viernes, 28 de octubre de 2016

El periodismo que acompaña a la cultura

I.

Si organizamos un acto cultural, como éste, es frecuente que llegue menos gente que la deseada. Entonces, buscando explicaciones o asignando culpas, decimos que “no hubo difusión”.

Pero realmente debe decirse que hubo una mala difusión: insuficiente, inoportuna o, más comúnmente, impertinente. Es decir, que falló alguna forma de periodismo cultural.

¿Quiénes queríamos que vinieran?, ¿esos que queríamos que vinieran, cómo se enteran de lo que les interesa?, ¿fuimos ahí a donde ellos se enteran para enterarlos, con el lenguaje al que están acostumbrados?, ¿utilizamos los recursos del periodismo cultural más adecuados precisamente para esas personas, esos intereses, esas plataformas?

Siempre me ha asombrado la rapidez con la que se difunden -se viralizan, se dice ahora- las noticias de los actos artísticos o culturales que desde el periodismo cultural despreciamos: el cantante grupero de moda anuncia que estará en Aguascalientes, y a los pocos minutos el post ya tiene decenas o cientos de likes, y en unas horas ya ha sido envidiablemente comentado y compartido hasta cubrir a toda esa comunidad de fans.

¿Y los que no tienen acceso a internet? Seguramente miraron de paso una barda pintada, o escucharon en el camión que alguien enterado se lo platicó a alguien interesado y todos se entusiasmaron y empezaron a hacer cuentas para la quincena.

Likes y fans. Tal vez en estas palabras, del nuevo vocabulario impuesto por las “redes sociales”, se encuentre una pista para mejorar nuestra comunicación con esos posibles nuevos públicos de lo que desde el periodismo cultural apreciamos: me gusta, te sigo; no me gusta, no te sigo. Tan sencillo.

Nos movemos ignorando la violenta frontera entre lo que le gusta a la gente y lo que nosotros decidimos que debe gustarle a la gente. Nos cuesta reconocer que trabajamos para la “inmensa minoría”, contra el gusto de la mayoría.

¿Y cómo construimos el “buen gusto” de la mayoría, ahora ganada por los discursos más banales, por la música más rudimentaria, por las películas de acción, por los best sellers? Volviendo la vista hacia el infinito horizonte, expandiendo el universo de temas, procurando la conexión entre lo que escribimos y la vida cotidiana de nuestros lectores.

Lo dice la periodista mexicana Alma Guillermoprieto en una entrevista reciente con El País: “hemos hecho mal en no acompañar a la gente en sus verdaderas preocupaciones. Somos finalmente una minoría, parte de una élite, aunque muchos periodistas provengamos de las clases populares. Pero ya de hecho somos una élite y nos ocupamos de las cosas que les preocupan a las clases liberales. Una de las cosas que descubrí en la revolución es que a la mayoría de la gente no le interesa la revolución. Lo que quieren es vivir en paz, y a nosotros los periodistas nos interesan las revoluciones. Ahí hay ese desfase entre los periodistas y la gente”.

Cultura es todo, dice la definición más simple. O mejor: cultura es todo lo que hacemos y cómo lo hacemos. Pero si cultura es todo, ¿en dónde están los límites del periodismo cultural? En donde queramos colocarlos, pero la clave para no dispersarnos en la nada sigue siendo la misma: la materia del periodismo cultural es lo que toca la vida cotidiana de nuestros lectores. ¿Cómo enriquecemos el gusto de nuestros lectores? Si logramos que la gente hable de lo que les proponemos, que lo hagan parte de su conversación cotidiana.

Comentar y compartir.

¿Cómo logramos, con el periodismo cultural, que don Pancho que da bola en la plaza platique con su momentáneo cliente del paro técnico del transporte urbano pero también de PostMortem 9, el festival de cortometrajes de horror y bizarros?, ¿o que doña Concha que ahí vemos pasar con su bolsa al mercado se detenga y se quede un ratito a escuchar una mesa de lectura del Encuentro de Poetas del Mundo Latino?

El objetivo del periodismo cultural es doble. Por una parte, como lo ha pedido insistentemente Gabriel Zaid, el objetivo del periodismo cultural es elevar el nivel de la conversación pública; el periodismo cultural debe iniciar conversaciones. Por otra parte, el objetivo del periodismo cultural es formar públicos: lograr que haya un público donde ahora no lo hay, y también que esos públicos, los públicos existentes y los nuevos públicos, tengan más y mejor información, para formar una opinión más firme, y de esta manera asegurar la acción que deseamos: que vayan a escuchar una conferencia o un recital de poesía o una presentación editorial, que se muevan a mirar una exposición o una película o un espectáculo coreográfico, que participen en la formulación y la ejecución de políticas públicas para el cuidado del patrimonio arquitectónico o para el fomento de la lectura, que exijan cuentas claras a los funcionarios y a los becarios acerca del uso del dinero fiscal.

Para eso es, para eso debe ser el periodismo cultural.

Debe haber una correspondencia conciente y explícita entre el periodismo y la realidad: formamos públicos, y así alteramos la realidad. Comprender para entender, entender para relatar, relatar para enterar, enterar para comprender. Entender la realidad como condición necesaria, nunca suficiente, para transformar la realidad. Así cerramos el círculo virtuoso con nuestros lectores, que son los (únicos) que dan sentido a nuestro trabajo.

Pero si queremos hacer periodismo cultural para formar públicos debemos, primero, decidir a quiénes, luego averiguar cómo se enteran de lo que les interesa, enseguida encontrar o imaginar vinculaciones entre lo que les interesa y lo que podría enriquecerlos, y entonces, sólo entonces, empezar a diseñar productos de comunicación.

Un síntoma significativo del estado del periodismo cultural que hacemos, y que leemos, es la costumbre de hablar de “eventos” culturales. Pero un evento es algo que sucede como podría no haber sucedido, algo accidental, incluso catastrófico, indeseable. Si sé cuándo, a qué hora, en dónde, quién presenta qué, entonces está programado, no es un evento. El periodismo cultural es el periodismo que acompaña a la cultura, en todo el proceso: el artista no lo es sólo cuando está sobre el escenario, el periodista cultural no ha de serlo sólo para anunciar que un artista estará sobre un escenario.

El artista lo es desde que concibe un espectáculo, lo gestiona, lo ensaya, el artista no lo es sólo cuando está en el escenario. Por eso hablo del periodismo que acompaña a la cultura, a todo el proceso de la creación artística, a todo el proceso de la reflexión académica sobre esa actividad artística.

Frecuentemente lo que se presenta y consumimos como “periodismo cultural” es apenas un relato de la cartelera, y la cartelera es un boletín institucional: relatamos boletines. Peor: el periodismo cultural muy frecuentemente sólo anuncia el estreno de una temporada, o la inauguración de una exposición, muy frecuentemente sólo reporta o cronica lo que sucedió en ese estreno o en esa inauguración, pero (casi) nunca explica lo que sucedió antes ni, mucho menos, sugiere lo que sucederá después de ese estreno o de esa inauguración.

Sabemos que la noticia muere en cuanto nace. ¿Y a dónde van las noticias cuando mueren?: se convierten en información, una experiencia personalísima e intrasferible, condición necesaria aunque no siempre suficiente para integrar una opínión propia. La información es siempre anterior a la opinión, sin información suficiente no puede haber opinión eficiente.

Formar, difundir, manejar la opinión no es el fin del periodismo, sino apenas una condición de su misión: provocar acciones, hacer que el público no sólo se informe, no sólo opine, sino que haga algo. De la información a la opinión a la acción: un periodismo de acción. ¿Y cuál ha de ser la acción del periodismo, específicamente del periodismo cultural?: formar públicos. Formar públicos en lo cuantitativo (que haya públicos donde no los había), y formar públicos en lo cualitativo (informar su opinión, y orientar su opinión hacia la acción).

El periodismo cultural más allá de la cartelera, más allá del estreno, más allá de los boletines.

Los cambios culturales son los más lentos. Suelen percibirse sólo después de un dilatado tiempo, a veces más de una generación, o incluso más. Los cambios culturales son también los más profundos, tal vez por eso mismo. Sus raíces pueden destruir cimientos. Están ocultos muy debajo del oleaje más violento: el cambio no es ese oleaje, que se disipará pronto; el cambio sucede más cerca del inestable lecho marino, ahí donde nuestra vista no llega.

Por eso los periodistas culturales, además de ser periodistas cultos, deben desarrollar una especial capacidad para la observación. Si el periodista observa las constantes y las anomalías para imaginar sus temas, para gestionar sus fuentes, para construir sus noticias, su observación de estas constantes y anomalías ha de ser particularmente cuidadosa. El periodista cultural otea mucho más allá de hoy, hacia atrás y hacia adelante. El periodista cultural documenta el pasado e imagina el mañana.

Juan Villoro ha observado cómo el desprecio a la cultura se expresa en los periódicos con el hecho de que es la primera sección -¡cuando existe!- que se cierra y se “tira”, de manera que una conferencia como ésta, que sucede después de esa hora de cierre y “tiro”, si acaso, será mencionada en la sección de información cultural de pasado mañana. El periodismo cultural, dice, es “el periódico de antier”.

Esto puede ser una ganancia para la narratividad y el estilo del periodismo cultural: tenemos un día más para escribir. Alejados, así sea por el desprecio, de la premura impuesta a las secciones “duras”, que además son las más generosamente patrocinadas, podemos escribir “bonito”, que es lo que se espera de un periodista cultural (escribir “bonito” sin sacrificar la claridad, una sencilla elegancia). Uno de los planos en los que se acercan el periodismo y la literatura. Por cierto, la narratividad específica del periodismo cultural exige un dominio pleno del lenguaje, de la gramática, de la ortografía.

A mí me gusta imaginar al periodismo cultural como el periodismo de mañana: un periodismo de anticipación, que documenta, acompaña, narra los cambios profundos en la cultura de una sociedad. Y mi mejor ejemplo sigue siendo una noticia perdida entre tantos otros boletines, a principios del año pasado: en 2014, en Aguascalientes hubo más automóviles fabricados que niños nacidos. Ningún periodista -ningún periodista cultural- se ocupó de documentar el contexto ni de investigar las derivaciones de esa noticia, que tal vez lo sea ahora para ustedes.

Hoy viernes en Aguascalientes encuentro al menos trece opciones artísticas y culturales, todas atractivas. Tal vez dos o tres son mencionadas por la prensa, mencionadas y nada más. Entonces, ni la simple cartelera ni la investigación a fondo de motivos y tendencias.

Desde el periodismo cultural no le llevamos el paso al arte y la cultura de Aguascalientes.


II.

Cualquiera puede ser periodista cultural. Cualquiera debe poder ser periodista cultural. Cualquiera debe poder aprender a ser periodista cultural. Además de un derecho elemental de expresión, es un ejercicio elemental de nuestros derechos culturales.

Con este principio, durante cuatro años coordiné un taller de periodismo cultural en CIELA Fraguas, siete generaciones en las que participaron unas treinta personas, hombres y mujeres de diversas edades y formaciones que, al cabo de unas cuantas sesiones, seguramente no eran periodistas culturales plenos (aunque me sorprendieron con varios textos muy bien hechos, y que fueron publicados), pero -creo- sí eran mejores lectores, radioescuchas, televidentes de información cultural. Y eran mejores públicos.

El aprendizaje del periodismo cultural es continuo, permanente, inacabable. Con la mente abierta, la mano suelta, acompañados por libros estimulantes y maestros inteligentes.

El periodismo cultural es un oficio, un oficio especializado, como cualquiera otro. Como cualquier oficio, hay dos maneras de aprenderlo: o en una escuela, y ya veremos cómo ninguna escuela universitaria de Aguascalientes, pública o privada, enseña específicamente “periodismo cultural” ni siquiera como un curso opcional o de verano; o pegándomele a un maestro en su talacha diaria, pero es evidente que en nuestra ciudad apenas hay espacios en donde se publique regularmente alguna nota suelta sobre el arte y la cultura de Aguascalientes.

En el modelo de negocios de las empresas de la información en Aguascalientes resulta que la cultura no es rentable. Mi sección de información cultural en El Sol del Centro yo la “vendía” como un nuevo servicio a los lectores, como la apertura de una nueva cartera de anunciantes, como valor agregado a la marca editorial. Terminó siendo aprobada sólo porque fue una decisión personal de la jefa en la Ciudad de México, que me conocía de treinta años atrás, y que así lo ordenó al director de acá; cuando hubo cambio de dirección, catorce meses después, la sección se suspendió repentinamente, sin más explicación que “nos ordenaron que ya no paguemos honorarios”.

Honorarios que, por cierto, eran muy bajos, insuficientes para pagar las cuentas, sin seguro médico y, como vemos, sin ninguna estabilidad ni garantía de permanencia y desarrollo. Buscando alternativas para continuar la publicación de la sección, en otro periódico me encontré con posibilidades laborales incluso peores. ¿Por qué sucede esto?

¿Por qué no podemos vivir, vivir bien, haciendo periodismo cultural en Aguascalientes? ¿Estamos mal preparados desde la escuela, dejamos de estudiar cuando egresamos, no nos mantenemos al tanto de las novedades tecnológicas, seguimos haciendo el periodismo que aprendimos y nos desentendemos de las novedades temáticas y narrativas, de plano despreciamos todo lo que no se ajusta a nuestras ideas de periodismo y de cultura? ¿Nuestros maestros son malos, nuestras referencias bibliográficas y hemerográficas son pobres, nuestro horizonte académico y profesional se agota frente a nuestras narices?

Por qué no pagan quienes pagan. Los dueños de los medios, o los funcionarios a cargo de publicaciones y oficinas de información institucionales, o los anunciantes y los patrocinadores, los “malos de la película” que más frecuentemente citamos. ¿Por qué no hemos sido capaces no sólo de agregar valor a la información cultural, sino de revelar, de hacer muy evidente, el valor de la información cultural?

Pero también los artistas, que desprecian el trabajo especializado de los periodistas culturales (y de los gestores culturales), piensan que son actividades tan elementales que cualquiera puede hacerlas, y ellos mismos las hacen. Y las hacen mal, cómo no.

Y, por fin, los lectores. El poco entusiasmo y el escaso rigor con los que se hace periodismo cultural en Aguascalientes tiene una correspondencia puntual con el poco entusiasmo y el escaso rigor con los que se busca, se lee, se estimula el periodismo cultural en Aguascalientes.

¿Cómo pensar en contratar y en pagar bien a los periodistas culturales, si los dueños y los anunciantes de los medios -y los funcionarios a cargo de las instituciones que manejan información cultural- no aceptan el valor del periodismo cultural? ¿Cómo, si los lectores no parecen dispuestos a pagar (bien) por el periodismo cultural que se hace y se puede hacer en la prensa, la radio, la televisión, internet...?

El periodismo en México nació como periodismo cultural. ¡Y en Aguascalientes!: la maestra Sofía Ramírez, en la “mesa de verano” del Seminario de Periodismo Cultural en Aguascalientes, hizo una revisión de publicaciones periódicas hechas aquí a finales del siglo antepasado y principios del siglo pasado, periódicos que eran referencias regionales y nacionales, no políticos sino literarios. De pronto, todo terminó.

¿Qué pasó? Las condiciones históricas cambiaron, claro. Pero también desapareció de Aguascalientes, por muerte o mudanza, esa primera generación de fundadores de instituciones locales, despreocupados por la continuidad de su empeño.

Lo ha observado Gabriel Zaid: “la cultura, que ahora está como arrimada en la casa del periodismo, construyó la casa”. Y ahora es expulsada de ahí.

En México, la información de cultura en Excelsior volvió a estar en una sección propia, La Razón inició su suplemento sabatino El Cultural que en octubre llegó a su número 70, Confabulario de El Universal se mantiene -como se mantienen Laberinto en Milenio, y La Jornada Semanal que resiste a la muerte de su último director Hugo Gutiérrez Vega- y además está produciendo otra vez Confabulario TV con Canal 22.

En Aguascalientes, El Sol del Centro canceló la que durante catorce meses fue la única sección de información cultural en la prensa estatal (La Jornada Aguascalientes no publica diariamente, publica muchos boletines aunque tiene la agradecible decencia de anunciarlos así, y no se concentra en el arte y la cultura locales sino en lo que más le interesa a su editor), y no es un secreto la deriva comercial de las estaciones de Radio y Televisión de Aguascalientes; en contraste, una muy buena noticia es el inicio de transmisiones en señal abierta de TV UAA.

El modelo de negocios de la prensa tradicional entró en crisis desde hace varios años, y debió agregarse a las nuevas plataformas tecnológicas no sólo para sobrevivir sino para seguir desarrollándose.

Se abaten la rapidez y los costos para el manejo de la información y la publicidad de las noticias: se “abarata” el periodismo, porque estos atributos afectan también, sobre todo, a la raíz oculta, la investigación (la verificación, la contextualización, la edición), y porque este abaratamiento propicia la proliferación de periodistas amateurs, o de plano de falsos periodistas, que impiden que sea bien pagado el trabajo profesional de los periodistas culturales.

Un riesgo adicional del periodismo amateur en las “redes sociales” es que se crea la ilusión de que se forman públicos porque se llega a más gente, y más rápido. Pero esa gente a la que se llega es la que tiene acceso a internet (y al teléfono, y a la electricidad, y con capacidad para comprar una computadora), y se ignora a amplísimos sectores de la población, ¡la mayoría!, que se mantienen al margen y alejados de la información de arte y cultura.

Apps, redes sociales, streaming, noticias en tiempo real, la multiplicación de las técnicamente deplorables transmisiones en vivo por Periscope o en Facebook Live, textos multivinculados y siempre acompañados por audio e imagen, la moda reciente del GIF...

Lo importante es afirmar que todo esto es periodismo más tecnología, y lo que cambia es la tecnología, y sus usuarios. La esencia del periodismo debe seguir estando ahí, es la condición para que el periodismo cultural siga desarrollándose, no podemos permitir que desaparezca en la bruma de las novedades tecnológicas.


III.

Los nuevos periodistas, los periodistas “nativos digitales”, no pueden imaginar las viejas redacciones de los periódicos pobladas por el humo del tabaco, el ruido, el olor a tinta (y, con frecuencia, a alcohol).

Cuando yo salía de la escuela de periodismo y me iniciaba en el periodismo profesional, hace treinta y cinco años, en un mundo sin internet ni teléfonos celulares, sin Google ni correo electrónico, era una subversiva novedad la sola presencia de los “periodistas de escuela”, como nos llamaban con temeroso desprecio los viejos de la tribu formados en la calle.

La competencia generacional ahora nos encuentra en un mundo poblado por soft news. Estamos en la civilización del espectáculo. Fragmentos desarticulados y efímeros, información que se desvanece en la nada pero que trota irresponsablemente hacia la opinión, sin embargo trivializada en un simple “Me gusta” (me encanta, me divierte, me asombra, me entristece, me enoja), que se confina en 140 caracteres o, mucho peor, que se disuelve instantáneamente en una detestable imagorrea, la enfermiza compulsión a tomar una foto de lo que sea y enseguida olvidarla, basura digital.

En estas condiciones, con un público así dispuesto, no informamos para formar opinión, no informamos para iniciar conversaciones, no informamos para formar públicos: informamos para lograr likes, “generamos contenido” para ganar un tráfico acelerado hacia la nada.

En la apertura del Hay Festival Segovia 2016, el 23 de septiembre, el director adjunto de El País, David Alandete, dijo que “frente a un bloguero, por ejemplo, el periódico ofrece rigurosidad, calidad y contenido añadido”, y así previó la evolución a “un modelo donde gane la última hora y la información desnuda, que se encontrará de forma gratuita, mientras que las columnas o los reportajes e informes amplios requerirán un registro en el que los lectores se comprometan a ver la publicidad que financia al medio, o el pago por contenido”. Según él, ha habido “un cambio en el tipo de formación que se requiere de los periodistas, que ahora deben conocer otras narrativas en un momento en que la relación se produce a través del teléfono móvil”.

Carlos Chimal, uno de los grandes divulgadores de la ciencia en México, habla en su más reciente libro, “El universo en un puñado de átomos”, de un “periodismo de pisa y corre”, contra el periodismo que acompaña y documenta los procesos de los creadores, “pero eso exige más tiempo y no todos están dispuestos a invertirlo”, dice. O a pagarlo.

Julio Aguilar, el editor de cultura en El Universal, señala que ahora ya no se editan periódicos sino que se generan contenidos para diversas plataformas y soportes, y cita a Fernando Savater: “Los periódicos han muerto, viva el periodismo”.

Nuevas herramientas, nuevas formas, nuevos públicos, realidad cambiante del arte y la cultura en Aguascalientes, particularmente por la multiplicación de egresados de escuelas universitarias. Una nueva realidad, y ante esta vertiginosa novedad el periodismo cultural no lleva el paso.

Imagino un periodismo cultural más allá de la cartelera, más allá de las efemérides, más allá de los boletines de prensa, un periodismo cultural más allá de las bellas artes o de las grandes fiestas religiosas o populares, un periodismo cultural más allá del documental histórico que con frecuencia es una cómoda coartada para no entrar a los grandes temas actuales.

Un periodismo colectivo, un periodismo de colaboración, un periodismo multimedia y multiplataforma. Periodistas culturales glocales, todoterreno. Un periodismo que no se queda quieto, un periodismo que camina, un periodismo que ve y que va más allá.

Observa José Carlos Castañeda en su artículo para el suplemento El Cultural de La Razón, el sábado 10 de septiembre: “La escritura de Walter Benjamin proviene de la calle, de los cafés y los pasajes interiores de la desesperanza. En todo este trayecto de una larga huida, Benjamin inventó en sus cuadernos un nuevo género literario: la crítica cultural. Una extraña amalgama de historia, sociología, filosofía, literatura, crónica de viajes y relatos breves”. El personaje por excelencia que define a Walter Benjamin, autor del fragmentario e inconcluso “Libro de los pasajes”, es “el flâneur, una suerte de vagabundo, paseante solitario y marginal de una historia paralela. La fisonomía de este nuevo actor, oculto en la multitud mientras husmea en los resquicios de la vida urbana, abre un nuevo campo de estudio donde el arte y la historia se entrecruzan con la rebelión y la catástrofe”.

La calle, como los sueños, es el principal surtidor de temas para el periodismo cultural.

El periodista es alguien que busca datos y los relaciona mediante una narrativa para proponer un significado. Alejamientos, acercamientos, desplazamientos alrededor y a través de nuestro objeto: el periodismo es ese juego con esos objetos, entidades reales o figuradas que tratamos como fuentes de datos; de esa manera, y sólo de esa manera, hemos de lograr la anhelada “objetividad”, el juego con los objetos, la fusión de nuestra mirada con los objetos.

No hay una realidad, hay miradas -y relatos- diversos sobre la realidad: la noticia no es lo que sucede, la noticia es el relato de lo que sucede. Los datos por sí mismos no significan nada, los datos valen sólo por su relación con otros datos, por la manera como los relacionamos a la búsqueda de un significado; por eso los mismos datos pueden tener significados diversos, divergentes, controversiales.

“Escribir contra el público”, sugiere el periodista argentino Martín Caparrós: desafiar a los lectores, contarles lo que no tienen interés por conocer, “nuestro trabajo como periodistas es ofrecer lo que merece ser contado, no lo que supuestamente pide el público”, dice en una entrevista con Excelsior. Y así regreso a la observación de que somos elitistas, quizá incluso antidemocráticos, porque trabajamos esencialmente para un público muy menor, “la inmensa minoría” como diría don Alfonso Reyes.

Héctor Aguilar Camín cita en Milenio la conferencia de Samil Ismail quien menciona a la amígdala, la glándula del sistema límbico que acompaña desde siempre al homo sapiens: es “el segmento del cerebro que produce el miedo... El homo sapiens podía equivocarse en apreciar la belleza de un crepúsculo, pero no en desoir el rugido de un león cercano”. La amígdala, comenta Aguilar Camín, sigue ahí “oyendo con mayor atención los peligros y las catástrofes que los logros y los goces”. Es la diosa de las malas noticias, nuestra diosa cínica: las buenas noticias no son noticias, como lo confirmaron los comunicólogos asesores del presidente Enrique Peña Nieto en su fallida campaña “Lo bueno casi no se cuenta, pero cuenta mucho”.

El periodista es alguien que busca datos, y a cada dato corresponde una fuente; los datos son el sustento de una noticia (una noticia es sustantiva, nunca adjetiva). Buscamos datos y con ellos construimos relatos significativos, que al dejar de ser noticia -esto es, en cuanto se publican- se convierten en información que sustentará la opinión; pero no trabajamos para hacer opinión, sino para propiciar la acción: queremos que nuestro lector haga algo, queremos mover a nuestro lector.

El periodista propone la actualidad, parte fundamental del trabajo del periodista es imaginar noticias. Imaginar noticias, no inventarlas: en el decálogo del periodista tal vez el mandamiento principal es “no supongas”: si tu madre te dice que te ama, verifícalo con dos fuentes. Si no sabes algo, investiga; si no entiendes algo, haz periodismo.

Datos, personajes, imágenes, ideas, opiniones. Estos son los orígenes, los motivos, las condiciones previas necesarias de los géneros periodísticos. Para relatar lo que sucede, el periodismo dispone de otros, ricos recursos: los ignorados géneros periodísticos.

En este proceso se revela con frecuencia, por su ausencia, la importancia esencial del editor, un periodista superior. El periodista es su primer editor, y su primer lector. “Los editores son la gran ausencia en Internet”, observa Alma Guillermoprieto en esa misma entrevista con El País. Esta ausencia ha hecho de internet la gran legión de imbéciles que observó Umberto Eco.

Captar los momentos importantes y extraer la esencia de los acontecimientos, eso es ser un buen reportero. Seleccionar y jerarquizar adecuadamente los datos, eso es ser un buen editor.

A cada dato una fuente verificable. Contexto y seguimiento. La información siempre es anterior a la opinión, y la opinión es estéril si no imaginamos una acción. Principios elementales de un ejercicio del periodismo al que le da sentido una lectura necesariamente crítica, sin la cual, sí, estaremos haciendo un periodismo sin sentido. La ética del periodismo, el “zumbido del moscardón”, siempre presente aunque lo ignoremos, según lo fijó el periodista Gabriel García Márquez.

Y desde luego cuando hablo de periodismo cultural me refiero al que se ejerce en cualquier plataforma, o en cualquier “soporte” como solemos repetir en el todavía apocalíptico diagnóstico de la inminente muerte de la prensa que se anuncia desde hace tantos años. Lo racional contra lo emocional, lo reflexivo frente a lo instintivo, el periodismo cultural se hace y se usa en función de su plataforma de difusión: a la prensa se le respeta, a la televisión se le admira, a la radio se le quiere... a internet se le cree y se le perdona todo.


IV.

Escribimos no para nos lean, sino para que nos respondan. Hacemos periodismo para iniciar conversaciones, hacemos periodismo cultural para llevar el arte y la cultura a la mesa de la cena, que al final de la jornada no se platique sólo de telenovelas o de futbol, permear al lenguaje cotidiano con el lenguaje del arte y la cultura.

A propósito de la indignada discusión por la invitación a la Feria de las Letras en San Luis Potosí del (supongo) comediante Yordi Rosado, un “creador y gestor literario” sanluisino, Joserra Ortiz, citó el prólogo de Manuel José Othón a su libro “Poemas rústicos” (1902): “El ideal estético de todas las épocas, y especialmente de la actual, es que el arte ha sido y debe ser impopular, inaccesible al vulgo. Cuando más se ha extendido o se extienda su culto, será porque el vulgo ha ido o irá ascendiendo, abandonando, por lo mismo, su naturaleza; mas no porque el arte baje, pues es imposible que pierda su sustantividad. Esto no quiere decir que el artista deba producir sólo para los iniciados en las fórmulas técnicas del procedimiento: se debe componer, pintar, esculpir para todos los espíritus finos y ya sensibilizados que forman una porción de inteligencias educadas, de almas accesibles y apercibidas a recibir y retener la impresión estética. Y en los momentos presentes esas inteligencias, esas almas no son tan raras como se cree, pues abundan”.

Si hemos de criticar políticas públicas, en la ciudad de San Luis Potosí agregaron la cultura a una dirección de turismo. En Aguascalientes, con un propósito similar que ahora se olvida, se puso a la Orquesta Sinfónica de Aguascalientes a tocar chuntata con Los Ángeles Azules, exitosísimo -como Yordi Rosado en la literatura- pervertidor de la cumbia.

Pero no es de eso de lo que ahora me interesa hablar, sino de ese concepto así formulado por Othón: el trabajo del periodista cultural, y de cualquiera otro gestor-promotor-animador de la cultura y de sus expresiones artísticas, ustedes y yo, nos preparamos para un trabajo democratizador pero antidemocrático, una paradoja de la que debemos hacernos cargo antes de avanzar.

De ahí el suplicio de Sísifo que significa nuestro trabajo: tanto esfuerzo para fomentar la lectura, por proponer temas y obras propicias, y nos traen a un Yordi Rosado que realmente nada tiene qué decir para el tema; tanto esfuerzo para fomentar el buen gusto musical, tanto esfuerzo para crear un público para la OSA, y nos la ponen a tocar chuntata nomás porque les gusta a los programadores culturales de la Feria Nacional de San Marcos.

Pero, sin duda, es algo que tiene que seguir haciéndose. Arturo Pérez-Reverte, viejo reportero en territorio comanche, ha dicho que los periodistas culturales somos como la orquesta del Titanic, “que suena no para adormecer conciencias sino como compañía y alivio de muchos. Como último bastión. Como analgésico que no quita la causa irremediable del dolor, pero lo alivia”. Héctor de Mauleón, que también algo sabe de esto, decía en Mérida (en marzo, en el Segundo Encuentro de Periodismo Cultural dentro de la Feria Internacional de la Lectura Yucatán) que el periodismo cultural se entiende como “el oasis frente al horror”, “una habitación bien decorada donde sea agradable estar después de atravesar el infierno del mundo”. Pero una habitación al fondo, donde vive “la loca de la casa”, la imaginación.

Un buen motivo para persistir en el periodismo cultural “de campo” sería el reconocimiento de un error frecuente en la gestión cultural y la elaboración de políticas públicas de las instituciones de cultura: no se trata de “llevar la cultura a todos”, sino de ir a donde la cultura de por sí se desarrolla y de -ahí mismo- proponer espacios de diálogo e interpelación. Ir a donde está la cultura -los barrios, los pueblos, las calles- y traerla al gran espacio público desde donde se disemine. Ese es trabajo del periodismo cultural: hacer visible, audible, tangible la cultura en sus múltiples formas y expresiones. La cultura más allá de la cartelera de las instituciones. La cultura está en todas partes, el periodismo cultural debe estar ahí también.

Informar, educar, entretener, son también nuestras responsabilidades profesionales. Todos los medios cumplen estas funciones, todos los medios deben cumplir estas funciones, y al hacerlo determinan a sus públicos. Desde el periodismo cultural hemos de distinguirnos por la selección de los temas, asombrar a nuestro público con temas originales y provocadores, una selección de temas (y la posterior búsqueda de fuentes) que requiere, a fuerzas, de periodistas cultos. Cien por una, decía con apenas un poco de exageración Ryszard Kapuściński: leer cien cuartillas antes de animarnos a escribir una.

Trabajamos para una muy pequeña minoría, hacemos periodismo desde la minoría. Entonces, debemos crecer en dos sentidos contrapuestos: sí, por la formación de públicos que se enteran de lo que les interesa (y no les interesa el arte y la cultura) en periódicos que despreciamos, pero también por la información de públicos tan habituados a la lectura que se enteran mejor -y les son más confiables intelectualmente- por libros.

Entonces hagamos periodismo en libros, hagamos libros. Yo mismo publiqué, en una edición de autor, 165 columnas “De cultura” publicadas semanalmente en siete diarios de Organización Editorial Mexicana, incluso El Sol del Centro. La Colección Periodismo Cultural iniciada en 1994 por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, ahora Secretaría de Cultura federal, es una serie creciente de 69 libros compilados por otros tantos grandes periodistas culturales de México.

Un modelo de periodismo cultural más cercano, en el tiempo, en el espacio y en el cariño, es José Emilio Pacheco. Su legendaria columna “Inventario” es un ejemplo del periodismo cultural que necesitamos: escrupulosamente documentado, de muy largo aliento, impecablemente redactado.

Un periodismo alternativo, porque proponemos alternativas en la búsqueda de temas asombrosos y provocadores, en la atención de fuentes novedosas e inesperadas, en el ejercicio de narrativas no sólo legibles y respetuosas del lenguaje sino de “literatura bajo presión”, en el uso arriesgado de plataformas y lenguajes y, por fin, en la gana de conectar precisamente con los nuevos públicos, que lo son no sólo por su edad sino además por su precario acercamiento a la creación artística y a la reflexión cultural; así, además y sobre todo, somos un periodismo alterativo.

Un periodismo cultural que trasciende generaciones, no sólo por la necesaria y problemática coincidencia (que siempre ha existido, de diferentes maneras) de periodistas maduros y periodistas jovencísimos, sino sobre todo por la perspectiva de su ejercicio profesional, que debe ser amplísima: otear desde una o dos generaciones anteriores los cambios culturales, esos cambios profundos y lentísimos que marcan la identidad de las comunidades, y proyectarlos una o dos generaciones más allá de la nuestra.

El periodismo cultural, para serlo genuinamente, ha de ser un periodismo de adelantados, un periodismo de frontera: “el periodismo que acompaña a la cultura”, que da cuenta de los lentos y dilatados procesos de creación artística y de intervención comunitaria para alterar la vida cotidiana. El “tejido social” que se agita y se desgarra, o que tersamente permite la agenda cotidiana, tiene más allá de la superficie cambios que se notan sólo si vamos más allá, periodismo de profundidad. Vuelvo al ejemplo de aquella nota perdida de 2014: más automóviles que niños, el colapso de la ciudad, que ya puede entreverse en los atascos insólitos hace apenas unos años, ¿quién lo advierte?

Así como la noticia no es el hecho, sino el relato de ese hecho, es posible afirmar que el periodismo cultural que hacemos en Aguascalientes no refleja y no relata la realidad artística, cultural, académica de Aguascalientes. Este periodismo cultural no se corresponde puntualmente con la realidad a la que se refiere, ni la revela ni la construye.

Las noticias las hacemos nosotros, los periodistas. En Aguascalientes el perverso modelo de negocios del periodismo permite que la agenda (también la agenda cultural, o su menosprecio) sea impuesta por las élites del poder local.

Pero la corresponsabilidad del mantenimiento financiero, el desarrollo de los proyectos empresariales, corresponde también a otros actores, particularmente a los artistas -y a los académicos que reflexionan sobre el arte y la cultura- y, muy marcadamente, a los lectores.Artistas que no leen. Lectores que no leen. Nadie lee; nadie paga.

¿De qué hablamos cuando hablamos de periodismo cultural? Desde luego, de la cartelera, que es en donde se queda plácidamente la mayoría de los intentos de lo que sin embargo nos empeñamos en seguir llamando periodismo cultural. Lo único que parece preocupar a programadores y artistas: que me mencionen en la prensa cuando estreno.

La cartelera, y los boletines de prensa asociados (no siempre bien hechos, casi siempre muy mal distribuidos), la cartelera y los boletines de prensa como el non plus ultra de un periodismo cultural mediocre. Una mínima audacia temática son las efemérides: hace tantos años que nació o que murió fulano o que se inauguró tal o cual edificio o la fiesta religiosa en un país risiblemente laico, las entrevistas de dossier por la repentina muerte de un famoso.

El periodismo cultural ha de ser un periodismo comprensivo, un periodismo que com-prende. De ahí la necesidad del distanciamiento, en el espacio y en el tiempo, un distanciamiento que ha de llevarnos a traspasar o a ignorar fronteras, quizá a insinuar nuevas fronteras.

El periodismo como una incesante conversación: un diálogo que siempre está cruzando fronteras: entre el pasado y el futuro para entender y narrar el presente, entre generaciones y entre culturas, entre disciplinas y locuras. Dialogar con los especialistas o los más curiosos en cierta disciplina: entender al cine desde la pintura, al teatro desde la música, a la fotografía desde la arquitectura. El azar del caleidoscopio, el periodismo cultural como un enorme cubo de Rubik que no espera ser resuelto sino continuamente manipulado.

El ejercicio del periodismo cultural como un continuo spin: movernos alrededor de la realidad, a través de la realidad, el esfuerzo -intelectual, a veces puramente físico- de explorar el espacio a la búsqueda de una perspectiva diferente: tenemos que movernos nosotros, o mover al objeto; el distanciamiento: a veces tenemos que entrecerrar los ojos para concentrar la mirada, y descubrir signos elocuentes en el campo visual periférico. El periodismo desde el lado oscuro de la sala, para utilizar la feliz expresión de la doctora Lucina Jiménez.

Siempre es posible encontrar un espacio (un tiempo) en el que coincidan incluso los seres más divergentes, así sea tan fugaz como el choque de partículas subatómicas que permite descubrir su existencia a partir de sus efectos, no sensibles. El periodismo cultural puede ser también la sonrisa del gato de Cheshire: permanecer en la imaginación del público cuando el acto artístico ha terminado.

Los cambios culturales son los más lentos, su duración es al menos de una generación. Nuestra tarea (nuestra responsabilidad) como periodistas culturales no es anunciar lo que se presentará mañana o la próxima semana, sino estudiar y mostrar lo que está sucediendo ahora mismo pero que alterará la vida cotidiana de la próxima generación. El periodista cultural debe saber mirar ese movimiento imperceptible, llamar la atención hacia ese movimiento imperceptible.

Ahí está el huevecillo de un gran reportaje acerca de algo que ya empieza a ser perceptible y que pronto nos estallará en la cara. Es el umbral, que pronto atravesaremos horrorizados, de la cuarta gran transformación cultural de Aguascalientes: el ferrocarril, el auge y la repentina y todavía inexplicada desaparición de los viñedos y los deshilados como referencia económica y cultural de Aguascalientes, el INEGI, y ahora Nissan.

Parece un exceso retórico, pero sé que esta última gran transformación cultural es la que colapsará a la ciudad de Aguascalientes: su metropolización, su des-humanización. La ciudad como el gran artefacto humano, el automóvil como el gran enemigo de la ciudad. Una ciudad ha de ser tan grande como la población que cabe en su plaza principal, una ciudad (humana) ha de ser de tal magnitud que nos permita caminarla de extremo a extremo sin fatiga, con sus límites siempre a la vista.

Ciudad, tiempo libre, vida cotidiana. Ciudad y cultura. “Una ciudad es incluso más poética que el campo, pues mientras la Naturaleza es un caos de fuerzas inconscientes una ciudad es un caos de fuerzas conscientes”, dice G. K. Chesterton (aunque a propósito de la novela negra, en un librito de Andreu Martin). La ciudad, el gran artefacto humano por excelencia, es la referencia fundante del periodismo cultural.

Transformamos la realidad en la medida y de la manera en que logramos cambiar la forma de acercarnos y comprenderla. Transformamos la realidad en función de nuestra transformación al acercarnos a la realidad y proponer una interpretación.

El periodismo cultural como una realidad aumentada, sólo que no con recursos tecnológicos sino con los viejos y siempre ricos recursos de la imaginación y la retórica. El periodismo como parte integrante de un modelo de comunicación cultural ahora ausente en las instituciones del arte y la cultura de Aguascalientes. El periodismo que acompaña a la cultura.


Esta conferencia fue presentada el 28 de octubre de 2016 en el Laboratorio Universitario de Periodismo de la Universidad Autónoma de Aguascalientes (Locus), y es la base del ensayo que entregaré como producto terminal del proyecto Seminario de Periodismo Cultural en Aguascalientes, que se desarrolla durante 2016 con recursos del Programa de Estímulo a la Creación y el Desarrollo Artístico de Aguascalientes (PECDA).

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