lunes, 14 de junio de 2010

Aguascalientes. Cuatro estaciones sonoras

Vengo de una ciudad donde el silencio es un bien escaso y precario, amenazado a cualquier hora por el claxon de los siempre demasiados automóviles, por los insoportables vendedores de música robada en el transporte público. Vengo de una ciudad donde alguna vecina manda podar la jacaranda frente a su ventana porque el escándalo de los pajarillos no la deja dormir.

Vengo de una ciudad sometida por el ruido. El ruido de la ciudad que oculta la música de la ciudad, y de sus habitantes. En nuestro ir y venir de cada jornada ignoramos que la ciudad reclama reconocernos en su sonoridad, olvidamos que nuestra ciudad es para vivirla con todos los sentidos.

En “Luvina”, Juan Rulfo nos emociona con el misterio de sus murmullos eternos: “Poco después del amanecer se calmó el viento. Después regresó. Pero hubo un momento en esa madrugada en que todo se quedó tranquilo, como si el cielo se hubiera juntado con la tierra, aplastando los ruidos con su peso... Se oía la respiración de los niños ya descansada. Oía el resuello de mi mujer ahí a mi lado: -¿Qué es? -me dijo. -¿Qué es qué? -le pregunté. -Eso, el ruido ese. -Es el silencio”.

Pero lo contrario del ruido no es el silencio. Detrás de ese caos sonoro hay una vida, una historia, incontables vidas, infinitas historias.

La hacedora de las “esculturas sonoras” que hoy se presentan conoce el principio esencial. La radio se escribe con sonidos. Conoce el valor de los sonidos, sabe organizarlos creativamente, toma la apuesta por una radio multisensorial, una radio a colores. Lo descubrió 15 años antes, con su primer premio, 15 años en los que no ha dejado de imaginar “ruiditos” con sabor a plata.

En estas “esculturas sonoras” hay una pieza que me gusta particularmente, porque el principio y el final hacen escucharla con la misma disposición de ánimo: empieza con pajaritos que de pronto ya no se escuchan por el estruendo de las máquinas, termina con la voz del anciano añorando la tierra que había bajo el concreto... es el retorno al origen, que puede serlo del ruido pero también de la música de nuestra propia ciudad.

Luigi Amara ganó en 2006 el Premio Hispanoamericano de Poesía para Niños. En un libro más reciente, que realizó y llamó “A pie”, escribe: “Hansel buscando a Gretel / en todas las esquinas / aprendiendo a perderse / en el bosque sonoro de la urbe / siguiendo pistas falsas / tejiendo la maraña del hoy”.

Así quiero imaginar éste año entero de registro errante de sonidos, el hallazgo de fragmentos sonoros que fueron puntos de fuga para una imaginación viva. Historias germinales, historias errantes en la memoria y en el sueño, de esas que nos atrapan al pasar y luego dejamos ir así nomás.

Se mueve amorosamente entre una ciudad y sus sonoridades cambiantes. De pronto se queda inmóvil, morosa, detenida por el rumor de un sonido escondido entre el tráfico, el murmullo de la vida que se agita en la calle y el mercado, una fiesta y algún amanecer. Se deja envolver por la ciudad en movimiento, movida por sus propios sonidos. Sonidos humanos después de todo que, si de veras escuchamos, encontraremos mezclados con esos sonidos olvidados, ignorados, vitales, de la naturaleza atrapada.

¿Cómo no acercarse, confiados y emocionados, al trabajo de alguien lo bastante sensible como para dolerse ante la pobrecita letra hache, que se siente sola porque nadie la escucha?

Aproximarse informadamente a un caos sonoro, reconocer las sonoridades de sus partes, jugar con ellas, y convertirlas en un discurso significativo, útil, divertido. Si eso es hacer radio, entonces sin duda hoy conocemos un claro ejemplo de muy buena radio. Y yo agradezco que se me haya permitido participar así de cerca en su presentación pública.

Leído en la presentación de "Aguascalientes. Cuatro estaciones sonoras", de Sandra Romo, en la Casa de la Cultura de Aguascalientes el jueves 10 de junio de 2010.

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