I.
Si organizamos un acto cultural, como
éste, es frecuente que llegue menos gente que la deseada. Entonces,
buscando explicaciones o asignando culpas, decimos que “no hubo
difusión”.
Pero realmente debe decirse que hubo
una mala difusión: insuficiente, inoportuna o, más comúnmente,
impertinente. Es decir, que falló alguna forma de periodismo
cultural.
¿Quiénes queríamos que vinieran?,
¿esos que queríamos que vinieran, cómo se enteran de lo que les
interesa?, ¿fuimos ahí a donde ellos se enteran para enterarlos,
con el lenguaje al que están acostumbrados?, ¿utilizamos los
recursos del periodismo cultural más adecuados precisamente para
esas personas, esos intereses, esas plataformas?
Siempre me ha asombrado la rapidez con
la que se difunden -se viralizan, se dice ahora- las noticias de los
actos artísticos o culturales que desde el periodismo cultural
despreciamos: el cantante grupero de moda anuncia que estará en
Aguascalientes, y a los pocos minutos el post ya tiene decenas o
cientos de likes, y en unas horas ya ha sido envidiablemente
comentado y compartido hasta cubrir a toda esa comunidad de fans.
¿Y los que no tienen acceso a
internet? Seguramente miraron de paso una barda pintada, o escucharon
en el camión que alguien enterado se lo platicó a alguien
interesado y todos se entusiasmaron y empezaron a hacer cuentas para
la quincena.
Likes y fans. Tal vez en estas
palabras, del nuevo vocabulario impuesto por las “redes sociales”,
se encuentre una pista para mejorar nuestra comunicación con esos
posibles nuevos públicos de lo que desde el periodismo cultural
apreciamos: me gusta, te sigo; no me gusta, no te sigo. Tan
sencillo.
Nos movemos ignorando la violenta
frontera entre lo que le gusta a la gente y lo que nosotros decidimos
que debe gustarle a la gente. Nos cuesta reconocer que trabajamos
para la “inmensa minoría”, contra el gusto de la mayoría.
¿Y cómo construimos el “buen gusto”
de la mayoría, ahora ganada por los discursos más banales, por la
música más rudimentaria, por las películas de acción, por los
best sellers? Volviendo la vista hacia el infinito horizonte,
expandiendo el universo de temas, procurando la conexión entre lo
que escribimos y la vida cotidiana de nuestros lectores.
Lo dice la periodista mexicana Alma
Guillermoprieto en una entrevista reciente con El País:
“hemos hecho mal en no acompañar a la gente en sus verdaderas
preocupaciones. Somos finalmente una minoría, parte de una élite,
aunque muchos periodistas provengamos de las clases populares. Pero
ya de hecho somos una élite y nos ocupamos de las cosas que les
preocupan a las clases liberales. Una de las cosas que descubrí en
la revolución es que a la mayoría de la gente no le interesa la
revolución. Lo que quieren es vivir en paz, y a nosotros los
periodistas nos interesan las revoluciones. Ahí hay ese desfase
entre los periodistas y la gente”.
Cultura es todo, dice la definición
más simple. O mejor: cultura es todo lo que hacemos y cómo lo
hacemos. Pero si cultura es todo, ¿en dónde están los límites del
periodismo cultural? En donde queramos colocarlos, pero la clave para
no dispersarnos en la nada sigue siendo la misma: la materia del
periodismo cultural es lo que toca la vida cotidiana de nuestros
lectores. ¿Cómo enriquecemos el gusto de nuestros lectores? Si
logramos que la gente hable de lo que les proponemos, que lo hagan
parte de su conversación cotidiana.
Comentar y compartir.
¿Cómo logramos, con el periodismo
cultural, que don Pancho que da bola en la plaza platique con su
momentáneo cliente del paro técnico del transporte urbano pero
también de PostMortem 9, el festival de cortometrajes de horror y
bizarros?, ¿o que doña Concha que ahí vemos pasar con su bolsa al
mercado se detenga y se quede un ratito a escuchar una mesa de
lectura del Encuentro de Poetas del Mundo Latino?
El objetivo del periodismo cultural es
doble. Por una parte, como lo ha pedido insistentemente Gabriel Zaid,
el objetivo del periodismo cultural es elevar el nivel de la
conversación pública; el periodismo cultural debe iniciar
conversaciones. Por otra parte, el objetivo del periodismo cultural
es formar públicos: lograr que haya un público donde ahora no lo
hay, y también que esos públicos, los públicos existentes y los
nuevos públicos, tengan más y mejor información, para formar una
opinión más firme, y de esta manera asegurar la acción que
deseamos: que vayan a escuchar una conferencia o un recital de poesía
o una presentación editorial, que se muevan a mirar una exposición
o una película o un espectáculo coreográfico, que participen en la
formulación y la ejecución de políticas públicas para el cuidado
del patrimonio arquitectónico o para el fomento de la lectura, que
exijan cuentas claras a los funcionarios y a los becarios acerca del
uso del dinero fiscal.
Para eso es, para eso debe ser el
periodismo cultural.
Debe haber una correspondencia
conciente y explícita entre el periodismo y la realidad: formamos
públicos, y así alteramos la realidad. Comprender para entender,
entender para relatar, relatar para enterar, enterar para comprender.
Entender la realidad como condición necesaria, nunca suficiente,
para transformar la realidad. Así cerramos el círculo virtuoso con
nuestros lectores, que son los (únicos) que dan sentido a nuestro
trabajo.
Pero si queremos hacer periodismo
cultural para formar públicos debemos, primero, decidir a quiénes,
luego averiguar cómo se enteran de lo que les interesa, enseguida
encontrar o imaginar vinculaciones entre lo que les interesa y lo que
podría enriquecerlos, y entonces, sólo entonces, empezar a diseñar
productos de comunicación.
Un síntoma significativo del estado
del periodismo cultural que hacemos, y que leemos, es la costumbre de
hablar de “eventos” culturales. Pero un evento es algo que sucede
como podría no haber sucedido, algo accidental, incluso
catastrófico, indeseable. Si sé cuándo, a qué hora, en dónde,
quién presenta qué, entonces está programado, no es un evento. El
periodismo cultural es el periodismo que acompaña a la cultura, en
todo el proceso: el artista no lo es sólo cuando está sobre el
escenario, el periodista cultural no ha de serlo sólo para anunciar
que un artista estará sobre un escenario.
El artista lo es desde que concibe un
espectáculo, lo gestiona, lo ensaya, el artista no lo es sólo
cuando está en el escenario. Por eso hablo del periodismo que
acompaña a la cultura, a todo el proceso de la creación artística,
a todo el proceso de la reflexión académica sobre esa actividad
artística.
Frecuentemente lo que se presenta y
consumimos como “periodismo cultural” es apenas un relato de la
cartelera, y la cartelera es un boletín institucional: relatamos
boletines. Peor: el periodismo cultural muy frecuentemente sólo
anuncia el estreno de una temporada, o la inauguración de una
exposición, muy frecuentemente sólo reporta o cronica lo que
sucedió en ese estreno o en esa inauguración, pero (casi) nunca
explica lo que sucedió antes ni, mucho menos, sugiere lo que
sucederá después de ese estreno o de esa inauguración.
Sabemos que la noticia muere en cuanto
nace. ¿Y a dónde van las noticias cuando mueren?: se convierten en
información, una experiencia personalísima e intrasferible,
condición necesaria aunque no siempre suficiente para integrar una
opínión propia. La información es siempre anterior a la opinión,
sin información suficiente no puede haber opinión eficiente.
Formar, difundir, manejar la opinión
no es el fin del periodismo, sino apenas una condición de su misión:
provocar acciones, hacer que el público no sólo se informe, no sólo
opine, sino que haga algo. De la información a la opinión a la
acción: un periodismo de acción. ¿Y cuál ha de ser la acción del
periodismo, específicamente del periodismo cultural?: formar
públicos. Formar públicos en lo cuantitativo (que haya públicos
donde no los había), y formar públicos en lo cualitativo (informar
su opinión, y orientar su opinión hacia la acción).
El periodismo cultural más allá de la
cartelera, más allá del estreno, más allá de los boletines.
Los cambios culturales son los más
lentos. Suelen percibirse sólo después de un dilatado tiempo, a
veces más de una generación, o incluso más. Los cambios culturales
son también los más profundos, tal vez por eso mismo. Sus raíces
pueden destruir cimientos. Están ocultos muy debajo del oleaje más
violento: el cambio no es ese oleaje, que se disipará pronto; el
cambio sucede más cerca del inestable lecho marino, ahí donde
nuestra vista no llega.
Por eso los periodistas culturales,
además de ser periodistas cultos, deben desarrollar una especial
capacidad para la observación. Si el periodista observa las
constantes y las anomalías para imaginar sus temas, para gestionar
sus fuentes, para construir sus noticias, su observación de estas
constantes y anomalías ha de ser particularmente cuidadosa. El
periodista cultural otea mucho más allá de hoy, hacia atrás y
hacia adelante. El periodista cultural documenta el pasado e imagina
el mañana.
Juan Villoro ha observado cómo el
desprecio a la cultura se expresa en los periódicos con el hecho de
que es la primera sección -¡cuando existe!- que se cierra y se
“tira”, de manera que una conferencia como ésta, que sucede
después de esa hora de cierre y “tiro”, si acaso, será
mencionada en la sección de información cultural de pasado mañana.
El periodismo cultural, dice, es “el periódico de antier”.
Esto puede ser una ganancia para la
narratividad y el estilo del periodismo cultural: tenemos un día más
para escribir. Alejados, así sea por el desprecio, de la premura
impuesta a las secciones “duras”, que además son las más
generosamente patrocinadas, podemos escribir “bonito”, que es lo
que se espera de un periodista cultural (escribir “bonito” sin
sacrificar la claridad, una sencilla elegancia). Uno de los planos en
los que se acercan el periodismo y la literatura. Por cierto, la
narratividad específica del periodismo cultural exige un dominio
pleno del lenguaje, de la gramática, de la ortografía.
A mí me gusta imaginar al periodismo
cultural como el periodismo de mañana: un periodismo de
anticipación, que documenta, acompaña, narra los cambios profundos
en la cultura de una sociedad. Y mi mejor ejemplo sigue siendo una
noticia perdida entre tantos otros boletines, a principios del año
pasado: en 2014, en Aguascalientes hubo más automóviles fabricados
que niños nacidos. Ningún periodista -ningún periodista cultural-
se ocupó de documentar el contexto ni de investigar las derivaciones
de esa noticia, que tal vez lo sea ahora para ustedes.
Hoy viernes en Aguascalientes encuentro
al menos trece opciones artísticas y culturales, todas atractivas.
Tal vez dos o tres son mencionadas por la prensa, mencionadas y nada
más. Entonces, ni la simple cartelera ni la investigación a fondo
de motivos y tendencias.
Desde el periodismo cultural no le
llevamos el paso al arte y la cultura de Aguascalientes.
II.
Cualquiera puede ser periodista
cultural. Cualquiera debe poder ser periodista cultural. Cualquiera
debe poder aprender a ser periodista cultural. Además de un derecho
elemental de expresión, es un ejercicio elemental de nuestros
derechos culturales.
Con este principio, durante cuatro años
coordiné un taller de periodismo cultural en CIELA Fraguas, siete
generaciones en las que participaron unas treinta personas, hombres y
mujeres de diversas edades y formaciones que, al cabo de unas cuantas
sesiones, seguramente no eran periodistas culturales plenos (aunque
me sorprendieron con varios textos muy bien hechos, y que fueron
publicados), pero -creo- sí eran mejores lectores, radioescuchas,
televidentes de información cultural. Y eran mejores públicos.
El aprendizaje del periodismo cultural
es continuo, permanente, inacabable. Con la mente abierta, la mano
suelta, acompañados por libros estimulantes y maestros inteligentes.
El periodismo cultural es un oficio, un
oficio especializado, como cualquiera otro. Como cualquier oficio,
hay dos maneras de aprenderlo: o en una escuela, y ya veremos cómo
ninguna escuela universitaria de Aguascalientes, pública o privada,
enseña específicamente “periodismo cultural” ni siquiera como
un curso opcional o de verano; o pegándomele a un maestro en su
talacha diaria, pero es evidente que en nuestra ciudad apenas hay
espacios en donde se publique regularmente alguna nota suelta sobre
el arte y la cultura de Aguascalientes.
En el modelo de negocios de las
empresas de la información en Aguascalientes resulta que la cultura
no es rentable. Mi sección de información cultural en El Sol del
Centro yo la “vendía” como un nuevo servicio a los lectores,
como la apertura de una nueva cartera de anunciantes, como valor
agregado a la marca editorial. Terminó siendo aprobada sólo porque
fue una decisión personal de la jefa en la Ciudad de México, que me
conocía de treinta años atrás, y que así lo ordenó al director
de acá; cuando hubo cambio de dirección, catorce meses después, la
sección se suspendió repentinamente, sin más explicación que “nos
ordenaron que ya no paguemos honorarios”.
Honorarios que, por cierto, eran muy
bajos, insuficientes para pagar las cuentas, sin seguro médico y,
como vemos, sin ninguna estabilidad ni garantía de permanencia y
desarrollo. Buscando alternativas para continuar la publicación de
la sección, en otro periódico me encontré con posibilidades
laborales incluso peores. ¿Por qué sucede esto?
¿Por qué no podemos vivir, vivir
bien, haciendo periodismo cultural en Aguascalientes? ¿Estamos mal
preparados desde la escuela, dejamos de estudiar cuando egresamos, no
nos mantenemos al tanto de las novedades tecnológicas, seguimos
haciendo el periodismo que aprendimos y nos desentendemos de las
novedades temáticas y narrativas, de plano despreciamos todo lo que
no se ajusta a nuestras ideas de periodismo y de cultura? ¿Nuestros
maestros son malos, nuestras referencias bibliográficas y
hemerográficas son pobres, nuestro horizonte académico y
profesional se agota frente a nuestras narices?
Por qué no pagan quienes pagan. Los
dueños de los medios, o los funcionarios a cargo de publicaciones y
oficinas de información institucionales, o los anunciantes y los
patrocinadores, los “malos de la película” que más
frecuentemente citamos. ¿Por qué no hemos sido capaces no sólo de
agregar valor a la información cultural, sino de revelar, de hacer
muy evidente, el valor de la información cultural?
Pero también los artistas, que
desprecian el trabajo especializado de los periodistas culturales (y
de los gestores culturales), piensan que son actividades tan
elementales que cualquiera puede hacerlas, y ellos mismos las hacen.
Y las hacen mal, cómo no.
Y, por fin, los lectores. El poco
entusiasmo y el escaso rigor con los que se hace periodismo cultural
en Aguascalientes tiene una correspondencia puntual con el poco
entusiasmo y el escaso rigor con los que se busca, se lee, se
estimula el periodismo cultural en Aguascalientes.
¿Cómo pensar en contratar y en pagar
bien a los periodistas culturales, si los dueños y los anunciantes
de los medios -y los funcionarios a cargo de las instituciones que
manejan información cultural- no aceptan el valor del periodismo
cultural? ¿Cómo, si los lectores no parecen dispuestos a pagar
(bien) por el periodismo cultural que se hace y se puede hacer en la
prensa, la radio, la televisión, internet...?
El periodismo en México nació como
periodismo cultural. ¡Y en Aguascalientes!: la maestra Sofía
Ramírez, en la “mesa de verano” del Seminario de Periodismo
Cultural en Aguascalientes, hizo una revisión de publicaciones
periódicas hechas aquí a finales del siglo antepasado y principios
del siglo pasado, periódicos que eran referencias regionales y
nacionales, no políticos sino literarios. De pronto, todo terminó.
¿Qué pasó? Las condiciones
históricas cambiaron, claro. Pero también desapareció de
Aguascalientes, por muerte o mudanza, esa primera generación de
fundadores de instituciones locales, despreocupados por la
continuidad de su empeño.
Lo ha observado Gabriel Zaid: “la
cultura, que ahora está como arrimada en la casa del periodismo,
construyó la casa”. Y ahora es expulsada de ahí.
En México, la información de cultura
en Excelsior volvió a estar en una sección propia, La
Razón inició su suplemento sabatino El Cultural que en octubre
llegó a su número 70, Confabulario de El Universal se
mantiene -como se mantienen Laberinto en Milenio, y La Jornada
Semanal que resiste a la muerte de su último director Hugo Gutiérrez
Vega- y además está produciendo otra vez Confabulario TV con Canal
22.
En Aguascalientes, El Sol del Centro
canceló la que durante catorce meses fue la única sección de
información cultural en la prensa estatal (La Jornada
Aguascalientes no publica diariamente, publica muchos boletines
aunque tiene la agradecible decencia de anunciarlos así, y no se
concentra en el arte y la cultura locales sino en lo que más le
interesa a su editor), y no es un secreto la deriva comercial de las
estaciones de Radio y Televisión de Aguascalientes; en contraste,
una muy buena noticia es el inicio de transmisiones en señal abierta
de TV UAA.
El modelo de negocios de la prensa
tradicional entró en crisis desde hace varios años, y debió
agregarse a las nuevas plataformas tecnológicas no sólo para
sobrevivir sino para seguir desarrollándose.
Se abaten la rapidez y los costos para
el manejo de la información y la publicidad de las noticias: se
“abarata” el periodismo, porque estos atributos afectan también,
sobre todo, a la raíz oculta, la investigación (la verificación,
la contextualización, la edición), y porque este abaratamiento
propicia la proliferación de periodistas amateurs, o de plano de
falsos periodistas, que impiden que sea bien pagado el trabajo
profesional de los periodistas culturales.
Un riesgo adicional del periodismo
amateur en las “redes sociales” es que se crea la ilusión de que
se forman públicos porque se llega a más gente, y más rápido.
Pero esa gente a la que se llega es la que tiene acceso a internet (y
al teléfono, y a la electricidad, y con capacidad para comprar una
computadora), y se ignora a amplísimos sectores de la población,
¡la mayoría!, que se mantienen al margen y alejados de la
información de arte y cultura.
Apps, redes sociales, streaming,
noticias en tiempo real, la multiplicación de las técnicamente
deplorables transmisiones en vivo por Periscope o en Facebook Live,
textos multivinculados y siempre acompañados por audio e imagen, la
moda reciente del GIF...
Lo importante es afirmar que todo esto
es periodismo más tecnología, y lo que cambia es la tecnología, y
sus usuarios. La esencia del periodismo debe seguir estando ahí, es
la condición para que el periodismo cultural siga desarrollándose,
no podemos permitir que desaparezca en la bruma de las novedades
tecnológicas.
III.
Los nuevos periodistas, los periodistas
“nativos digitales”, no pueden imaginar las viejas redacciones de
los periódicos pobladas por el humo del tabaco, el ruido, el olor a
tinta (y, con frecuencia, a alcohol).
Cuando yo salía de la escuela de
periodismo y me iniciaba en el periodismo profesional, hace treinta y
cinco años, en un mundo sin internet ni teléfonos celulares, sin
Google ni correo electrónico, era una subversiva novedad la sola
presencia de los “periodistas de escuela”, como nos llamaban con
temeroso desprecio los viejos de la tribu formados en la calle.
La competencia generacional ahora nos
encuentra en un mundo poblado por soft news. Estamos en la
civilización del espectáculo. Fragmentos desarticulados y efímeros,
información que se desvanece en la nada pero que trota
irresponsablemente hacia la opinión, sin embargo trivializada en un
simple “Me gusta” (me encanta, me divierte, me asombra, me
entristece, me enoja), que se confina en 140 caracteres o, mucho
peor, que se disuelve instantáneamente en una detestable imagorrea,
la enfermiza compulsión a tomar una foto de lo que sea y enseguida
olvidarla, basura digital.
En estas condiciones, con un público
así dispuesto, no informamos para formar opinión, no informamos
para iniciar conversaciones, no informamos para formar públicos:
informamos para lograr likes, “generamos contenido” para ganar un
tráfico acelerado hacia la nada.
En la apertura del Hay Festival Segovia
2016, el 23 de septiembre, el director adjunto de El País,
David Alandete, dijo que “frente a un bloguero, por ejemplo, el
periódico ofrece rigurosidad, calidad y contenido añadido”, y así
previó la evolución a “un modelo donde gane la última hora y la
información desnuda, que se encontrará de forma gratuita, mientras
que las columnas o los reportajes e informes amplios requerirán un
registro en el que los lectores se comprometan a ver la publicidad
que financia al medio, o el pago por contenido”. Según él, ha
habido “un cambio en el tipo de formación que se requiere de los
periodistas, que ahora deben conocer otras narrativas en un momento
en que la relación se produce a través del teléfono móvil”.
Carlos Chimal, uno de los grandes
divulgadores de la ciencia en México, habla en su más reciente
libro, “El universo en un puñado de átomos”, de un “periodismo
de pisa y corre”, contra el periodismo que acompaña y documenta
los procesos de los creadores, “pero eso exige más tiempo y no
todos están dispuestos a invertirlo”, dice. O a pagarlo.
Julio Aguilar, el editor de cultura en
El Universal, señala que ahora ya no se editan periódicos
sino que se generan contenidos para diversas plataformas y soportes,
y cita a Fernando Savater: “Los periódicos han muerto, viva el
periodismo”.
Nuevas herramientas, nuevas formas,
nuevos públicos, realidad cambiante del arte y la cultura en
Aguascalientes, particularmente por la multiplicación de egresados
de escuelas universitarias. Una nueva realidad, y ante esta
vertiginosa novedad el periodismo cultural no lleva el paso.
Imagino un periodismo cultural más
allá de la cartelera, más allá de las efemérides, más allá de
los boletines de prensa, un periodismo cultural más allá de las
bellas artes o de las grandes fiestas religiosas o populares, un
periodismo cultural más allá del documental histórico que con
frecuencia es una cómoda coartada para no entrar a los grandes temas
actuales.
Un periodismo colectivo, un periodismo
de colaboración, un periodismo multimedia y multiplataforma.
Periodistas culturales glocales, todoterreno. Un periodismo que no se
queda quieto, un periodismo que camina, un periodismo que ve y que va
más allá.
Observa José Carlos Castañeda en su
artículo para el suplemento El Cultural de La Razón, el
sábado 10 de septiembre: “La escritura de Walter Benjamin proviene
de la calle, de los cafés y los pasajes interiores de la
desesperanza. En todo este trayecto de una larga huida, Benjamin
inventó en sus cuadernos un nuevo género literario: la crítica
cultural. Una extraña amalgama de historia, sociología, filosofía,
literatura, crónica de viajes y relatos breves”. El personaje por
excelencia que define a Walter Benjamin, autor del fragmentario e
inconcluso “Libro de los pasajes”, es “el flâneur, una suerte
de vagabundo, paseante solitario y marginal de una historia paralela.
La fisonomía de este nuevo actor, oculto en la multitud mientras
husmea en los resquicios de la vida urbana, abre un nuevo campo de
estudio donde el arte y la historia se entrecruzan con la rebelión y
la catástrofe”.
La calle, como los sueños, es el
principal surtidor de temas para el periodismo cultural.
El periodista es alguien que busca
datos y los relaciona mediante una narrativa para proponer un
significado. Alejamientos, acercamientos, desplazamientos alrededor y
a través de nuestro objeto: el periodismo es ese juego con esos
objetos, entidades reales o figuradas que tratamos como fuentes de
datos; de esa manera, y sólo de esa manera, hemos de lograr la
anhelada “objetividad”, el juego con los objetos, la fusión de
nuestra mirada con los objetos.
No hay una realidad, hay miradas -y
relatos- diversos sobre la realidad: la noticia no es lo que sucede,
la noticia es el relato de lo que sucede. Los datos por sí mismos no
significan nada, los datos valen sólo por su relación con otros
datos, por la manera como los relacionamos a la búsqueda de un
significado; por eso los mismos datos pueden tener significados
diversos, divergentes, controversiales.
“Escribir contra el público”,
sugiere el periodista argentino Martín Caparrós: desafiar a los
lectores, contarles lo que no tienen interés por conocer, “nuestro
trabajo como periodistas es ofrecer lo que merece ser contado, no lo
que supuestamente pide el público”, dice en una entrevista con
Excelsior. Y así regreso a la observación de que somos
elitistas, quizá incluso antidemocráticos, porque trabajamos
esencialmente para un público muy menor, “la inmensa minoría”
como diría don Alfonso Reyes.
Héctor Aguilar Camín cita en Milenio
la conferencia de Samil Ismail quien menciona a la amígdala, la
glándula del sistema límbico que acompaña desde siempre al homo
sapiens: es “el segmento del cerebro que produce el miedo... El
homo sapiens podía equivocarse en apreciar la belleza de un
crepúsculo, pero no en desoir el rugido de un león cercano”. La
amígdala, comenta Aguilar Camín, sigue ahí “oyendo con mayor
atención los peligros y las catástrofes que los logros y los
goces”. Es la diosa de las malas noticias, nuestra diosa cínica:
las buenas noticias no son noticias, como lo confirmaron los
comunicólogos asesores del presidente Enrique Peña Nieto en su
fallida campaña “Lo bueno casi no se cuenta, pero cuenta mucho”.
El periodista es alguien que busca
datos, y a cada dato corresponde una fuente; los datos son el
sustento de una noticia (una noticia es sustantiva, nunca adjetiva).
Buscamos datos y con ellos construimos relatos significativos, que al
dejar de ser noticia -esto es, en cuanto se publican- se convierten
en información que sustentará la opinión; pero no trabajamos para
hacer opinión, sino para propiciar la acción: queremos que nuestro
lector haga algo, queremos mover a nuestro lector.
El periodista propone la actualidad,
parte fundamental del trabajo del periodista es imaginar noticias.
Imaginar noticias, no inventarlas: en el decálogo del periodista tal
vez el mandamiento principal es “no supongas”: si tu madre te
dice que te ama, verifícalo con dos fuentes. Si no sabes algo,
investiga; si no entiendes algo, haz periodismo.
Datos, personajes, imágenes, ideas,
opiniones. Estos son los orígenes, los motivos, las condiciones
previas necesarias de los géneros periodísticos. Para relatar lo
que sucede, el periodismo dispone de otros, ricos recursos: los
ignorados géneros periodísticos.
En este proceso se revela con
frecuencia, por su ausencia, la importancia esencial del editor, un
periodista superior. El periodista es su primer editor, y su primer
lector. “Los editores son la gran ausencia en Internet”, observa
Alma Guillermoprieto en esa misma entrevista con El País.
Esta ausencia ha hecho de internet la gran legión de imbéciles que
observó Umberto Eco.
Captar los momentos importantes y
extraer la esencia de los acontecimientos, eso es ser un buen
reportero. Seleccionar y jerarquizar adecuadamente los datos, eso es
ser un buen editor.
A cada dato una fuente verificable.
Contexto y seguimiento. La información siempre es anterior a la
opinión, y la opinión es estéril si no imaginamos una acción.
Principios elementales de un ejercicio del periodismo al que le da
sentido una lectura necesariamente crítica, sin la cual, sí,
estaremos haciendo un periodismo sin sentido. La ética del
periodismo, el “zumbido del moscardón”, siempre presente aunque
lo ignoremos, según lo fijó el periodista Gabriel García Márquez.
Y desde luego cuando hablo de
periodismo cultural me refiero al que se ejerce en cualquier
plataforma, o en cualquier “soporte” como solemos repetir en el
todavía apocalíptico diagnóstico de la inminente muerte de la
prensa que se anuncia desde hace tantos años. Lo racional contra lo
emocional, lo reflexivo frente a lo instintivo, el periodismo
cultural se hace y se usa en función de su plataforma de difusión:
a la prensa se le respeta, a la televisión se le admira, a la radio
se le quiere... a internet se le cree y se le perdona todo.
IV.
Escribimos no para nos lean, sino para
que nos respondan. Hacemos periodismo para iniciar conversaciones,
hacemos periodismo cultural para llevar el arte y la cultura a la
mesa de la cena, que al final de la jornada no se platique sólo de
telenovelas o de futbol, permear al lenguaje cotidiano con el
lenguaje del arte y la cultura.
A propósito de la indignada discusión
por la invitación a la Feria de las Letras en San Luis Potosí del
(supongo) comediante Yordi Rosado, un “creador y gestor literario”
sanluisino, Joserra Ortiz, citó el prólogo de Manuel José Othón a
su libro “Poemas rústicos” (1902): “El ideal estético de
todas las épocas, y especialmente de la actual, es que el arte ha
sido y debe ser impopular, inaccesible al vulgo. Cuando más se ha
extendido o se extienda su culto, será porque el vulgo ha ido o irá
ascendiendo, abandonando, por lo mismo, su naturaleza; mas no porque
el arte baje, pues es imposible que pierda su sustantividad. Esto no
quiere decir que el artista deba producir sólo para los iniciados en
las fórmulas técnicas del procedimiento: se debe componer, pintar,
esculpir para todos los espíritus finos y ya sensibilizados que
forman una porción de inteligencias educadas, de almas accesibles y
apercibidas a recibir y retener la impresión estética. Y en los
momentos presentes esas inteligencias, esas almas no son tan raras
como se cree, pues abundan”.
Si hemos de criticar políticas
públicas, en la ciudad de San Luis Potosí agregaron la cultura a
una dirección de turismo. En Aguascalientes, con un propósito
similar que ahora se olvida, se puso a la Orquesta Sinfónica de
Aguascalientes a tocar chuntata con Los Ángeles Azules, exitosísimo
-como Yordi Rosado en la literatura- pervertidor de la cumbia.
Pero no es de eso de lo que ahora me
interesa hablar, sino de ese concepto así formulado por Othón: el
trabajo del periodista cultural, y de cualquiera otro
gestor-promotor-animador de la cultura y de sus expresiones
artísticas, ustedes y yo, nos preparamos para un trabajo
democratizador pero antidemocrático, una paradoja de la que debemos
hacernos cargo antes de avanzar.
De ahí el suplicio de Sísifo que
significa nuestro trabajo: tanto esfuerzo para fomentar la lectura,
por proponer temas y obras propicias, y nos traen a un Yordi Rosado
que realmente nada tiene qué decir para el tema; tanto esfuerzo para
fomentar el buen gusto musical, tanto esfuerzo para crear un público
para la OSA, y nos la ponen a tocar chuntata nomás porque les gusta
a los programadores culturales de la Feria Nacional de San Marcos.
Pero, sin duda, es algo que tiene que
seguir haciéndose. Arturo Pérez-Reverte, viejo reportero en
territorio comanche, ha dicho que los periodistas culturales somos
como la orquesta del Titanic, “que suena no para adormecer
conciencias sino como compañía y alivio de muchos. Como último
bastión. Como analgésico que no quita la causa irremediable del
dolor, pero lo alivia”. Héctor de Mauleón, que también algo sabe
de esto, decía en Mérida (en marzo, en el Segundo Encuentro de
Periodismo Cultural dentro de la Feria Internacional de la Lectura
Yucatán) que el periodismo cultural se entiende como “el oasis
frente al horror”, “una habitación bien decorada donde sea
agradable estar después de atravesar el infierno del mundo”. Pero
una habitación al fondo, donde vive “la loca de la casa”, la
imaginación.
Un buen motivo para persistir en el
periodismo cultural “de campo” sería el reconocimiento de un
error frecuente en la gestión cultural y la elaboración de
políticas públicas de las instituciones de cultura: no se trata de
“llevar la cultura a todos”, sino de ir a donde la cultura de por
sí se desarrolla y de -ahí mismo- proponer espacios de diálogo e
interpelación. Ir a donde está la cultura -los barrios, los
pueblos, las calles- y traerla al gran espacio público desde donde
se disemine. Ese es trabajo del periodismo cultural: hacer visible,
audible, tangible la cultura en sus múltiples formas y expresiones.
La cultura más allá de la cartelera de las instituciones. La
cultura está en todas partes, el periodismo cultural debe estar ahí
también.
Informar, educar, entretener, son
también nuestras responsabilidades profesionales. Todos los medios
cumplen estas funciones, todos los medios deben cumplir estas
funciones, y al hacerlo determinan a sus públicos. Desde el
periodismo cultural hemos de distinguirnos por la selección de los
temas, asombrar a nuestro público con temas originales y
provocadores, una selección de temas (y la posterior búsqueda de
fuentes) que requiere, a fuerzas, de periodistas cultos. Cien por
una, decía con apenas un poco de exageración Ryszard Kapuściński:
leer cien cuartillas antes de animarnos a escribir una.
Trabajamos para una muy pequeña
minoría, hacemos periodismo desde la minoría. Entonces, debemos
crecer en dos sentidos contrapuestos: sí, por la formación de
públicos que se enteran de lo que les interesa (y no les interesa el
arte y la cultura) en periódicos que despreciamos, pero también por
la información de públicos tan habituados a la lectura que se
enteran mejor -y les son más confiables intelectualmente- por
libros.
Entonces hagamos periodismo en libros,
hagamos libros. Yo mismo publiqué, en una edición de autor, 165
columnas “De cultura” publicadas semanalmente en siete diarios de
Organización Editorial Mexicana, incluso El Sol del Centro.
La Colección Periodismo Cultural iniciada en 1994 por el Consejo
Nacional para la Cultura y las Artes, ahora Secretaría de Cultura
federal, es una serie creciente de 69 libros compilados por otros
tantos grandes periodistas culturales de México.
Un modelo de periodismo cultural más
cercano, en el tiempo, en el espacio y en el cariño, es José Emilio
Pacheco. Su legendaria columna “Inventario” es un ejemplo del
periodismo cultural que necesitamos: escrupulosamente documentado, de
muy largo aliento, impecablemente redactado.
Un periodismo alternativo, porque
proponemos alternativas en la búsqueda de temas asombrosos y
provocadores, en la atención de fuentes novedosas e inesperadas, en
el ejercicio de narrativas no sólo legibles y respetuosas del
lenguaje sino de “literatura bajo presión”, en el uso arriesgado
de plataformas y lenguajes y, por fin, en la gana de conectar
precisamente con los nuevos públicos, que lo son no sólo por su
edad sino además por su precario acercamiento a la creación
artística y a la reflexión cultural; así, además y sobre todo,
somos un periodismo alterativo.
Un periodismo cultural que trasciende
generaciones, no sólo por la necesaria y problemática coincidencia
(que siempre ha existido, de diferentes maneras) de periodistas
maduros y periodistas jovencísimos, sino sobre todo por la
perspectiva de su ejercicio profesional, que debe ser amplísima:
otear desde una o dos generaciones anteriores los cambios culturales,
esos cambios profundos y lentísimos que marcan la identidad de las
comunidades, y proyectarlos una o dos generaciones más allá de la
nuestra.
El periodismo cultural, para serlo
genuinamente, ha de ser un periodismo de adelantados, un periodismo
de frontera: “el periodismo que acompaña a la cultura”, que da
cuenta de los lentos y dilatados procesos de creación artística y
de intervención comunitaria para alterar la vida cotidiana. El
“tejido social” que se agita y se desgarra, o que tersamente
permite la agenda cotidiana, tiene más allá de la superficie
cambios que se notan sólo si vamos más allá, periodismo de
profundidad. Vuelvo al ejemplo de aquella nota perdida de 2014: más
automóviles que niños, el colapso de la ciudad, que ya puede
entreverse en los atascos insólitos hace apenas unos años, ¿quién
lo advierte?
Así como la noticia no es el hecho,
sino el relato de ese hecho, es posible afirmar que el periodismo
cultural que hacemos en Aguascalientes no refleja y no relata la
realidad artística, cultural, académica de Aguascalientes. Este
periodismo cultural no se corresponde puntualmente con la realidad a
la que se refiere, ni la revela ni la construye.
Las noticias las hacemos nosotros, los
periodistas. En Aguascalientes el perverso modelo de negocios del
periodismo permite que la agenda (también la agenda cultural, o su
menosprecio) sea impuesta por las élites del poder local.
Pero la corresponsabilidad del
mantenimiento financiero, el desarrollo de los proyectos
empresariales, corresponde también a otros actores, particularmente
a los artistas -y a los académicos que reflexionan sobre el arte y
la cultura- y, muy marcadamente, a los lectores.Artistas que no leen.
Lectores que no leen. Nadie lee; nadie paga.
¿De qué hablamos cuando hablamos de
periodismo cultural? Desde luego, de la cartelera, que es en donde se
queda plácidamente la mayoría de los intentos de lo que sin embargo
nos empeñamos en seguir llamando periodismo cultural. Lo único que
parece preocupar a programadores y artistas: que me mencionen en la
prensa cuando estreno.
La cartelera, y los boletines de prensa
asociados (no siempre bien hechos, casi siempre muy mal
distribuidos), la cartelera y los boletines de prensa como el non
plus ultra de un periodismo cultural mediocre. Una mínima audacia
temática son las efemérides: hace tantos años que nació o que
murió fulano o que se inauguró tal o cual edificio o la fiesta
religiosa en un país risiblemente laico, las entrevistas de dossier
por la repentina muerte de un famoso.
El periodismo cultural ha de ser un
periodismo comprensivo, un periodismo que com-prende. De ahí la
necesidad del distanciamiento, en el espacio y en el tiempo, un
distanciamiento que ha de llevarnos a traspasar o a ignorar
fronteras, quizá a insinuar nuevas fronteras.
El periodismo como una incesante conversación: un diálogo que
siempre está cruzando fronteras: entre el pasado y el futuro para
entender y narrar el presente, entre generaciones y entre culturas,
entre disciplinas y locuras. Dialogar con los especialistas o los más
curiosos en cierta disciplina: entender al cine desde la pintura, al
teatro desde la música, a la fotografía desde la arquitectura. El
azar del caleidoscopio, el periodismo cultural como un enorme cubo de
Rubik que no espera ser resuelto sino continuamente manipulado.
El ejercicio del periodismo cultural como un continuo spin: movernos
alrededor de la realidad, a través de la realidad, el esfuerzo
-intelectual, a veces puramente físico- de explorar el espacio a la
búsqueda de una perspectiva diferente: tenemos que movernos
nosotros, o mover al objeto; el distanciamiento: a veces tenemos que
entrecerrar los ojos para concentrar la mirada, y descubrir signos
elocuentes en el campo visual periférico. El periodismo desde el
lado oscuro de la sala, para utilizar la feliz expresión de la
doctora Lucina Jiménez.
Siempre es posible encontrar un espacio (un tiempo) en el que
coincidan incluso los seres más divergentes, así sea tan fugaz como
el choque de partículas subatómicas que permite descubrir su
existencia a partir de sus efectos, no sensibles. El periodismo
cultural puede ser también la sonrisa del gato de Cheshire:
permanecer en la imaginación del público cuando el acto artístico
ha terminado.
Los cambios culturales son los más
lentos, su duración es al menos de una generación. Nuestra tarea
(nuestra responsabilidad) como periodistas culturales no es anunciar
lo que se presentará mañana o la próxima semana, sino estudiar y
mostrar lo que está sucediendo ahora mismo pero que alterará la
vida cotidiana de la próxima generación. El periodista cultural
debe saber mirar ese movimiento imperceptible, llamar la atención
hacia ese movimiento imperceptible.
Ahí está el huevecillo de un gran
reportaje acerca de algo que ya empieza a ser perceptible y que
pronto nos estallará en la cara. Es el umbral, que pronto
atravesaremos horrorizados, de la cuarta gran transformación
cultural de Aguascalientes: el ferrocarril, el auge y la repentina y
todavía inexplicada desaparición de los viñedos y los deshilados
como referencia económica y cultural de Aguascalientes, el INEGI, y
ahora Nissan.
Parece un exceso retórico, pero sé
que esta última gran transformación cultural es la que colapsará a
la ciudad de Aguascalientes: su metropolización, su
des-humanización. La ciudad como el gran artefacto humano, el
automóvil como el gran enemigo de la ciudad. Una ciudad ha de ser
tan grande como la población que cabe en su plaza principal, una
ciudad (humana) ha de ser de tal magnitud que nos permita caminarla
de extremo a extremo sin fatiga, con sus límites siempre a la vista.
Ciudad, tiempo libre, vida cotidiana.
Ciudad y cultura. “Una ciudad es incluso más poética que el
campo, pues mientras la Naturaleza es un caos de fuerzas
inconscientes una ciudad es un caos de fuerzas conscientes”, dice
G. K. Chesterton (aunque a propósito de la novela negra, en un
librito de Andreu Martin). La ciudad, el gran artefacto humano por
excelencia, es la referencia fundante del periodismo cultural.
Transformamos la realidad en la medida
y de la manera en que logramos cambiar la forma de acercarnos y
comprenderla. Transformamos la realidad en función de nuestra
transformación al acercarnos a la realidad y proponer una
interpretación.
El periodismo cultural como una
realidad aumentada, sólo que no con recursos tecnológicos sino con
los viejos y siempre ricos recursos de la imaginación y la retórica.
El periodismo como parte integrante de un modelo de comunicación
cultural ahora ausente en las instituciones del arte y la cultura de
Aguascalientes. El periodismo que acompaña a la cultura.
Esta conferencia fue presentada el 28 de octubre de 2016 en el Laboratorio Universitario de Periodismo de la Universidad Autónoma de Aguascalientes (Locus), y es la base del ensayo que entregaré como producto terminal del proyecto Seminario de Periodismo Cultural en Aguascalientes, que se desarrolla durante 2016 con recursos del Programa de Estímulo a la Creación y el Desarrollo Artístico de Aguascalientes (PECDA).
Esta conferencia fue presentada el 28 de octubre de 2016 en el Laboratorio Universitario de Periodismo de la Universidad Autónoma de Aguascalientes (Locus), y es la base del ensayo que entregaré como producto terminal del proyecto Seminario de Periodismo Cultural en Aguascalientes, que se desarrolla durante 2016 con recursos del Programa de Estímulo a la Creación y el Desarrollo Artístico de Aguascalientes (PECDA).
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