuera sigue la vida. Afuera.

Noche 22. Santa Sabina recuerda a Rita Guerrero, abatida por el cáncer, irreemplazable: las voces que acuden como homenaje son sólo un bienintencionado agravio. Regreso a casa, con el recuerdo aún vivo de un año que sigue pasando (sigue, pasando). Otra celebración, y la ausencia crece. Algo sucederá en la madrugada. Otra vez.

Noche 23. Ha sido la noche de La Mala. Cachondería que se eleva sobre un par de hermosísimas piernas desnudas siempre bailoteando, coronada por una sencilla cabellera que reta a cualquier peinado. Sí, igual que en mi deseo ausente. La Mala, potentísimo hip hop andaluz -y una voz tan dulce- que mantiene frenética a una creciente multitud en penumbra que reta al cielo. Llovizna y ventarrón. Y la vuelta a donde todo es posible.

Noche 24. Fin de la celebración. Cansado, saturado, aturdido. Así parecen todos los que me rodean, arrastrando los pies y la mirada, no con la melancolía de lo que termina sino, tal vez, con la nostalgia de lo no ganado. La fiesta súbitamente interrumpida, apenas cuando se había escogido a la pareja. La música se disipa en el tedio del paga -apaga- y vámonos. El baile se confunde con los agónicos movimientos de la bestia herida. La multitud pierde la forma y se vuelve hacia la nada original. De vuelta a casa. (Ah, sí, también hablo de la feria)...