miércoles, 13 de junio de 2012

Cultura viva, radio propia

La idea convencional de cultura es equívoca y excluyente. Se piensa que la Cultura (con una mayúscula que es como un muro para marcar un territorio exclusivo) es la capacidad de aproximarse a expresiones artísticas sofisticadas y con frecuencia incomprensibles. La Cultura es entonces la posibilidad de apreciar creaciones de "bellas artes" como conciertos de música "clásica", puestas en escena de teatro o danza, exposiciones de pintura o escultura, películas de autores de apellido impronunciable, o conferencias con cualquier tema que no ocupe la primera plana de los diarios, desde los secretos de las pirámides de Egipto hasta el impacto de los ataques al World Trade Center en el diseño de las artesanias étnicas.

Por otra parte, la Cultura se identifica con la acumulación dedatos más o menos eruditos, más o menos triviales, habitualmente inertes, inocuos. Así, un hombre "culto" es alguien que puede recitar datos que a todos asombran, algunos envidian y a nadie le sirven. Vemos venir a un hombre "culto" y no nos alegramos con la posibilidad de una conversación interesante de la que podemos tener nuestra ración diaria de nuevos conocimientos, no, vemos venir a un hombre "culto" y nos cambiamos de acera, para evitar que nos embarre en la cara nuestra ignorancia y nos empequeñezca como pobres diablos incapaces de decir el nombre científico del colibrí.

Hace veinte años, poco más o menos, se dio por agregar un apellido a esta palabrita que ahora manoseamos para hacerla más accesible a nuestra experiencia cotidiana, por ejempo para quienes por ningún motivo se aventuraban al interior de un museum (el sitio donde habitan las musas, ¿ven cómo no se puede estar un ratito quieto sin que nos gane la tentación?) Se hablaba entonces de "cultura popular", y se consumieron miles de páginas y de horas tratando de darle una forma definida a este par de palabras, y sobre todo convenciendo a la gente no-culta de que, cómo no, sí era culta sólo que de otra manera más noble, con el prestigio de lo políticamente correcto, y sobre todo realmente al alcance de cualquiera puesto que ni siquiera era necesario ir a la escuela para tener "cultura popular".

De ahí a la total distorsión que del concepto de cultura han desarrollado los antropólogos desde el siglo antepasado no había más que un pasito, que desde luego todos dieron alegremente, y durante años y años nos conformamos con que por un lado había Cultura con mayúscula, en la que algunos privilegiados o despistados participamos a cambio de lo mucho o poco que cuesta el boleto para asistir a un "evento cultural", y por otro lado había "cultura popular", experiencia que alimentábamos con la simple -a veces demasiado simple- condición de ser, así nomás: soy como soy, es nuestra cultura. Y todos contentos.

Y así llegamos a donde estamos ahora, ustedes asistiendo a un "evento" de Cultura que da mucho prestigio porque no sucede todos los días, y acá de este lado de la realidad yo, tratando de llegar sin demasiados raspones a la idea de que sí, de veras, por más que le demos vueltas "cultura es todo lo que hacemos, y cómo lo hacemos".

Sobre todo esto: cómo hacemos lo que hacemos, cómo cultivamos lo que sabemos y lo que creemos, cómo aprendemos y transmitimos los símbolos en los que nos reconocemos como un grupo humano, cómo nos organizamos para transformar la naturaleza, usar las tecnologías, consumir la energía.

Por eso hablar de cultura implica, necesariamente, hablar de comunidad. Y desde luego toda comunidad tiene cultura, es cultura. Cultura es lo que hacemos, sabemos,imaginamos en común.

Pero estas comunidades, las de nosotros y las de los otros, estos grupos de personas vivas que se encuentran y se reconocen en sitios, recuerdos, sueños, miedos, fiestas, vicios compartidos, estas comunidades que podemos identificar por el modito de hablar y de caminar, por sus costumbres en la mesa y en la cama, por sus actitudes ante los extranjeros y ante sus muertos, estas personas, digo, son personas vivas, y no pueden más que formar comunidades vivas, que se hacen y se deshacen y se rehacen continuamente. Es decir, estas formas de ser y de hacer, de recordar y de celebrar y de soñar y de tener, se transforman día con día. Las comunidades están vivas, sus culturas están vivas.

Pero como esta no es una conferencia sobre la cultura y sus definiciones (vaya, ni siquiera estoy seguro de que resulte ser una conferencia), pasemos enseguida a hablar de lo que a todos aquí nos interesa, que es la radio.

La radio es un medio. Lo hemos escuchado desde que nos iniciamos como radioescuchas, y para identificar a la radio como "un medio de comunicación", y además "de masas", no necesitamos haber ido a ninguna escuela, y mucho menos de "ciencias de la comunicación".

Pero nosotros en el Centro Promotor de la Radio Comunitaria (Ceprac) hemos propuesto que dejemos de pensar a la radio como algo que está enmedio de dos personas, una que habla y otra que escucha, separadas y diferenciadas por el acceso al micrófono. La radio no debe ser algo que media, que se interpone entre el emisor y el receptor y los condena a ser un emisor y un receptor para siempre jamás. Todo lo contrario.

Nosotros creemos que la radio es un medio, sí, pero imaginado como un ambiente, un entorno compartido, un espacio que tenemos en común, enel que por lo tanto no tiene sentido mencionar a un emisor y a un receptor, ni siquiera con esa posibilidad de réplica que nos conceden graciosamente las viejas y autoritarias teorías de la comunicación. Nosotros decimos que la radio comunitaria se hace no para que nos escuchen, sino para que nos respondan. Es decir, la comunicación no se establece con la sola emisión de un mensaje, desde luego, pero tampoco hay comunicación si el emisor permite o tolera una réplica. Para la radio comunitaria, la comunicación empieza efectivamente sólo cuando "el otro" responde, cuando compartimos un diálogo y nos enriquecemos en él.

Escribió Octavio Paz en 1957: "Nunca la vida es nuestra, es de los otros. La vida no es de nadie, todos somos la vida, pan de sol para los otros, los otros todos que nosotros somos. Soy otro cuando soy, los actos míos son más míos si son también de todos. Para que pueda ser he de ser otro, salir de mí, buscarme entre los otros, los otros que no son si yo no existo, los otros que me dan plena existencia. No soy, no hay yo, siempre somos nosotros..."

No nos pongamos tan trágicos. No pensemos que si esto fuera un programa de radio ya habríamos cambiado a otra estación, con musiquita de estrellas fugaces y locutores vendiendo a gritos.

Lo que quiero decir es que la radio debe ser un "medio-ambiente" para compartir lo que es de todos y lo que es de nadie, que nos permita ser-con-los-otros, ser-en-los-otros. La radio debe ser un espacio de encuentro con otros que son como nosotros y con otros que no son como nosotros, un espacio común que nos permita reconocernos como individuos entre los iguales, un espacio común que defina y resalte nuestra identidad en el diálogo con otros individuos en sus propias comunidades, con sus propias culturas.

Entonces, sí, la radio comunitaria es un medio de comunicación.

Pero a nosotros nos importa una radio humana, una radio que hable a cada uno, una radio que no pierda a los individuos entre la multitud. Las radios comunitarias son radios que transmiten -cuando transmiten- con transmisores de baja potencia y cobertura limitada. La cobertura de las radios comunitarias, entonces, permite que las voces tengan rostro, nos encontramos fuera de la radio quienes hacemos y quienes escuchamos la radio, nos tenemos confianza porque nos conocemos día con día, compartimos la radio pero también la mesa, hacemos juntos la radio pero también las fiestas, escuchamos música e historias que nos hermanan como lo haríamos en la plaza, el tianguis, el patio.

Entonces, no, la radio comunitaria no es un medio de comunicación de masas.

Hablamos de una radio artesanal, una radio hecha a mano, una radio a escala humana... una radio en la que yo puedo caminar hasta donde alcanza la potencia de mi transmisor, una radio en la que puedo encontrarme cara a cara con uno de mis radioescuchas tan sólo saliendo a la calle...

Por ejemplo, una radio que usa los altavoces de la plaza principal del pueblo (en Tecamachalco, Puebla, los sábados y los domingos de octubre de 2002 hicimos durante seis horas un ejercicio de producción radiofónica, lo llamamos "radio por cable", una radio en onda cortísima hacia sus cuatro postes de bocinas). "En donde hay un Radson hay una radio", me decía un viejo maestro, y esa es por cierto la idea fundadora de nuestra propuesta de Radio Recreo: usar los equipos de sonido de las escuelas primarias para mucho más que el homenaje a la bandera... Pero la radio comunitaria también es una radio que puede tener, si lo necesita, un alcance mucho mayor, una radio que se sube a internet y aprovecha un traspondedor en el satélite, una radio que comparte su señal y se agrega a cadenas regionales o nacionales... Y una radio que nos acompaña en el tránsito a nuestro trabajo o nuestra escuela, y una radio que acompaña al migrante en su azaroso cruce de fronteras, una radio para llevar...

"La radio es de quien la escucha". Este es el lema con el que hemos trabajado desde 1995. Parece que lo dice todo acerca delo que nosotros entendemos, imaginamos, proponemos para construir un nuevo modelo de comunicación radiofónica en nuestro país, "la otra radio". Espero que al tratar de explicarlo no termine de ahogarlos en palabras, cuando casi llego al final de lo que vine a decirles.

Entre el primer uso militar y el último uso mercantil de todas las tecnologías novedosas siempre se siembra la semilla del uso social, comunitario, de los nuevos lenguajes y sus máquinas. Por ejemplo, internet, que transitó de una solución que permitiría en caso de conmoción mantener la comunicación de las bases de datos y los paneles de control de los grandes complejos de guerra, como se probó catastróficamente con los ataques a las Torres Gemelas de Nueva York, hasta el momento actual en el que las trasnacionales del entretenimiento se debaten en la guerra a muerte contra diversas expresiones del espíritu original de la red: el "open source", la libre disposición de la información y de los recursos para acceder a la información, editarla y hacerla común, de Linux a Napster, o lo que ahora se llama "smart mobs", enormes comunidades inteligentes de peronas que quizá nunca se conocerán pero que pueden producir y divertirse juntos.

Después de todo, o antes que nada, la radio comunitaria encuentra su sentido original en este espíritu de compartir un recurso común. En efecto, y así lo han reconocido repetidamente diversos tratados internacionales, que con su ratificación el Senado de la República ha convertido en ley suprema para nuestro país, el espacio por el que se transmiten las ondas hertzianas -el mismo aire que respiramos- es de todos y por tanto de nadie en particular.

Pero si el espacio por el que la radio hace escuchar nuestras voces es común, ¿por qué la radio que sirve como vehículo a esas nuestras voces no es, de veras, común?

La radiodifusión en México se rige, todavía, por una ley que elaboraron -¡hace 42 años!- quienes serían los concesionarios de las frecuencias, los que hacen eso que todos conocemos como "radio comercial" y que en el nombre llevan la fama. Como lo dijo con ejemplar cinismo un ejecutivo de la corporación española Prisa en la reciente Bienal de Radio, apenas en mayo (de 2002): "nosotros no vendemos programas de radio, vendemos orejas". A confesión de parte, relevo de pruebas: para la radio mercantil, la radio que hace negocio con un bien nacional, el radioescucha es sólo moneda de cambio entre empresarios.

La única alternativa posible con esta vieja, anacrónica, excluyente, autoritaria legislación es lo que todos conocemos como "radio cultural", la radio permisionada, que pese a su crecimiento sigue siendo menos de un cuarto de las frecuencias asignadas en todo el país. Radios permisionadas son las radios universitarias, las radios indigenistas, las radios del gobierno federal (como Radio Educación y las estaciones del Instituto Mexicano de la Radio), y las radios de los gobiernos estatales y de algunos ayuntamientos. O sea, son radios institucionales, subordinadas orgánicamente a las instituciones que les dieron vida y las mantienen operando.

Otras radios permisionadas son las dos únicas radios de carácter comunitario autorizadas para transmitir, ambas en Veracruz: Radio Huayacocotla y Radio Teocelo. Todas estas radios no pueden tener anunciantes ni patrocinadores. Se les condena así no sólo a ser dependientes, sujetas a los caprichos de las autoridades en turno, en riesgo durante los cambios de administración; se les condena a no ser rentables, se les cancela su posibilidad de desarrollo, se les deja vulnerables a una aplicación severísima de la ley, esa ley que fue pensada y ha sido usada para mantener a la radio como un negocio de unos cuantos y no como posibilidades de comunicación y expresión para todos.

Las radios comunitarias se construyen con otra lógica, que no es ni la lógica de los empresarios ni la lógica de las instituciones. Esta otra lógica tiene que ver con el bienestar y el desarrollo de las comunidades. Las comunidades, entonces, son las que dan origen, sustento y dirección a sus propios proyectos radiofónicos, y es el bienestar y el desarrollo de las comunidades y no la tentación de las ganancias lo que da sentido a esta radio.

Comunidades fijas en el tiempo y en el espacio, comunidades dispersas geográficamente pero fácilmente reconocibles a través de la historia (como los judíos y los gitanos), comunidades efímeras como el Tianguis del Chopo en la ciudad de México o la que nos impone el azar mientras viajamos en el transporte colectivo.

Infinitas comunidades que van y vienen, en las que entramos y salimos, comunidades, grupos humanos con sus propios e irrepetibles signos de identidad. Comunidades, conjuntos de problemas y recursos, de relaciones y normas... y a cada una de estas infinitas comunidades humanas corresponde al menos una radio. Así de infinita es la radio comunitaria.

Ciudad de Tlaxcala, 25 de octubre de 2002