jueves, 7 de noviembre de 2013

El periodista necesario

La cultura independiente en los medios de comunicación: participo en esta ecuación como creador y como promotor de proyectos culturales, y he sido periodista durante más de treinta años. Trato de integrar mi experiencia como fundador de un proyecto de radio comunitaria y radio para niños, con mi experiencia profesional de treinta años en el oficio de periodista, y con mi esfuerzo actual por dar forma a una agencia de información cultural, esto es, un medio de comunicación propio. Además, ahora vivo y trabajo fuera de la capital, por lo que también en este sentido puedo aportar una visión diferente, alejado del ruido y la furia de la ciudad de México.

No me detendré en tratar de definir a la cultura o a problematizar la categoría de “cultura independiente”, el sentido común nos da bastantes coincidencias. Supongo que el gran tema de esta serie de mesas redondas se refiere a la cultura de los muy diversos grupos de artistas que no dependen orgánicamente -aunque con frecuencia sí presupuestalmente- de los gobiernos o de las universidades, histórica y jurídicamente los únicos grandes mecenas del arte y la cultura en nuestro país. Supongo también que nos referimos a los grandes medios de comunicación: diarios, revistas, radio y televisión.

Yo quiero hablar de la necesidad de que los grupos culturales independientes se apropien de los medios, o que construyan sus propios medios, pero sobre todo que aprendan y se organicen para generar sus propios mensajes y, lo que me parece muy importante pero que siempre se soslaya, que los grupos culturales independientes por fin valoren el oficio de los periodistas como los organizadores y los portadores de su información, que se valore a los periodistas como trabajadores especializados, profesionales necesarios.

Lo que yo reivindico es la posición central, esencial del periodista, del constructor de noticias y editor de su significación pública. Es lo que anima a mi taller de periodismo cultural en Aguascalientes: cualquiera puede aprender -cualquiera debería poder aprender, y ejercer- el oficio de periodista. Pero es un oficio que, como cualquiera otro, debe aprenderse antes de ejercerlo.

Pero ser un periodista amateur, “periodista ciudadano”, comunicador comunitario, está sujeto a las mismas técnicas y a la misma ética que el periodismo profesional. Periodismo es periodismo.

Ahora abundan quienes juegan a ser periodistas en las redes sociales, confunden noticias con opiniones, no opinan sino que repiten opiniones -esas deplorables fotos estridentes con un par de líneas simplonas y el llamado histérico a compartirlas antes de que quién sabe quién las censure-, se apresuran a replicar rumores sin ninguna verificación y nunca, jamás se disculpan cuando se equivocan, que es casi siempre. Sin embargo, las redes sociales son medios y recursos muy efectivos, definitivamente más eficaces que las alternativas al uso en mis tiempos escolares del “periodismo marginal”: construir noticias al margen de los grandes medios corporativos, mercantiles o institucionales, informar desde los márgenes, colocando en el centro a los grandes temas. Participar en la conversación pública con noticias propias.

Hay una necesidad evidente de difusión particularmente de los grupos culturales independientes, y no sólo por los grandes medios tradicionales. ¿Qué información nos interesa?

“En los últimos años es el móvil -el teléfono celular- el que está posibilitando un montón de avances. Por ejemplo, en cuestiones como el envío de dinero a través de la banca móvil, el acceso a contenidos educativos, la mejora de la salud pública y también el empoderamiento de pequeños productores, que ahora reciben información de primera mano sobre el precio de los productos con los que comercian”. Creo que esta es la información a la que finalmente nos referimos: la ordenación de datos, la verificación de sus fuentes, la construcción de noticias, la producción de información. Información útil para la vida cotidiana, de las comunidades y de sus creadores.

En Aguascalientes la relación de los grupos culturales independientes con los medios de comunicación es muy similiar a la que se ha desarrollado en la ciudad de México, pero diferente de muchas otras maneras. La actividad artística es muy intensa, y muy escasos los espacios en los medios locales: la presencia de la cultura en los medios es casi inexistente, apenas un diario -que publica casi sólo boletines- y las estaciones de radio del gobierno y de la universidad pública del estado.

Fuera de la ciudad de México es más evidente la necesidad de concentrarse en lo local, que es donde se hace contacto con el público: el público que crece con el artista. Fuera de la ciudad de México, también, es muy evidente que sólo cuando se habla de la televisión y de ciertas radiodifusoras-franquicia es posible hablar de “medios nacionales”: los diarios que se publican en la ciudad de México, y la inmensa mayoría de las estaciones de radio -incluso todas las permisionadas- no son medios nacionales sino medios locales, sólo que de una localidad grandota. Aunque, también es cierto, son los medios con vocación cultural de la ciudad de México los que acuden a ciertos acontecimientos locales o regionales y les aseguran proyección nacional e incluso internacional, una tendencia que no comparten los medios locales atrapados por su preciaria subsistencia.

Los medios comunitarios no responden a la lógica mercantil de la radio y la televisión concesionados, que hacen negocio vendiendo muy libremente sus tiempos y, como dijo cínicamente en alguna Bienal de Radio un representante del grupo español Prisa, aliado en México a la W, “nosotros no vendemos tiempo, vendemos orejas”: el público como mercancía. Los medios comunitarios tampoco responden a la lógica institucional de la radio y la televisión permisionados -o autoconcesionados, como los extraños casos del canal 22 y algunas estaciones del Imer-, que buscan no rentabilidad financiera sino rentabilidad institucional.

Los medios institucionales abren espacios a la información de los grupos independientes porque es su obligación, en cuanto que operan con dinero público; los medios mercantiles lo hacen como un servicio adicional a sus usuarios, que tarde o temprano de alguna forma les cobrarán. En cualquier caso, se trata de la sociedad civil ejerciendo su derecho a la información: el derecho de los ciudadanos no sólo a ser informados por los medios, sino a informar por los medios.

Menciono las dos posibilidades en las que se ha avanzado más o menos concientemente, más o menos efectivamente. Una es ocupar espacios en los medios comerciales o institucionales. Muchas radios, por ejemplo, sobre todo en los estados (y esto sólo sorprende a quienes se detienen a reflexionar sobre estos temas con la perspectiva de la capital), se abren continuamente y se mantienen abiertas sin demasiada heroicidad, si se sabe motivarlas: en los medios mercantiles lo que más importa es la dimensión económica de la cultura, la cultura que genera valor en toda la cadena de producción cultural. Y no olvidar a Conaculta y a Notimex como medios de información: aprendamos a explotar la lógica de la agencia, la multiplicación de los boletines, algunos realmente muy bien escritos.

¿Un medio de comunicación propio? Son palabras mayores. Para desarrollar un medio propio debemos considerar -y resolver- problemas financieros, técnicos, jurídicos, políticos y profesionales. Sí es posible, pero muy costoso, en tiempo y en dinero.

Hasta ahora nos ha bastado con que nos abran espacios, pero desde luego se trata no sólo de apropiarse de espacios en medios ya existentes sino de crear espacios propios, de iniciar procesos de comunicación propios. Se trata, así, de generar contenidos -noticiosos, informativos, periodísticos- pero -insistiré en esto- necesariamente mediados por el oficio del periodista, con sus reglas, sus técnicas y su ética, que valen y son exigibles en cualquier medio. También en el periodismo amateur, la comunicación comunitaria o como queramos llamarle.

Recordemos que la noticia se construye, la noticia no es el hecho sino el relato de ese hecho. Entonces, ¿cuál es el hecho cultural que nos interesa comunicar? Tal vez la existencia misma, la actividad misma de un cierto grupo cultural independiente, de una cierta comunidad. Este es el valor que debemos cultivar, y definir, antes de comunicarlo.

Pero además la comunidad, el artista, requiere información propia para reconocerse y desarrollarse. Así es que por una parte necesita acopiar información del exterior, para definir y contrastar sus propios signos de identidad, y por otra parte necesita hacer circular esa información entre sus integrantes: hacerla común, comunicarla. Es decir, mediante la información hacerse comunidad, ser comunidad.

El otro espacio en el que la comunidad, el artista, requiere información propía es el único espacio que acostumbramos mencionar cuando nos reunimos a hablar de la cultura independiente y la comunicación: la información hacia el exterior, la información cultural al encuentro de su público. En este caso, lo vital -porque si no se hace, y habitualmente no se hace o se hace mal- es definir el público al que se quiere llegar. Por tanto, se trata de conocer al público de cada medio antes de acudir a ese medio: reconocer las políticas editoriales y mercantiles de cada medio, y ajustarnos a sus condiciones estructurales para colocar nuestro mensaje: por ejemplo, para estar en la televisión necesitamos imágenes más o menos espectaculares, un discurso sencillo y emocional.

Y en este marco es donde se reconoce la disposición de cierto comunicador -reportero o editor-, tal vez bienintencionado pero seguramente condicionado: ciertamente, no siempre son los medios -o sus jefes y editores- los que “abren el espacio”, con más frecuencia son directamente los periodistas que trabajan en estos medios, que al fin y al cabo son los que tienen contacto cotidiano con los grupos artísticos y asisten a sus actividades.

Ahora bien, si valoramos a nuestra comunidad, nuestro grupo, su identidad y su actividad cultural, si lo valoramos más allá del acontecimiento cultural mismo, si revelamos su valor económico o político, no tenemos por qué limitarnos a las secciones de cultura, muchas veces inexistentes o demasiado pobres: desde la cultura un medio se nos abre al infinito, podemos llegar con nuestra información a cualquier sección y a cualquier colaborador.

Más: el público de un medio no necesariamente es nuestro público, y más frecuentemente el público que nos interesa no encuentra información cultural en el medio que lo informa. Los periódicos sensacionalistas y las radios-a-gritos que tanto despreciamos son quienes tienen al público que nos interesa. O de otra forma: los públicos que interesan a los artistas no necesariamente son los públicos de los medios abiertos a escuchar a esos artistas, por lo que así estaríamos disipando nuestra información y agotando nuestros recursos y nuestro tiempo.

Es posible ir directamente a ése público. Pero primero -insistiré también en esto- tenemos que definir a qué público queremos llegar, y enseguida tenemos que averiguar cómo se entera ese público de lo que le interesa. Entonces, y sólo entonces, podremos generar nuestro mensaje adecuado al medio usual del público que nos interesa. Tal vez una barda pintada y no un boletín de prensa.

En resumen: el artista -la comunidad- debe buscar a un comunicador afín (un comunicador profesional, es decir, un comunicador preparado para hacer un trabajo especializado, y que cobra por hacer ese trabajo), generar sus propios contenidos, adecuados para el público de su interés, y colocarlos en los medios de información usuales precisamente para ese público.

En fin, aprendamos a usar a los medios: a cada medio un público, a cada medio un mensaje. ¿Y cuál es el mensaje? El artista es el mensaje, porque el artista siempre lo es y no sólo cuando está presentando su creación al público: el artista es artista cuando concibe su obra, cuando la escribe, la ensaya, la gestiona. Y el periodismo cultural debe acompañar al artista durante todo este proceso, para que los públicos conozcan al artista y se reconozcan en su obra más allá del estreno: el arte como un proceso, y no como un “evento”. El público le da sentido a ese proceso, el público no es un espectador sino un cómplice de ese proceso.

En la reciente II Cumbre Continental de Comunicación Indígena, realizada en el territorio mixe de Tlahuitoltepec, Oaxaca, en octubre, se recomendó “dar el mensaje más allá de si se tienen o no medios”, usar “la comunicación indígena como herramienta política”, y una “necesaria alianza de medios y universidades para un proceso de formación de los comunicadores”. Las conclusiones de una de sus mesas de trabajo piden “no sólo intentar entrar al sistema (de comunicación), sino construir uno. Construir un discurso propio y establecer con él la agenda de los medios, propios y ajenos. Revalorar las formas ancestrales de comunicación. Pasar de ser objeto a ser sujeto, de ser la imagen a ser creadores de imágenes”. Se propone “una comunicación propositiva, con contenidos locales, participativos, prácticos”. “Para construir el desarrollo desde los pueblos, para construir interculturalidad: conocer y diferenciar al otro sin discriminarlo, con una identidad clara se puede ser universal sin dejar de ser uno mismo. La condición es esa: ser uno mismo primero”. Y “si no tenemos suficiente tecnología, o cultura tecnológica, usemos la creatividad”, no al victimismo.

Primero, debe aceptarse que es indispensable un buen diagnóstico, de nuestras necesidades y de nuestros recursos, de lo que queremos y -sobre todo- de lo que realmente podemos hacer en cuanto a comunicación.

Segundo, y esto me parece aún más importante, debe aceptarse -y hablo de aceptación como lo hacen los psicoanalistas, el momento final de un proceso de paso por una pérdida traumática- que la “cultura” que expresa, que porta, que presenta nuestro grupo es tan cambiante como la realidad, y -sobre todo- que las estrategias y los productos de comunicación también son necesariamente cambiantes. En cada momento cambia nuestra cultura, cambia la realidad, cambian nuestras relaciones con esa realidad, y por tanto también cambian las formas y los medios de comunicación de nuestra cultura.

Tercero, hay ciertos principios que por algo lo son, y en el caso del periodismo -como técnica de comunicación periódica y regular de cierta información- estos principios también deben reconocerse, y desde luego aplicarse, lo mismo en los entrañables periódicos murales que en las caóticas y catárticas redes sociales.

Cuarto, la exigencia de excelencia, el orgullo de la eficacia. Recordar que lo “comunitario” es un apellido que no exime de la exigencia de excelencia, al contrario. Como aquella escena de “La batalla de Argel”: denme uno de sus aviones bombarderos, y les entrego todas nuestras canastas con explosivos. Es decir: “si esto hago casi sin recursos, imaginen lo que haría con una concesión y un presupuesto”. Como diríamos en mis tiempos de escuela, seamos comunicadores alternativos, que aspiran a ser además comunicadores alterativos: comunicar su propia realidad, y alterar la realidad que los limita y condiciona.

¿Qué hacer? Aprender periodismo, hacer periodismo. Generar mensajes propios, mensajes de calidad, eficaces, pertinentes. El periodismo es un oficio que se aprende con la práctica continua, si se tiene una firme base teórica y un inteligente acompañamiento de maestros. Cualquiera puede aprender periodismo. Pero sólo quienes saben hacer periodismo deberían hacer periodismo, para hacer un buen servicio a los grupos independientes. Crear cadenas de valor, emplear a los periodistas.

Propongo concebir al periodismo cultural como estrategia para la formación de públicos, incluso con la mediación de los grandes periódicos impresos o audiovisuales. El propósito no es ganar los medios, ni siquiera crear medios propios. Como su nombre lo indica, son mediaciones, puntos intermedios. El propósito es ganar públicos. Comunicar a los creadores con sus públicos.

Vuelvo a resumir: 1) segmentar nuestro público objetivo 2) averiguar cómo se informa 3) entonces, y sólo entonces, iniciar el diseño de mensajes, siempre en función de los medios con los que se informa nuestro público objetivo. ¿Quiénes, cuántos se enteran por las carteleras de los diarios, o -mucho menos importantes- de radio y de televisión? O de otra forma: ¿cómo se enteran quienes llenan por miles los conciertos de música grupera, o de rock? Pues eso: pintas en las bardas, volantes en otros conciertos... Pero también, por qué no, recursos jamás intentados, como spots en los peseros...

“Hace falta difusión”, es la coartada más usada. Creo que no hace falta más difusión, sino mejor difusión. Y para esto son necesarios los periodistas. Y los medios, por supuesto; pero ¿qué medios?; y más importante: ¿cómo?, que es decir ¿qué mensajes colocar en qué medios, en qué momento? Entonces, de lo que se trata es de cómo usar qué medios para transmitir qué.

Es decir, pasemos del (buen) periodismo informativo, con los recursos y en los medios realmente disponibles, al periodismo persuasivo (no la pura propaganda ideologizada y habitualmente intolerante), y al periodismo imperativo: el periodismo para la acción.

(Conferencia presentada en la mesa redonda sobre la cultura independiente y los medios de comunicación organizada por la Asamblea por la Cultura y la Democracia (Acude) que preside mi amigo Jorge Pantoja, el jueves 7 de noviembre de 2013 en el auditorio de Radio UNAM en la Ciudad de Mëxico).

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