“En un mundo mejor (Haevnen)”, de Susanne Bier. ¿El médico sin fronteras en un campamento de refugiados africanos definidos por la violencia, héroe blanco que enfrenta solo a un “señor de la guerra” para demostrar a su hijo 10 mil kilómetros distante que sí es un hombre con valor? ¿La violencia escolar nada inocente, que se expresa al otro lado del mundo con esos negros siempre en guerra que acuchillan a mujeres embarazadas para sustentar la apuesta sobre el sexo del nonato? ¿El niño que odia a quienes se dan por vencidos, que culpa a su padre porque no cumplió la promesa de que su madre se recuperaría del cáncer y porque le mentía al asegurarle que ella no sentía dolor? ¿La reconciliación matrimonial catalizada por el heroísmo del niño nerd, el inexpresivo niño odiador salvado del vértigo del suicidio que nunca sonríe pero finalmente llora porque extraña a su mami? Temas extraviados en un final feliz que le gustó a la “Academia” de Hollywood y le dio el Oscar a la mejor película extranjera. Película de autobús.
"El puerto de la esperanza (Le Havre)", de Aki Kaurismäki. Una historia sencilla de gente sencilla. Una sencilla historia de amor. Una historia sencilla que muestra cabos sueltos hacia otras historias sencillas, ocultas tras la plácida fachada de una vida cotidiana de barrio. Una historia incrustada, que no importa: un niño africano llega clandestino en un contenedor al puerto de Havre y quiere seguir a Londres para encontrarse con su madre; un bolero, viejo pero nunca vencido, con la complicidad de sus vecinos -la panadera, el verdulero, la cantinera, otro bolero vietnamita- y a pesar de la previsible mezquindad de otros, por fin lo pone con rumbo al otro lado del mar. Todo eso sobra. Una historia sencilla que vale porque da paso a un entrañable ambiente anacrónico, una inmersión apenas perceptible en la nouvelle vague que se convierte en inesperado homenaje al cine francés de los años 60, memoria en sepia. Premio de la Crítica Internacional en Cannes 2011. Una película rara.
“El chico de la bicicleta (Le gamín au vélo)”, de Jean-Pierre y Luc Dardenne. Pierde fuerza muy al principio y tiene un final mocho, lástima de tema: la paternidad ausente. La desesperada violencia de un niño impunemente abandonado por su padre, que además vende su bibicleta, presentada como su gran recurso de movilidad y libertad. El inexplicado compromiso de una también muy joven peluquera que de pronto ya es su madre sustituta. El previsible contacto con el dealer del barrio que dirige una banda de niños asaltantes. El anticlimático encuentro con el padre a quien el niño ofrece el dinero de su primer robo. La lenta huída hacia un horizonte cercanísimo y torpemente dibujado. Gran Premio del Jurado en Cannes 2011. Prescindible.
“Había una vez en Anatolia (Bir Zamanlar Anadolu’da)”, de Nuri Bilge Ceylan. Exterior. Noche. Desolados paisajes sólo alterados por las lejanas luces de un convoy policiaco que conduce al fatigadísimo asesino -y su fantasmal cómplice- que no recuerda el sitio donde enterraron el cadáver de su amigo. Diálogos triviales que se extienden por la noche plenilunar. La angelical aparición de una joven bellísima. "Podrías contarlo como un cuento de hadas", dice casual uno de los personajes. Una tensión dramática que se genera dentro de la película pero prende del otro lado de la pantalla, en la mirada del espectador. Un asombroso trabajo de iluminación. Los sonidos del campo nocturno como única música. Minuto 80. Exterior. Día. De hecho se inicia otra película: un juego de alusiones que entretejen una trama en el reverso de la historia. Fin súbito. Gran Premio del Jurado en Cannes 2011. Extraordinaria.
“Fausto (Faust)”, de Aleksandr Sokúrov. El principio es perturbador, y marca el tono: un cadáver sacado de su tumba es desgarrado para alimentar los conocimientos del Doctor Fausto, intelectual agobiado por el tedio y la necesidad de dinero, que de pronto se encuentra negociando con el Diablo pequeñas satisfacciones hasta escalar al deseo de una noche entera con una joven de extraña belleza. Una película grotesta, estridente, repulsiva, en una atmósfera medieval que (casi) apesta. Actuaciones increíbles. Con una majestuosa música wagneriana. El final de la tetralogía de Sokúrov sobre los grandes mitos es una tal vez insuperable recreación del Fausto de Goethe, sobre la entrega de su alma y su fuga hacia la nada. León de Oro en la Mostra de Venecia 2011. Maravillosa.
"Indiferencia (Detachment)", de Tony Kaye. Lo mejor de la Muestra. La podredumbre de la sociedad norteamericana que se incuba en sus escuelas. Estudiantes que sólo esperan escapar de ahí para continuarse en el fracaso o desvanecerse en el suicidio. Padres que sólo aparecen a gritos. La indiferencia de los maestros construída como un cinismo defensivo, desde una derrota vital que no termina de aceptarse. Héroes silenciosos que portan su propio caos y estallarán en el momento menos esperado. Un piano pianísimo conteniendo toda la historia, con la complicidad de un cello tristísimo. Escena final: la lectura de "La Casa Usher" de Poe entre las ruinas de un salón vacío. Una bofetada.
"Elena (Yelena)", de Andréi Zviáguintsev. Será que estaba de plano distraído, pero me parece que la película terminó sin haberse iniciado. Una idea que nunca despega y termina en la nada: el millonario que se casa con su enfermera, que con su pensión mantiene a la familia de su huevón hijo; el millonario que muere de un infarto y ha decidido heredarlo todo a su irresponsable y desamorosa hija, y su esposa enfermera que oculta su testamento manuscrito y muda con ella a la familia de su huevón hijo. Premio Especial del Jurado en Una Cierta Mirada de Cannes 2011. ¿De veras estaba tan distraído?
En el XXXII Foro Internacional de la Cineteca Nacional, junio de 2012:
"Melancolía (Melancholia)", de Lars von Trier. Tristísima. Con la música de Wagner y el estilo de Dogma. No hay a dónde ir, no hay nada qué hacer: el planeta errante Melancolía, oculto detrás del Sol, entra en ruta de colisión con la Tierra. El primero que se fuga de la vida es el estúpido optimista. Perdido su soporte racional, la mujer práctica se derrumba en el terror. La sonrisa fatigada de la sobreviviente de una honda depresión envuelve la inocencia del niño que todo lo ignora hasta el choque final. Hay veces que te odio, hermanita...