domingo, 1 de julio de 2018

Si yo votara...

Soy ademócrata. Sí, creo que la democracia es "un abuso de la estadística": inútil por imposible, imposible por inútil. No, no creo en el principio esencial de la democracia: que un voto es igual que otro voto; no creo que el voto de un idiota es igual que el voto de un político, no creo que mi voto sería igual que el voto de casi cualquiera de quienes he conocido. Sí creo también que depositar un voto en una urna es (tan simple, tan ingenua, tan hipócrita) la forma menos mala que han desarrollado los humanos para decidir quiénes representan y quiénes gobiernan a una sociedad compleja; una república, como lo es ahora este el país donde nací y trabajo. Y, sí, creo que votar es sólo el principio (no la conclusión) de un proceso continuo que, para hacer una democracia real, debe acompañar en cada momento a las tareas de representación y gobierno; la democracia, como forma de representación y gobierno de una sociedad compleja, debe ir mucho más allá de lo electoral.

He votado sólo dos veces, en más de cuatro décadas. Una, la primera posible, recién llegado a mi mayoría de edad, para contribuir (en 1979) al registro del Partido Comunista como un partido legal, para abrir espacios a "la disputa por la nación" mediante una transformación radical y trascendente. La otra, la última (en 1988), cuando maduró la posibilidad real de "romper el espinazo" del PRI y su viejísima hegemonía autoritaria y demagógica, aunque con alguien salido del mismo partido y desde luego con una posición política conservadora ya entonces anacrónica (¡qué miedo, si el segundo Cárdenas hubiera ganado la presidencia!)

En esa dilatada curva del tiempo, lo que más lamento (lo que más me indigna, lo que más me reta) es la ausencia de la izquierda en la elección presidencial de este año. La dilución hasta la insignificancia del partido que se había desarrollado desde la izquierda, drenado de todo valor teórico y práctico, sin rastros de comunismo, la ideología desde la que hago política. La grosera presentación de una candidatura conservadora y anacrónica (un discurso y un programa que ya eran conservadores y anacrónicos hace veinte años) como una falsa candidatura de izquierda. La trampa en la que han caído tantos viejos camaradas, compañeros de resistencia y de lucha cuando yo era un veinteañero militante; me asombra la facilidad con la que se han dejado arrastrar al apoyo de ideas que entonces combatíamos con ferocidad, y que -yo suponía- para todos era claro que no eran ni deseables ni pertinentes. Como ahora.

Si yo votara... hoy no encuentro por quién votar. Mi primer impulso, desde luego, es votar contra el PRI, su discurso y su programa, sus maneras de ser, de decir, de hacer, por sí mismo o con cualquier avatar. Lo mantengo. Así nací en la política: en la oposición, la resistencia, la construcción de alternativas, en el sueño por otra sociedad, otra economía, un país nuevo, por quienes generan la riqueza con su trabajo y no con quienes se la apropian. Con el corazón a la izquierda, con el pesimismo de la conciencia y el optimismo de la voluntad.

Dada la circunstancia, pensé que una buena oportunidad sería con algún candidato independiente de los partidos. Así, llegué a pensar que una buena decisión sería por Zavala: si todos los candidatos son conservadores, votemos por la menos priista. Me decepcionó definitivamente cuando la escuché hablar en el primer debate, no la imaginé como presidenta.

Pensé también que podría convertirse en una buena alternativa la de un frente de los dos principales partidos de la oposición, el PAN y el PRD. Imposible. Hoy, el PAN y el PRD son partidos deleznables, por su estructura y sobre todo por su forma de hacer política, de ser gobierno. Y más: no hicieron un frente, sino una plataforma para postular a ciertos candidatos predeterminados, desinteresados por el desarrollo de un programa común. Zavala estaba en una muy buena posición antes de iniciarse el proceso electoral; seguramente hubiera disputado con altas posibilidades la presidencia como candidata del PAN, como independiente ciertamente no tenía ninguna posibilidad real. Anaya no podía ser sino un candidato mediano, y así fue su campaña, confusa y mediocre.

Meade, sin duda, sería el mejor presidente. Es el más preparado, quien ofrece mayor seguridad, aunque haya sido (no podía sino serlo) un pésimo candidato, de por sí porque no es su vocación y sobre todo, quién lo duda, por el pesadísimo lastre que es y ha sido el PRI que ahora transmuta en Morena: particularmente ésta campaña se hizo con emociones y no con razones, no para decidir por el mejor presidente sino para expresar, no importa cómo, los enojos y los miedos. En todo caso, yo jamás votaría por el PRI, en ninguna de sus apariencias (y el movimiento populista de López Obrador no es sino "la cuarta transformación" desde el PNR-PRM).

Echeverría no ha muerto. El halcón ha transmutado en pejelagarto. Saltapatrás, vuelta al detestado "nacionalismo revolucionario" y al agotado "desarrollo estabilizador": regreso del control de la educación a los charros; desprecio al mérito como condición de ingreso a la universidad, y de paso desprecio a su autonomía; regalo de becas a jóvenes que no estudian ni trabajan, no para que estudien o trabajen sino para que por favorcito no se hagan sicarios; perdón a narcotraficantes y corruptos, y como ejemplo anticipado fuero sexenal a un ladrón y a una secuestradora; subsidio (más subsidio) a los precios de las gasolinas, y así premio al uso del automóvil, el peor enemigo de la ciudad; precios agropecuarios de garantía y aumento de salarios por decreto (más y más subsidios), que el de atrás paga; la tontería de suponer que el campo puede ser todavía el principal motor de la economía; negativa a una reforma fiscal general, radical y progresiva, lo que sólo puede provocar deuda y más deuda; amenaza a las grandes inversiones privadas en la industria petrolera, lo único que puede mantenerla en marcha; espacios para el crecimiento y aliento de la beligerancia de la derecha evangélica; amenaza de golpe contra la Suprema Corte; desprecio a las organizaciones de la sociedad civil... Populismo barato, demasiado costoso.

Seis años es demasiado tiempo para el arrepentimiento. De veras, no entiendo a mis viejos camaradas que en los años ochenta del siglo pasado peleaban contra esto, y que ahora insisten en votar por esto.

Roger Bartra lo advirtió inmejorablemente, ya en 2014: "El gran problema de la izquierda mexicana es que no acaba de digerir el hecho de que ya no hay alternativas revolucionarias, que el nacionalismo se está marchitando y que es necesario concentrarse en reformas avanzadas de la gestión del capitalismo que contribuyan al bienestar popular y a la generación de una riqueza que permita eliminar la miseria. No creo que los sectores populistas de la izquierda puedan adaptarse a la nueva época y posiblemente ni siquiera entienden que se encuentran en un callejón sin salida. Pero siguen siendo una corriente de gran peso, y por ello son un lastre para la izquierda avanzada". Lo suscribo, tal cual.

Casi no publiqué nada durante la campaña electoral, por ejemplo en mi cuenta de Facebook. Pero varias veces, sí, yo mismo advertí "de la irresponsabilidad de votar por López Obrador". Demagogo, autoritario, hipócrita, necio, mesiánico... Tengo pocos interlocutores, de un tiempo para acá, y por eso -y sólo por eso- extraño tanto mis años en la Ciudad de México. Pero en una de las escasas respuestas pude abundar un poco en mis ideas. Pedí primero leer, luego desconectar el hígado y conectar el cerebro, luego discutir. Dije que defiendo el ejercicio mínimo de la inteligencia: recuperar la memoria y aprovecharla para no regresar a los mismos errores, tan caros y tan prolongados. Si ya en los ochenta peleábamos contra el PRI, por qué ahora votar por el PRI... de los ochenta. Hice notar que depende de los parámetros, y de la perspectiva, pero que en lo más importante, sin duda, como país estamos mejor que entonces: un crecimiento anual de 2% es muy bajo, pero sostenido durante cuatro décadas, y con el TLC, y con una inflación tan baja, desde luego que ha mejorado la economía.

El problema sigue siendo el de la desigualdad, y para eso las políticas del nacionalismo revolucionario probaron ser ineficaces, no hay por qué volver ahí. Y si para colmo se renuncia a inversiones en petróleo, y se devuelve el control de la educación a los charros, realmente no hay manera de avanzar. El problema sigue siendo el de la desigualdad, y para eso las políticas del nacionalismo revolucionario a las que quiere regresar este viejo priista probaron ser ineficaces, demasiado costosas, regresivas, además de que la situación mundial ya cambió radicalmente en el sentido contrario. Y sí, los salarios deben aumentar, muchísimo, pero no por decreto. Será resultado de un crecimiento sostenido y diversificado de la economía, con harto valor agregado que sólo es posible con una exigente educación, y con una reforma fiscal radical que aumente la recaudación y elimine los subsidios.

Es una trágica paradoja, dice Roger Bartra, que la restauración sea impulsada por un líder que habla en nombre de la izquierda. Y por tantos viejos camaradas, agrego yo. "Un ingenuo proyecto de restauración del antiguo régimen que dominó al país antes de la hegemonía neoliberal"; "Morena dio un viraje de retorno al viejo priismo del que provenía (y) la izquierda populista, acusada de radicalismo, quiere dar una apariencia de moderación y lo hace de la peor manera posible: reencarnando al viejo priismo". Aunque yo no reconozco ahí ningún rasgo de izquierda, es una derecha conservadora pura y llana.

Lo jodido de esta elección es que la izquierda mexicana no fue capaz de construir una alternativa, y así se ha fragmentado, por una parte, con un pacto de conveniencia con la derecha del PAN y, por otra parte, con un pacto cínico y engañabobos con la derecha de aquel PRI de 1982 ahora transmutado en Morena. Comunistas convertidos en nacionalistas revolucionarios, cosas veredes. Eso es lo terrible: que la izquierda en México no haya sido capaz de construir alternativas de gobierno. Y más terrible, más: que los viejos militantes no encuentren, que no imaginen, otra opción que volver al muy viejo nacionalismo revolucionario, al no menos viejo y no menos superado desarrollo estabilizador, ese viejo disco tan rayado, eso que hace medio siglo combatíamos con tanta pasión ahora tan amorosamente derrotada y absorbida.

En los años 80 del siglo pasado la lucha era contra aquellas políticas, aquel discurso, aquel "estilo personal de gobernar", la lucha era contra el populismo, la demagogia, el autoritarismo, la lucha era contra el charrismo sindical, el control político de las plazas en la educación. Es el salto al pasado que ahora propone López Obrador. Entonces nuestros candidatos habían sido Valentín Campa y Arnoldo Martínez Verdugo. Ahora la izquierda está ausente, vergonzosamente ausente. Que estén confundidos quienes no habían nacido, quienes no leen historia, puedo entenderlo. Lo que sigo sin entender es cómo algunos viejos camaradas apoyan ahora lo que entonces combatíamos, cómo renuncian a pensar. Cómo ignoran a dos tercios de mexicanos que les dicen “no”.

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