domingo, 1 de julio de 2018

Si yo votara...

Soy ademócrata. Sí, creo que la democracia es "un abuso de la estadística": inútil por imposible, imposible por inútil. No, no creo en el principio esencial de la democracia: que un voto es igual que otro voto; no creo que el voto de un idiota es igual que el voto de un político, no creo que mi voto sería igual que el voto de casi cualquiera de quienes he conocido. Sí creo también que depositar un voto en una urna es (tan simple, tan ingenua, tan hipócrita) la forma menos mala que han desarrollado los humanos para decidir quiénes representan y quiénes gobiernan a una sociedad compleja; una república, como lo es ahora este el país donde nací y trabajo. Y, sí, creo que votar es sólo el principio (no la conclusión) de un proceso continuo que, para hacer una democracia real, debe acompañar en cada momento a las tareas de representación y gobierno; la democracia, como forma de representación y gobierno de una sociedad compleja, debe ir mucho más allá de lo electoral.

He votado sólo dos veces, en más de cuatro décadas. Una, la primera posible, recién llegado a mi mayoría de edad, para contribuir (en 1979) al registro del Partido Comunista como un partido legal, para abrir espacios a "la disputa por la nación" mediante una transformación radical y trascendente. La otra, la última (en 1988), cuando maduró la posibilidad real de "romper el espinazo" del PRI y su viejísima hegemonía autoritaria y demagógica, aunque con alguien salido del mismo partido y desde luego con una posición política conservadora ya entonces anacrónica (¡qué miedo, si el segundo Cárdenas hubiera ganado la presidencia!)

En esa dilatada curva del tiempo, lo que más lamento (lo que más me indigna, lo que más me reta) es la ausencia de la izquierda en la elección presidencial de este año. La dilución hasta la insignificancia del partido que se había desarrollado desde la izquierda, drenado de todo valor teórico y práctico, sin rastros de comunismo, la ideología desde la que hago política. La grosera presentación de una candidatura conservadora y anacrónica (un discurso y un programa que ya eran conservadores y anacrónicos hace veinte años) como una falsa candidatura de izquierda. La trampa en la que han caído tantos viejos camaradas, compañeros de resistencia y de lucha cuando yo era un veinteañero militante; me asombra la facilidad con la que se han dejado arrastrar al apoyo de ideas que entonces combatíamos con ferocidad, y que -yo suponía- para todos era claro que no eran ni deseables ni pertinentes. Como ahora.

Si yo votara... hoy no encuentro por quién votar. Mi primer impulso, desde luego, es votar contra el PRI, su discurso y su programa, sus maneras de ser, de decir, de hacer, por sí mismo o con cualquier avatar. Lo mantengo. Así nací en la política: en la oposición, la resistencia, la construcción de alternativas, en el sueño por otra sociedad, otra economía, un país nuevo, por quienes generan la riqueza con su trabajo y no con quienes se la apropian. Con el corazón a la izquierda, con el pesimismo de la conciencia y el optimismo de la voluntad.

Dada la circunstancia, pensé que una buena oportunidad sería con algún candidato independiente de los partidos. Así, llegué a pensar que una buena decisión sería por Zavala: si todos los candidatos son conservadores, votemos por la menos priista. Me decepcionó definitivamente cuando la escuché hablar en el primer debate, no la imaginé como presidenta.

Pensé también que podría convertirse en una buena alternativa la de un frente de los dos principales partidos de la oposición, el PAN y el PRD. Imposible. Hoy, el PAN y el PRD son partidos deleznables, por su estructura y sobre todo por su forma de hacer política, de ser gobierno. Y más: no hicieron un frente, sino una plataforma para postular a ciertos candidatos predeterminados, desinteresados por el desarrollo de un programa común. Zavala estaba en una muy buena posición antes de iniciarse el proceso electoral; seguramente hubiera disputado con altas posibilidades la presidencia como candidata del PAN, como independiente ciertamente no tenía ninguna posibilidad real. Anaya no podía ser sino un candidato mediano, y así fue su campaña, confusa y mediocre.

Meade, sin duda, sería el mejor presidente. Es el más preparado, quien ofrece mayor seguridad, aunque haya sido (no podía sino serlo) un pésimo candidato, de por sí porque no es su vocación y sobre todo, quién lo duda, por el pesadísimo lastre que es y ha sido el PRI que ahora transmuta en Morena: particularmente ésta campaña se hizo con emociones y no con razones, no para decidir por el mejor presidente sino para expresar, no importa cómo, los enojos y los miedos. En todo caso, yo jamás votaría por el PRI, en ninguna de sus apariencias (y el movimiento populista de López Obrador no es sino "la cuarta transformación" desde el PNR-PRM).

Echeverría no ha muerto. El halcón ha transmutado en pejelagarto. Saltapatrás, vuelta al detestado "nacionalismo revolucionario" y al agotado "desarrollo estabilizador": regreso del control de la educación a los charros; desprecio al mérito como condición de ingreso a la universidad, y de paso desprecio a su autonomía; regalo de becas a jóvenes que no estudian ni trabajan, no para que estudien o trabajen sino para que por favorcito no se hagan sicarios; perdón a narcotraficantes y corruptos, y como ejemplo anticipado fuero sexenal a un ladrón y a una secuestradora; subsidio (más subsidio) a los precios de las gasolinas, y así premio al uso del automóvil, el peor enemigo de la ciudad; precios agropecuarios de garantía y aumento de salarios por decreto (más y más subsidios), que el de atrás paga; la tontería de suponer que el campo puede ser todavía el principal motor de la economía; negativa a una reforma fiscal general, radical y progresiva, lo que sólo puede provocar deuda y más deuda; amenaza a las grandes inversiones privadas en la industria petrolera, lo único que puede mantenerla en marcha; espacios para el crecimiento y aliento de la beligerancia de la derecha evangélica; amenaza de golpe contra la Suprema Corte; desprecio a las organizaciones de la sociedad civil... Populismo barato, demasiado costoso.

Seis años es demasiado tiempo para el arrepentimiento. De veras, no entiendo a mis viejos camaradas que en los años ochenta del siglo pasado peleaban contra esto, y que ahora insisten en votar por esto.

Roger Bartra lo advirtió inmejorablemente, ya en 2014: "El gran problema de la izquierda mexicana es que no acaba de digerir el hecho de que ya no hay alternativas revolucionarias, que el nacionalismo se está marchitando y que es necesario concentrarse en reformas avanzadas de la gestión del capitalismo que contribuyan al bienestar popular y a la generación de una riqueza que permita eliminar la miseria. No creo que los sectores populistas de la izquierda puedan adaptarse a la nueva época y posiblemente ni siquiera entienden que se encuentran en un callejón sin salida. Pero siguen siendo una corriente de gran peso, y por ello son un lastre para la izquierda avanzada". Lo suscribo, tal cual.

Casi no publiqué nada durante la campaña electoral, por ejemplo en mi cuenta de Facebook. Pero varias veces, sí, yo mismo advertí "de la irresponsabilidad de votar por López Obrador". Demagogo, autoritario, hipócrita, necio, mesiánico... Tengo pocos interlocutores, de un tiempo para acá, y por eso -y sólo por eso- extraño tanto mis años en la Ciudad de México. Pero en una de las escasas respuestas pude abundar un poco en mis ideas. Pedí primero leer, luego desconectar el hígado y conectar el cerebro, luego discutir. Dije que defiendo el ejercicio mínimo de la inteligencia: recuperar la memoria y aprovecharla para no regresar a los mismos errores, tan caros y tan prolongados. Si ya en los ochenta peleábamos contra el PRI, por qué ahora votar por el PRI... de los ochenta. Hice notar que depende de los parámetros, y de la perspectiva, pero que en lo más importante, sin duda, como país estamos mejor que entonces: un crecimiento anual de 2% es muy bajo, pero sostenido durante cuatro décadas, y con el TLC, y con una inflación tan baja, desde luego que ha mejorado la economía.

El problema sigue siendo el de la desigualdad, y para eso las políticas del nacionalismo revolucionario probaron ser ineficaces, no hay por qué volver ahí. Y si para colmo se renuncia a inversiones en petróleo, y se devuelve el control de la educación a los charros, realmente no hay manera de avanzar. El problema sigue siendo el de la desigualdad, y para eso las políticas del nacionalismo revolucionario a las que quiere regresar este viejo priista probaron ser ineficaces, demasiado costosas, regresivas, además de que la situación mundial ya cambió radicalmente en el sentido contrario. Y sí, los salarios deben aumentar, muchísimo, pero no por decreto. Será resultado de un crecimiento sostenido y diversificado de la economía, con harto valor agregado que sólo es posible con una exigente educación, y con una reforma fiscal radical que aumente la recaudación y elimine los subsidios.

Es una trágica paradoja, dice Roger Bartra, que la restauración sea impulsada por un líder que habla en nombre de la izquierda. Y por tantos viejos camaradas, agrego yo. "Un ingenuo proyecto de restauración del antiguo régimen que dominó al país antes de la hegemonía neoliberal"; "Morena dio un viraje de retorno al viejo priismo del que provenía (y) la izquierda populista, acusada de radicalismo, quiere dar una apariencia de moderación y lo hace de la peor manera posible: reencarnando al viejo priismo". Aunque yo no reconozco ahí ningún rasgo de izquierda, es una derecha conservadora pura y llana.

Lo jodido de esta elección es que la izquierda mexicana no fue capaz de construir una alternativa, y así se ha fragmentado, por una parte, con un pacto de conveniencia con la derecha del PAN y, por otra parte, con un pacto cínico y engañabobos con la derecha de aquel PRI de 1982 ahora transmutado en Morena. Comunistas convertidos en nacionalistas revolucionarios, cosas veredes. Eso es lo terrible: que la izquierda en México no haya sido capaz de construir alternativas de gobierno. Y más terrible, más: que los viejos militantes no encuentren, que no imaginen, otra opción que volver al muy viejo nacionalismo revolucionario, al no menos viejo y no menos superado desarrollo estabilizador, ese viejo disco tan rayado, eso que hace medio siglo combatíamos con tanta pasión ahora tan amorosamente derrotada y absorbida.

En los años 80 del siglo pasado la lucha era contra aquellas políticas, aquel discurso, aquel "estilo personal de gobernar", la lucha era contra el populismo, la demagogia, el autoritarismo, la lucha era contra el charrismo sindical, el control político de las plazas en la educación. Es el salto al pasado que ahora propone López Obrador. Entonces nuestros candidatos habían sido Valentín Campa y Arnoldo Martínez Verdugo. Ahora la izquierda está ausente, vergonzosamente ausente. Que estén confundidos quienes no habían nacido, quienes no leen historia, puedo entenderlo. Lo que sigo sin entender es cómo algunos viejos camaradas apoyan ahora lo que entonces combatíamos, cómo renuncian a pensar. Cómo ignoran a dos tercios de mexicanos que les dicen “no”.

viernes, 24 de febrero de 2017

El periodismo cultural en Aguascalientes. Un año

El periodismo cultural que se hace y se lee -se escucha, se mira, se sigue- en Aguascalientes es escaso y mediocre. Es un problema complejo, son numerosos y diversos sus agentes, y por tanto su solución también es compleja, y cada parte debe hacerse cargo de su posición en este círculo vicioso y comprometerse a ubicar y seguir puntos de fuga, a reconocer y fortalecer los espacios de contacto con el conjunto de protagonistas: periodistas, editores, propietarios y directores de medios (privados y públicos), anunciantes, estudiantes y sus maestros, investigadores...

Y los públicos: lectores, radioescuchas, televidentes, seguidores de blogs y redes virtuales, periodistas amateurs. Públicos acostumbrados y conformados por una oferta ocasional, mal hecha, y así condicionados a una demanda poco exigente y rigurosa.


El proyecto

El Seminario de Periodismo Cultural en Aguascalientes se ha propuesto como un espacio para la documentación y la reflexión sobre el periodismo cultural que se ha hecho, que se hace, que se debe hacer y que se puede hacer en Aguascalientes, en todas sus formas y plataformas, por los periodistas y por los lectores interesados en el arte y la cultura en la región. El periodismo cultural se entiende como el periodismo que acompaña a la cultura.

El objetivo del proyecto ha sido la integración de un seminario que documente y organice la discusión acerca del periodismo cultural en Aguascalientes. Aprobado para participar en el Programa de Estímulo a la Creación y el Desarrollo Artístico de Aguascalientes (PECDA), durante el año 2016 el seminario ofreció organizar cuatro mesas de discusión sobre el periodismo cultural en Aguascalientes, así como el diseño y puesta en línea de un sitio en internet, abierto e interactivo.

Al final del ciclo que se inició en febrero de 2016, y que culmina ahora, el Seminario de Periodismo Cultural en Aguascalientes logró, con la beca del PECDA, consolidarse como un espacio permanente de encuentro y reflexión sobre el periodismo cultural en Aguascalientes, visibilizarse en medios de comunicación y universidades, vincularse con instituciones públicas y privadas, federales, estatales y municipales, y asegurar su continuación con otros patrocinios y con recursos propios.

Durante estos doce meses fue posible convocar no a cuatro sino a cinco mesas de discusión, con la regularidad comprometida. Todas las participaciones fueron grabadas, y se encontrarán en internet para continuar la conversación:

  • “Mesa de Primavera. El periodismo cultural en la radio y la televisión de Aguascalientes”, con Jaime Arteaga y Humberto Capetillo, el jueves 4 de febrero de 2016 en CIELA Fraguas.

  • “Mesa de Verano. La crítica del arte y la cultura en Aguascalientes”, con Juan Castañeda, Rodolfo Popoca y Sofía Ramírez, el viernes 8 de julio de 2016 en CIELA Fraguas.

  • “Coloquio de Periodismo Cultural. La formación de los periodistas culturales en Aguascalientes”, con Manuel Appendini, Salvador de León y Paula Nájera (“La formación académica de los periodistas culturales en Aguascalientes”), y con Edilberto Aldán, Ángel Mejía, Julieta Orduña y Alan Santacruz (“La formación práctica de los periodistas culturales en Aguascalientes”), el sábado 29 de octubre de 2016 en el Archivo General Municipal.

  • “Mesa de Invierno. El periodismo cultural y la formación de públicos”, con Miryam Almanza, Luis Arturo Rosas Malacara e Itzel Ruiz Sosa, el viernes 3 de febrero de 2017 en el Pabellón Antonio Acevedo Escobedo.

Además, se organizaron la conferencia “José Emilio Pacheco, periodista”, por Edilberto Aldán, el miércoles 29 de junio de 2016 en el Pabellón Antonio Acevedo Escobedo, y la presentación editorial en Aguascalientes de la Colección Periodismo Cultural de la Secretaría de Cultura federal, por Mireya Vega y Carlos Reyes Sahagún (tutor del proyecto por el PECDA), el sábado 29 de octubre de 2016 en el Archivo General Municipal.

El trabajo del Seminario de Periodismo Cultural en Aguascalientes fue posible durante este año con los recursos del PECDA, pero también con diversos apoyos del Centro de Investigación y Estudios Literarios de Aguascalientes (CIELA Fraguas) y del Pabellón Antonio Acevedo Escobedo de la Biblioteca Enrique Fernández Ledesma, del Instituto Cultural de Aguascalientes (ICA), además de la participación del Instituto Municipal Aguascalentense para la Cultura (IMAC), del Departamento de Comunicación de la Universidad Autónoma de Aguascalientes (UAA), y de la Subdirección de la Colección Periodismo Cultural de la Secretaría de Cultura federal.

Por otra parte, la “retribución social” por la beca del PECDA permitió continuar el proyecto hacia otros públicos, y colaborar con otras instituciones. Para cumplir con este compromiso impuesto por la convocatoria, se ofrecieron las siguientes acciones:

  • Un taller de periodismo cultural de 10 horas en el Centro Gerontológico del DIF estatal, con nueve de sus usuarios y colaboradores, el lunes 5, el martes 6, el miércoles 7, el jueves 8 y el lunes 12 de septiembre de 2016.

  • Un taller de periodismo cultural de 10 horas en la Universidad La Concordia, con diecisiete estudiantes de comunicación y relaciones públicas que han sido o podrían ser colaboradores del IMAC, el sábado 21 y el sábado 28 de enero de 2017.

  • La conferencia “El periodismo que acompaña a la cultura”, a nueve colaboradores del Laboratorio Universitario de Periodismo de la UAA, el viernes 28 de octubre de 2016.

Las mesas de discusión, de acuerdo con el proyecto aprobado por el PECDA, fueron registradas en audio, transcritas y editadas para su publicación en internet, provisionalmente en el blog interactivo aguascultura.wordpress.com/seminario

En Facebook se crearon “eventos” para anunciar la “Mesa de Primavera”, la “Mesa de Verano”, el Coloquio de Periodismo Cultural y la “Mesa de Invierno” del Seminario de Periodismo Cultural en Aguascalientes, en donde se encuentran fotografías, presentaciones curriculares de los participantes, y enlaces a diversas publicaciones relacionadas con su difusión y cobertura.


Los orígenes

El origen del Seminario de Periodismo Cultural en Aguascalientes es la celebración del milagroso primer aniversario de la sección de información cultural que durante catorce meses edité en el diario El Sol del Centro. Desde el viernes 19 de septiembre de 2014 hasta el martes 1 de diciembre de 2015, se publicaron 295 páginas de información cultural, de lunes a viernes. A veces, dos y hasta tres notas. Siempre, con dos o tres fotografías, también propias. Resúmenes de todas estas publicaciones se encuentran en la página www.facebook.com/laculturaenelcentro en donde la víspera se publicaba un adelanto. (De esta manera se procuraba que aumentara la compra del periódico impreso al día siguiente, aunque es imposible tener información al respecto).

Se propuso al Centro de Investigación y Estudios Literarios de Aguascalientes (CIELA Fraguas) del Instituto Cultural de Aguascalientes, entonces a cargo de la maestra Mariana Torres Ruiz, que se organizara ahí una mesa redonda para platicar del periodismo cultural en Aguascalientes. En CIELA Fraguas yo había estado coordinando un taller de periodismo cultural, que se inició en febrero de 2013 y fue suspendido, con todos los demás talleres libres, en junio de 2016, y que durante siete generaciones atendió a 35 personas de diversas edades, formaciones e intereses.

La maestra Mariana Torres Ruiz aceptó la idea, pero la tomó para realizarla como parte del programa de la Feria del Libro Aguascalientes, de la que también era responsable. La mesa “El periodismo que acompaña a la cultura” sucedió el domingo 27 de septiembre de 2015, en el segundo patio de la Casa de la Cultura Víctor Sandoval. Participaron Ricardo Esquer (escritor), Salvador de León (académico) y Julieta Orduña (periodista), y yo mismo como moderador.

Durante la preparación de esta mesa entendí que se trataba de un ejercicio necesario, que no sólo debería repetirse sino que debería ser regular. Al menos en cada una de las estaciones del año. De manera que esa mesa inicial habría sido la “Mesa de Otoño” de 2015, y de ahí se desprendió lo que sería la “Mesa de Invierno”: el jueves 4 de febrero de 2016 (en CIELA Fraguas) Ricardo Esquer habló -con comentarios de Gustavo Meza- de la experiencia del suplemento literario dominical “El Unicornio” que El Sol del Centro, entonces dirigido por José Ángel Martínez Limón, publicó de 1983 a 1990.


La cultura en el centro

La de El Sol del Centro fue la única sección de información cultural en la prensa de Aguascalientes durante aquellos catorce meses. No tenía antecedentes, y aun ahora no tiene réplicas.

El único otro diario que publica información cultural, que es La Jornada Aguascalientes, primero no publica todos los días, segundo no publica sólo información propia (casi siempre copia textualmente, sin ninguna edición, los boletines de prensa que producen el Instituto Cultural de Aguascalientes, el Instituto Municipal Aguascalentense para la Cultura, la Universidad Autónoma de Aguascalientes, o la Secretaría de Cultura federal, aunque ciertamente mantiene la decencia de mencionarlo: “Con información de...”), y tercero no siempre se refiere específicamente o exclusivamente a lo que sucede en Aguascalientes o lo que hacen los creadores o los promotores del arte y la cultura de Aguascalientes.

Dicho de otra manera, éstas fueron las características formales de la sección de información cultural de El Sol del Centro: primero, se publicaba regularmente, todos los días (de lunes a viernes); segundo, nunca reprodujo boletines de prensa, aunque desde luego los utilizaba (sí reproducía fotografías generadas por instituciones o artistas, no sólo porque no siempre era posible tener las dos o tres imágenes con las que se acompañaba cada texto, sino porque ésas fotografías tenían un valor informativo insustituible).

Tercero, lo más importante en aquel proyecto de información cultural: su propósito expreso era no sólo dar cuenta puntual y oportuna de lo que sucedía en el arte y la cultura de Aguascalientes sino, sobre todo, a partir de esto contribuir a la construcción del orgullo de ser y estar en Aguascalientes.

Con una visión glocal, la sección de información cultural de El Sol del Centro atendía exclusivamente a lo que sucedía en Aguascalientes, a lo que hacían -dentro y fuera de Aguascalientes- los creadores locales, o a lo que sucedía en el exterior que se refería al arte y la cultura de Aguascalientes.

Para lograrlo, no sólo atendía la información de la cartelera (efemérides, inauguraciones, estrenos, presentaciones y festivales), sino que además se interesaba por el amplio universo de la cultura que se encuentra en la calle, el gran surtidor de temas y personajes para el periodismo cultural.

Por otra parte, además de las fuentes institucionales, procuraba acercarse directamente a los artistas, foros y festivales independientes.

Finalmente, ofrecía no sólo la noticia convencional, sino que con frecuencia utilizaba otros géneros del periodismo para satisfacer a su público, que sabía muy diverso (y poco habituado a la temática y la narratividad propías del periodismo cultural): entrevista, reportaje, crónica, ensayo.

Esto es, los géneros propios del periodismo de información cultural, que eventualmente podrían sustentar un inicio para el inexistente, indispensable, ahora paupérrimo periodismo de opinión cultural en Aguascalientes: la crítica.

Los antecedentes lejanos de la sección de información cultural de El Sol del Centro se encuentran -¡en 1998!- en la propuesta de una “plana nacional cultural” para los -entonces- 56 diarios de Organización Editorial Mexicana.

Con este esquema, en la redacción de El Sol de México -además de la actualización diaria de las páginas en internet de todos los diarios de OEM- se preparaba, todos los días, una página con un resumen de información nacional e internacional, que compartían como portada de una sección secundaria todos los periódicos de la cadena.

La propuesta fue aceptada por el vicepresidente de información Guillermo Chao, pero se canceló por repentinos cambios directivos justo cuando estaba lista para iniciar su publicación: la nueva directora nacional de información, Pilar Ferreira, por fin removida recientemente, nunca se interesó por la información cultural. Lo habitual.

Mucho después inicié -en octubre de 2010- la publicación de la columna semanal “De cultura”, que se publicaba en un suplemento político encartado los martes en siete diarios de OEM: El Sol de México, el periódico insignia de la cadena, y además en El Sol del Bajío, El Sol de Cuernavaca, El Sol de Tlaxcala, El Sol de Toluca, Diario de Xalapa, y El Sol del Centro en Aguascalientes.

Compilé 165 de esas columnas -que publiqué hasta febrero de 2014- en el libro “Mil y un días De cultura”, una edición de autor de muy pequeño tiraje que circuló desde junio de 2014, particularmente en Aguascalientes.

Con estos insistentes antecedentes, luego de cuatro años de insistencia ya en Aguascalientes, y tal vez debido a algún impacto decisivo por la publicación de este libro, por fin se aceptó iniciar la sección de información cultural de El Sol del Centro, como ha sido descrito, con la dirección de Francisco Gamboa. Hasta el día en que, sencillamente, el nuevo director Mario Mora me dijo que le habían ordenado que ya no pagara honorarios, y jamás fue posible mi incorporación formal a la nómina del periódico. Ya se sabe: “no hay dinero”.

La sección de información cultural de El Sol del Centro se suspendió mucho antes de poder empezar a caminar hacia lo que era su próximo horizonte: iniciar o fortalecer las secciones correspondientes en los diarios de OEM de la región (El Occidental en Guadalajara, El Sol de San Luis en San Luis Potosí, dirigido por el mismo José Ángel Martínez Limón de tan grata memoria para el periodismo cultural en Aguascalientes, El Sol de Zacatecas), pese a alguna colaboración incidental con Diario de Querétaro y El Sol de Morelia: así ha tenido que suspenderse el primer intento del proyecto -no olvidado, todo lo contrario- para fundar una agencia regional de información cultural.

¿Por qué menciono todo esto, tan personal, tan aparentemente ajeno al tema? Porque, creo, dibuja las condiciones en las que se intenta hacer y publicar periodismo cultural en México, y en Aguascalientes.

Ciertamente, la hechura del periodismo cultural en Aguascalientes es más, mucho más, el resultado de la obstinación personal de los periodistas, que de una estrategia empresarial de los anacrónicos empresarios, o que de una política pública de las pasmadas autoridades culturales o universitarias.

El modelo de negocios de las empresas periodísticas de Aguascalientes, que inevitablemente (que evidentemente) condiciona el modelo de periodismo de tales empresas, no se basa en la relación de los periódicos con sus lectores.O mejor: sí se basa en la relación del periódico con sus lectores, pero los únicos lectores que les interesan son sus patrocinadores -en las oficinas de prensa gubernamentales-, que acaso los leen sólo para asegurarse de que se publicó lo que pagaron por que se publicara.

Los lectores de los periódicos impresos de Aguascalientes -y los radioescuchas de las radiodifusoras, y los televidentes de las televisoras-, en el caso particular del arte y la cultura, no son los creadores o sus públicos. Sus lectores son sus patrocinadores: sus lectores son funcionarios o burócratas estatales y municipales y universitarios. Pocos y desinteresados.

Es la realidad del periodismo en Aguascalientes: las empresas periodísticas son más empresas que periodísticas. Buscan legítimamente la ganancia de su operación pero, con más o menos cinismo, ignoran que el periodismo es un servicio público, y renuncian a la búsqueda de soluciones alternativas para hacerlo sustentable en el sentido contrario al habitual: los lectores. Y los lectores pagan este desprecio con su propio desprecio: (casi) nadie lee periódicos en Aguascalientes.

Procurando un espacio para continuar mi sección de información cultural, Agustín Lascazas, subdirector general de Hidocálido, poeta, se quedó en el lugar común de que “la gente no lee”, no le interesa la cultura, no compra cultura. Edilberto Aldán, director editorial de La Jornada Aguascalientes, narrador, me dijo con una franqueza que sigo agradeciendo que no me ofrecía empleo porque la paga era indigna.

Y se cierra el círculo perverso. Si la gente no lee periódicos, y si a los periódicos los únicos lectores que les importan son sus patrocinadores gubernamentales, si las universidades no han podido o no han querido animar vocaciones hacia el periodismo, si en el horizonte profesional de los estudiantes -y de los investigadores- no se encuentra el periodismo cultural...

Todavía ahora, quince meses después de que se publicó por última vez la sección de información cultural de El Sol del Centro, ocasionalmente me encuentro con quienes, incluso compañeros periodistas, bondadosamente me preguntan “¿cómo va tu columna?” No era una columna sino una sección, aunque al final inició una columna informativa que ya no hubo tiempo de desarrollar; y lo más importante: si en quince meses no se enteraron de su muerte, puedo imaginar que tampoco se interesaron por su salud durante su breve vida.


La radio y la televisión

Las consideraciones que hago acerca del periodismo cultural, desde luego, las hago válidas no sólo para lo que más conozco, que es el periodismo impreso. Creo que valen asimismo para la radio o la televisión, para cualquier plataforma o “soporte”. Así lo confirmamos en la “Mesa de Primavera”, que dedicamos a platicar sobre el periodismo cultural en la radio y la televisión de Aguascalientes.

La cultura sí le interesa a los públicos de la radio y la televisión, se dijo ahí: “el periodismo es algo más que la vulgaridad de las planas policiacas”, al público pueden gustarles los reportajes amplios de temas históricos, por ejemplo. Aunque el periodismo cultural, particularmente el que se hace en la radio y la televisión, sigue sujeto a los prejuicios de los más viejos (envejecidos) editores y directores: “lo más importante es la publicidad”, un principio por el que puede llegarse a mutilar un programa para insertar un anuncio comercial. Una conclusión provisional: “al público le interesa la cultura, solamente hay que dársela, y también es importante encontrarse con directivos interesados en el tema”.

Como complemento del problema, el prejuicio apresurado de que “la televisión es una caja idiota que seca los cerebros de los televidentes”, y de ahí el desprecio del medio por los creadores que no participan ni se dejan invitar. O el prejuicio similar de que “los programas de cultura son aburridos”, y en este sentido la sugerencia de “una oportunidad interesante en la difusión de contenido cultural con otra presentación, incluso con otro nombre: es tan amplia la variedad de temas que abarca el periodismo cultural, que muchas veces no nos damos cuenta de que estamos viendo televisión cultural”. Y la incitación a “hacer valer nuestros derechos como televidentes”, particularmente en los medios públicos, tal vez mediante la creación de observatorios ciudadanos de medios.

También se habló de la migración de los espectadores de la televisión a plataformas de distribución de video on demand por internet, y de “nuevos estilos de creación de contenidos” forzados por una generación de televidentes jóvenes. La tecnología ofrece la posibilidad de crear producciones audiovisuales de buena calidad técnica a un menor costo, disponibles para todas las personas con acceso a una conexión de internet.


La crítica

El periodismo cultural puede ser una herramienta adecuada para fundar una crítica de la creación artística, tanto como de las políticas y las expresiones culturales. Los recursos técnicos y los principios éticos, la amplitud temática y la riqueza narrativa del periodismo cultural pueden ser una base firme para construir y soportar el ejercicio de una crítica del arte y la cultura, que en Aguascalientes se reconoce tan urgente como inexistente. Un elemento fundamental para el crecimiento de los creadores, y para la formación de públicos.

La condición es que se entienda que la información es una cosa, y la opinión es otra cosa; que el periodismo de información es una cosa, y el periodismo de opinión es otra cosa. Y que la información siempre es anterior a la opinión, o debe serlo. Estos son principios, con demasiada frecuencia, ignorados por el periodismo. También por el periodismo cultural.

La crítica, se dijo en la “Mesa de Verano”, debe partir de "un conocimiento profundo del tema, y de estar comprometido con el tema”. Pero ¿por qué tenemos un periodismo cultural tan pobre?, “simplemente porque tenemos consumidores” de ese periodismo cultural tan pobre.

Esta mesa también sirvió para conocer los orígenes remotos del periodismo cultural en Aguascalientes, en el siglo XIX, prolíficos y ambiciosos “periódicos culturales, científicos y literarios” editados por personajes como José María Chávez, Jesús Díaz de León o Eduardo J. Correa. Hasta los primeros años del siglo XX: “¿y luego?, ¿qué pasó? Porque a fin de cuentas si tenemos un buen antecedente, un buen cimiento”.

Muy recientemente, La Jornada Aguascaliente terminó de publicar la novela por entregas “Huracán”, del poeta José Luis Justes. Publicó, hasta el año antepasado, el suplemento de creación y critica literaria “guardagujas”. Y ya conocemos la experiencia de “El Unicornio” en El Sol del Centro.

El diario El Universal de la Ciudad de México celebró durante 2016 su centenario y lo hizo revisando su historia editorial, en la que aparece como un diario portador no sólo de información cultural sino de creación artística: entre 1922 y 1925 publicó cada jueves durante 160 semanas novelas cortas -por ejemplo, una reedición de “Los de abajo” de Mariano Azuela- en folletines de 32 páginas en un octavo de pliego que acompañaban a su revista “El Universal Ilustrado”, con tiros de 50 mil ejemplares.

Una iniciativa parecida, muy posterior, fueron los Libros de La Prensa, el diario sensacionalista también de la capital, que durante varios años publicó -aunque en ediciones separadas del periódico- novelitas policiacas o de casos criminales que ocasionalmente admitían también historia o biografía.

La prensa sí puede cumplir un propósito de divulgación del arte, además de los que se le suponen intrínsecos: de información y crítica.


La formación

El periodismo -el periodismo cultural- es un oficio. Y como cualquier otro oficio, hay dos maneras de aprenderlo: en una escuela, o junto a un maestro en su práctica diaria.

Pero en Aguascalientes ninguna universidad enseña específicamente “periodismo cultural”, ni siquiera como una materia opcional, o en un curso de verano. Nada. Y de los periódicos, ni hablar: ya se dijo cómo la única sección de información cultural en Aguascalientes desapareció quince meses antes.

Más que una especialidad del periodismo, el periodismo cultural es una mirada singular de la realidad, se dijo durante el Coloquio de Periodismo Cultural, organizado en torno de la discusión sobre la formación -académica y profesional- de los periodistas culturales en Aguascalientes.

En esa jornada quedó claro que en Aguascalientes se carece de periodistas, en cantidad y en calidad, y que las universidades no los forman. Porque a los estudiantes no les interesa el periodismo, ni mucho menos el periodismo cultural. Sus intereses van hacia el espectáculo más banal, porque sus intereses vocacionales y profesionales son así de superficiales.

Así es que, además de seguir insistiendo en colocar al periodismo cultural en el horizonte profesional de los estudiantes universitarios, y ante la ausencia de políticas públicas del ICA y del IMAC para desarrollarlo como una forma de comunicación cultural, tal vez la salida se encuentra en la apelación directa a los creadores y sus públicos: el aprendizaje del periodismo cultural como un oficio, en talleres libres con lectores y creadores y promotores, y la formación de un público enterado, riguroso, exigente.


Los públicos

Cultura es todo lo que hacemos, y cómo lo hacemos.

Si todo es cultura, el periodismo cultural puede ocuparse de cualquier tema, si se refiere a esos lentísimos, imperceptibles, muy profundos cambios en nuestro modo de ser y de hacer, que se mantienen ocultos debajo de la frágil superficie de la vida diaria.

Si todo es cultura, el periodismo cultural puede aspirar a llegar a cualquier público. Si logra tocar su vida cotidiana. Si logra mostrar al arte como una manifestación sublimada de la cultura que desde las raíces define nuestra identidad, que nos conforma como una comunidad.

Si organizamos un acto cultural, es frecuente que llegue menos gente que la deseada. Entonces, buscando explicaciones o asignando culpas, decimos que “no hubo difusión”.

Pero realmente debe decirse que hubo una mala difusión: insuficiente, inoportuna o, más comúnmente, impertinente. Es decir, que falló alguna forma de periodismo cultural.

¿Quiénes queríamos que vinieran?, ¿esos que queríamos que vinieran, cómo se enteran de lo que les interesa?, ¿fuimos ahí a donde ellos se enteran para enterarlos, con el lenguaje al que están acostumbrados?, ¿utilizamos los recursos del periodismo cultural más adecuados precisamente para esas personas, esos intereses, esas plataformas?

Reporteros, articulistas, editores, propietarios, anunciantes, programadores, artistas, académicos, estudiantes... y los públicos: lectores, radioescuchas, televidentes, seguidores de blogs y de muros en redes virtuales... Todos somos parte del problema. Por tanto, todos podemos ser parte del principio de una solución: ¿por qué es tan escaso y tan mediocre el periodismo cultural en Aguascalientes? En la “Mesa de Invierno”, la más reciente y la última organizada con el apoyo de ésta beca del PECDA, conocimos dos experiencias elocuentes.

Una independiente, la del Grupo Informativo A Escena, formado hace catorce años por periodistas culturales independientes, especializadas en las artes escénicas y particularmente en el teatro, que trabaja en prensa, radio e internet, que intentó una “escuela del espectador” en Aguascalientes, y que se ha atrevido a entregar premios honorarios del público a la gente de teatro.

Otra institucional, la de la serie radiofónica “Cultura radiante” que el IMAC produce semanalmente en Radio UAA, con antecedentes en la antepasada administración municipal de Aguascalientes, que procura manifestarse en múltiples plataformas para alcanzar un público más amplio y que se empeña en convertirse en una referencia con autoridad propia.

Lo que le da sentido al periodismo -lo que le da sentido al periodismo cultural- es el público. Un periodismo ajeno al público, literalmente, no tiene sentido. El periodismo cultural ha de tener el propósito de contribuir a la formación de públicos, o será un ejercicio estéril.


Qué hacer

Los caminos abiertos luego de un año de trabajo del Seminario de Periodismo Cultural en Aguascalientes son entusiasmantes, desafiantes.

En el Coloquio de Periodismo Cultural se confirmó la intuición de que no hay interés en el periodismo, ni particularmente en el periodismo cultural, entre los estudiantes universitarios, que pronto se incorporarán como profesionales a los medios de comunicación.

Como “retribución social” por la beca del PECDA, se ofreció una amplia conferencia a integrantes del Laboratorio Universitario de Periodismo Locus de la UAA. Además, un taller de periodismo cultural a estudiantes universitarios de comunicación y de relaciones públicas agrupados por el IMAC en la Universidad La Concordia. En ambos casos, la asistencia fue mínima, distraida. Son tan pocos los estudiantes universitarios mínimanente interesados, en la universidad pública y en las universidades privadas, que debe ser sencillo -y se intentará- agruparlos en un Taller Universitario de Periodismo Cultural.

Por otra parte, como resultado del mismo Coloquio de Periodismo Cultural, se gestionó la donación de los libros actualmente en circulación de la Colección Periodismo Cultural de la Secretaría de Cultura, para su difusión y su libre consulta en Aguascalientes. Llegaron el jueves 23 de febrero, al Pabellón Antonio Acevedo Escobedo de la Biblioteca Enrique Fernández Ledesma del ICA, para su libre consulta en el sitio por cualquiera interesado. Ahora mismo imagino posibles usos de esa colección.

Por ejemplo, la convocatoria a un Concurso de Lectura de la Colección Periodismo Cultural, del que la entrega de los premios permitiría invitar a Aguascalientes a los autores de los libros correspondientes, y su encuentro con periodistas culturales, estudiantes y maestros universitarios. La colección permitirá también iniciar un Centro de Información de Periodismo y Cultura, al que se agregarán programas de televisión y radio de productores de Aguascalientes con premios nacionales e internacionales. Con esto se iniciará el Radio TV Club que reunirá regularmente a radioescuchas y tevespectadores a conversar, en presencia de los realizadores, sobre el periodismo cultural en la radio y la televisión de Aguascalientes.

Si cultura es todo lo que hacemos y cómo lo hacemos, si la cultura en efecto construye comunidad e identidad, el periodismo que acompaña a la cultura debe participar sin duda en este proceso, un proceso finalmente político.

El periodismo cultural: el periodismo de lo que toca a nuestra vida cotidiana, el periodismo que observa y documenta esos cambios imperceptibles a primera vista, esos cambios profundos que a veces se manifiestan sólo después de una generación, o más.

El periodismo cultural como parte de una política pública, si ignorada por las instituciones, construida desde la sociedad civil. El periodismo cultural como parte consciente de una política de formación de públicos para el arte y la cultura.

viernes, 28 de octubre de 2016

El periodismo que acompaña a la cultura

I.

Si organizamos un acto cultural, como éste, es frecuente que llegue menos gente que la deseada. Entonces, buscando explicaciones o asignando culpas, decimos que “no hubo difusión”.

Pero realmente debe decirse que hubo una mala difusión: insuficiente, inoportuna o, más comúnmente, impertinente. Es decir, que falló alguna forma de periodismo cultural.

¿Quiénes queríamos que vinieran?, ¿esos que queríamos que vinieran, cómo se enteran de lo que les interesa?, ¿fuimos ahí a donde ellos se enteran para enterarlos, con el lenguaje al que están acostumbrados?, ¿utilizamos los recursos del periodismo cultural más adecuados precisamente para esas personas, esos intereses, esas plataformas?

Siempre me ha asombrado la rapidez con la que se difunden -se viralizan, se dice ahora- las noticias de los actos artísticos o culturales que desde el periodismo cultural despreciamos: el cantante grupero de moda anuncia que estará en Aguascalientes, y a los pocos minutos el post ya tiene decenas o cientos de likes, y en unas horas ya ha sido envidiablemente comentado y compartido hasta cubrir a toda esa comunidad de fans.

¿Y los que no tienen acceso a internet? Seguramente miraron de paso una barda pintada, o escucharon en el camión que alguien enterado se lo platicó a alguien interesado y todos se entusiasmaron y empezaron a hacer cuentas para la quincena.

Likes y fans. Tal vez en estas palabras, del nuevo vocabulario impuesto por las “redes sociales”, se encuentre una pista para mejorar nuestra comunicación con esos posibles nuevos públicos de lo que desde el periodismo cultural apreciamos: me gusta, te sigo; no me gusta, no te sigo. Tan sencillo.

Nos movemos ignorando la violenta frontera entre lo que le gusta a la gente y lo que nosotros decidimos que debe gustarle a la gente. Nos cuesta reconocer que trabajamos para la “inmensa minoría”, contra el gusto de la mayoría.

¿Y cómo construimos el “buen gusto” de la mayoría, ahora ganada por los discursos más banales, por la música más rudimentaria, por las películas de acción, por los best sellers? Volviendo la vista hacia el infinito horizonte, expandiendo el universo de temas, procurando la conexión entre lo que escribimos y la vida cotidiana de nuestros lectores.

Lo dice la periodista mexicana Alma Guillermoprieto en una entrevista reciente con El País: “hemos hecho mal en no acompañar a la gente en sus verdaderas preocupaciones. Somos finalmente una minoría, parte de una élite, aunque muchos periodistas provengamos de las clases populares. Pero ya de hecho somos una élite y nos ocupamos de las cosas que les preocupan a las clases liberales. Una de las cosas que descubrí en la revolución es que a la mayoría de la gente no le interesa la revolución. Lo que quieren es vivir en paz, y a nosotros los periodistas nos interesan las revoluciones. Ahí hay ese desfase entre los periodistas y la gente”.

Cultura es todo, dice la definición más simple. O mejor: cultura es todo lo que hacemos y cómo lo hacemos. Pero si cultura es todo, ¿en dónde están los límites del periodismo cultural? En donde queramos colocarlos, pero la clave para no dispersarnos en la nada sigue siendo la misma: la materia del periodismo cultural es lo que toca la vida cotidiana de nuestros lectores. ¿Cómo enriquecemos el gusto de nuestros lectores? Si logramos que la gente hable de lo que les proponemos, que lo hagan parte de su conversación cotidiana.

Comentar y compartir.

¿Cómo logramos, con el periodismo cultural, que don Pancho que da bola en la plaza platique con su momentáneo cliente del paro técnico del transporte urbano pero también de PostMortem 9, el festival de cortometrajes de horror y bizarros?, ¿o que doña Concha que ahí vemos pasar con su bolsa al mercado se detenga y se quede un ratito a escuchar una mesa de lectura del Encuentro de Poetas del Mundo Latino?

El objetivo del periodismo cultural es doble. Por una parte, como lo ha pedido insistentemente Gabriel Zaid, el objetivo del periodismo cultural es elevar el nivel de la conversación pública; el periodismo cultural debe iniciar conversaciones. Por otra parte, el objetivo del periodismo cultural es formar públicos: lograr que haya un público donde ahora no lo hay, y también que esos públicos, los públicos existentes y los nuevos públicos, tengan más y mejor información, para formar una opinión más firme, y de esta manera asegurar la acción que deseamos: que vayan a escuchar una conferencia o un recital de poesía o una presentación editorial, que se muevan a mirar una exposición o una película o un espectáculo coreográfico, que participen en la formulación y la ejecución de políticas públicas para el cuidado del patrimonio arquitectónico o para el fomento de la lectura, que exijan cuentas claras a los funcionarios y a los becarios acerca del uso del dinero fiscal.

Para eso es, para eso debe ser el periodismo cultural.

Debe haber una correspondencia conciente y explícita entre el periodismo y la realidad: formamos públicos, y así alteramos la realidad. Comprender para entender, entender para relatar, relatar para enterar, enterar para comprender. Entender la realidad como condición necesaria, nunca suficiente, para transformar la realidad. Así cerramos el círculo virtuoso con nuestros lectores, que son los (únicos) que dan sentido a nuestro trabajo.

Pero si queremos hacer periodismo cultural para formar públicos debemos, primero, decidir a quiénes, luego averiguar cómo se enteran de lo que les interesa, enseguida encontrar o imaginar vinculaciones entre lo que les interesa y lo que podría enriquecerlos, y entonces, sólo entonces, empezar a diseñar productos de comunicación.

Un síntoma significativo del estado del periodismo cultural que hacemos, y que leemos, es la costumbre de hablar de “eventos” culturales. Pero un evento es algo que sucede como podría no haber sucedido, algo accidental, incluso catastrófico, indeseable. Si sé cuándo, a qué hora, en dónde, quién presenta qué, entonces está programado, no es un evento. El periodismo cultural es el periodismo que acompaña a la cultura, en todo el proceso: el artista no lo es sólo cuando está sobre el escenario, el periodista cultural no ha de serlo sólo para anunciar que un artista estará sobre un escenario.

El artista lo es desde que concibe un espectáculo, lo gestiona, lo ensaya, el artista no lo es sólo cuando está en el escenario. Por eso hablo del periodismo que acompaña a la cultura, a todo el proceso de la creación artística, a todo el proceso de la reflexión académica sobre esa actividad artística.

Frecuentemente lo que se presenta y consumimos como “periodismo cultural” es apenas un relato de la cartelera, y la cartelera es un boletín institucional: relatamos boletines. Peor: el periodismo cultural muy frecuentemente sólo anuncia el estreno de una temporada, o la inauguración de una exposición, muy frecuentemente sólo reporta o cronica lo que sucedió en ese estreno o en esa inauguración, pero (casi) nunca explica lo que sucedió antes ni, mucho menos, sugiere lo que sucederá después de ese estreno o de esa inauguración.

Sabemos que la noticia muere en cuanto nace. ¿Y a dónde van las noticias cuando mueren?: se convierten en información, una experiencia personalísima e intrasferible, condición necesaria aunque no siempre suficiente para integrar una opínión propia. La información es siempre anterior a la opinión, sin información suficiente no puede haber opinión eficiente.

Formar, difundir, manejar la opinión no es el fin del periodismo, sino apenas una condición de su misión: provocar acciones, hacer que el público no sólo se informe, no sólo opine, sino que haga algo. De la información a la opinión a la acción: un periodismo de acción. ¿Y cuál ha de ser la acción del periodismo, específicamente del periodismo cultural?: formar públicos. Formar públicos en lo cuantitativo (que haya públicos donde no los había), y formar públicos en lo cualitativo (informar su opinión, y orientar su opinión hacia la acción).

El periodismo cultural más allá de la cartelera, más allá del estreno, más allá de los boletines.

Los cambios culturales son los más lentos. Suelen percibirse sólo después de un dilatado tiempo, a veces más de una generación, o incluso más. Los cambios culturales son también los más profundos, tal vez por eso mismo. Sus raíces pueden destruir cimientos. Están ocultos muy debajo del oleaje más violento: el cambio no es ese oleaje, que se disipará pronto; el cambio sucede más cerca del inestable lecho marino, ahí donde nuestra vista no llega.

Por eso los periodistas culturales, además de ser periodistas cultos, deben desarrollar una especial capacidad para la observación. Si el periodista observa las constantes y las anomalías para imaginar sus temas, para gestionar sus fuentes, para construir sus noticias, su observación de estas constantes y anomalías ha de ser particularmente cuidadosa. El periodista cultural otea mucho más allá de hoy, hacia atrás y hacia adelante. El periodista cultural documenta el pasado e imagina el mañana.

Juan Villoro ha observado cómo el desprecio a la cultura se expresa en los periódicos con el hecho de que es la primera sección -¡cuando existe!- que se cierra y se “tira”, de manera que una conferencia como ésta, que sucede después de esa hora de cierre y “tiro”, si acaso, será mencionada en la sección de información cultural de pasado mañana. El periodismo cultural, dice, es “el periódico de antier”.

Esto puede ser una ganancia para la narratividad y el estilo del periodismo cultural: tenemos un día más para escribir. Alejados, así sea por el desprecio, de la premura impuesta a las secciones “duras”, que además son las más generosamente patrocinadas, podemos escribir “bonito”, que es lo que se espera de un periodista cultural (escribir “bonito” sin sacrificar la claridad, una sencilla elegancia). Uno de los planos en los que se acercan el periodismo y la literatura. Por cierto, la narratividad específica del periodismo cultural exige un dominio pleno del lenguaje, de la gramática, de la ortografía.

A mí me gusta imaginar al periodismo cultural como el periodismo de mañana: un periodismo de anticipación, que documenta, acompaña, narra los cambios profundos en la cultura de una sociedad. Y mi mejor ejemplo sigue siendo una noticia perdida entre tantos otros boletines, a principios del año pasado: en 2014, en Aguascalientes hubo más automóviles fabricados que niños nacidos. Ningún periodista -ningún periodista cultural- se ocupó de documentar el contexto ni de investigar las derivaciones de esa noticia, que tal vez lo sea ahora para ustedes.

Hoy viernes en Aguascalientes encuentro al menos trece opciones artísticas y culturales, todas atractivas. Tal vez dos o tres son mencionadas por la prensa, mencionadas y nada más. Entonces, ni la simple cartelera ni la investigación a fondo de motivos y tendencias.

Desde el periodismo cultural no le llevamos el paso al arte y la cultura de Aguascalientes.


II.

Cualquiera puede ser periodista cultural. Cualquiera debe poder ser periodista cultural. Cualquiera debe poder aprender a ser periodista cultural. Además de un derecho elemental de expresión, es un ejercicio elemental de nuestros derechos culturales.

Con este principio, durante cuatro años coordiné un taller de periodismo cultural en CIELA Fraguas, siete generaciones en las que participaron unas treinta personas, hombres y mujeres de diversas edades y formaciones que, al cabo de unas cuantas sesiones, seguramente no eran periodistas culturales plenos (aunque me sorprendieron con varios textos muy bien hechos, y que fueron publicados), pero -creo- sí eran mejores lectores, radioescuchas, televidentes de información cultural. Y eran mejores públicos.

El aprendizaje del periodismo cultural es continuo, permanente, inacabable. Con la mente abierta, la mano suelta, acompañados por libros estimulantes y maestros inteligentes.

El periodismo cultural es un oficio, un oficio especializado, como cualquiera otro. Como cualquier oficio, hay dos maneras de aprenderlo: o en una escuela, y ya veremos cómo ninguna escuela universitaria de Aguascalientes, pública o privada, enseña específicamente “periodismo cultural” ni siquiera como un curso opcional o de verano; o pegándomele a un maestro en su talacha diaria, pero es evidente que en nuestra ciudad apenas hay espacios en donde se publique regularmente alguna nota suelta sobre el arte y la cultura de Aguascalientes.

En el modelo de negocios de las empresas de la información en Aguascalientes resulta que la cultura no es rentable. Mi sección de información cultural en El Sol del Centro yo la “vendía” como un nuevo servicio a los lectores, como la apertura de una nueva cartera de anunciantes, como valor agregado a la marca editorial. Terminó siendo aprobada sólo porque fue una decisión personal de la jefa en la Ciudad de México, que me conocía de treinta años atrás, y que así lo ordenó al director de acá; cuando hubo cambio de dirección, catorce meses después, la sección se suspendió repentinamente, sin más explicación que “nos ordenaron que ya no paguemos honorarios”.

Honorarios que, por cierto, eran muy bajos, insuficientes para pagar las cuentas, sin seguro médico y, como vemos, sin ninguna estabilidad ni garantía de permanencia y desarrollo. Buscando alternativas para continuar la publicación de la sección, en otro periódico me encontré con posibilidades laborales incluso peores. ¿Por qué sucede esto?

¿Por qué no podemos vivir, vivir bien, haciendo periodismo cultural en Aguascalientes? ¿Estamos mal preparados desde la escuela, dejamos de estudiar cuando egresamos, no nos mantenemos al tanto de las novedades tecnológicas, seguimos haciendo el periodismo que aprendimos y nos desentendemos de las novedades temáticas y narrativas, de plano despreciamos todo lo que no se ajusta a nuestras ideas de periodismo y de cultura? ¿Nuestros maestros son malos, nuestras referencias bibliográficas y hemerográficas son pobres, nuestro horizonte académico y profesional se agota frente a nuestras narices?

Por qué no pagan quienes pagan. Los dueños de los medios, o los funcionarios a cargo de publicaciones y oficinas de información institucionales, o los anunciantes y los patrocinadores, los “malos de la película” que más frecuentemente citamos. ¿Por qué no hemos sido capaces no sólo de agregar valor a la información cultural, sino de revelar, de hacer muy evidente, el valor de la información cultural?

Pero también los artistas, que desprecian el trabajo especializado de los periodistas culturales (y de los gestores culturales), piensan que son actividades tan elementales que cualquiera puede hacerlas, y ellos mismos las hacen. Y las hacen mal, cómo no.

Y, por fin, los lectores. El poco entusiasmo y el escaso rigor con los que se hace periodismo cultural en Aguascalientes tiene una correspondencia puntual con el poco entusiasmo y el escaso rigor con los que se busca, se lee, se estimula el periodismo cultural en Aguascalientes.

¿Cómo pensar en contratar y en pagar bien a los periodistas culturales, si los dueños y los anunciantes de los medios -y los funcionarios a cargo de las instituciones que manejan información cultural- no aceptan el valor del periodismo cultural? ¿Cómo, si los lectores no parecen dispuestos a pagar (bien) por el periodismo cultural que se hace y se puede hacer en la prensa, la radio, la televisión, internet...?

El periodismo en México nació como periodismo cultural. ¡Y en Aguascalientes!: la maestra Sofía Ramírez, en la “mesa de verano” del Seminario de Periodismo Cultural en Aguascalientes, hizo una revisión de publicaciones periódicas hechas aquí a finales del siglo antepasado y principios del siglo pasado, periódicos que eran referencias regionales y nacionales, no políticos sino literarios. De pronto, todo terminó.

¿Qué pasó? Las condiciones históricas cambiaron, claro. Pero también desapareció de Aguascalientes, por muerte o mudanza, esa primera generación de fundadores de instituciones locales, despreocupados por la continuidad de su empeño.

Lo ha observado Gabriel Zaid: “la cultura, que ahora está como arrimada en la casa del periodismo, construyó la casa”. Y ahora es expulsada de ahí.

En México, la información de cultura en Excelsior volvió a estar en una sección propia, La Razón inició su suplemento sabatino El Cultural que en octubre llegó a su número 70, Confabulario de El Universal se mantiene -como se mantienen Laberinto en Milenio, y La Jornada Semanal que resiste a la muerte de su último director Hugo Gutiérrez Vega- y además está produciendo otra vez Confabulario TV con Canal 22.

En Aguascalientes, El Sol del Centro canceló la que durante catorce meses fue la única sección de información cultural en la prensa estatal (La Jornada Aguascalientes no publica diariamente, publica muchos boletines aunque tiene la agradecible decencia de anunciarlos así, y no se concentra en el arte y la cultura locales sino en lo que más le interesa a su editor), y no es un secreto la deriva comercial de las estaciones de Radio y Televisión de Aguascalientes; en contraste, una muy buena noticia es el inicio de transmisiones en señal abierta de TV UAA.

El modelo de negocios de la prensa tradicional entró en crisis desde hace varios años, y debió agregarse a las nuevas plataformas tecnológicas no sólo para sobrevivir sino para seguir desarrollándose.

Se abaten la rapidez y los costos para el manejo de la información y la publicidad de las noticias: se “abarata” el periodismo, porque estos atributos afectan también, sobre todo, a la raíz oculta, la investigación (la verificación, la contextualización, la edición), y porque este abaratamiento propicia la proliferación de periodistas amateurs, o de plano de falsos periodistas, que impiden que sea bien pagado el trabajo profesional de los periodistas culturales.

Un riesgo adicional del periodismo amateur en las “redes sociales” es que se crea la ilusión de que se forman públicos porque se llega a más gente, y más rápido. Pero esa gente a la que se llega es la que tiene acceso a internet (y al teléfono, y a la electricidad, y con capacidad para comprar una computadora), y se ignora a amplísimos sectores de la población, ¡la mayoría!, que se mantienen al margen y alejados de la información de arte y cultura.

Apps, redes sociales, streaming, noticias en tiempo real, la multiplicación de las técnicamente deplorables transmisiones en vivo por Periscope o en Facebook Live, textos multivinculados y siempre acompañados por audio e imagen, la moda reciente del GIF...

Lo importante es afirmar que todo esto es periodismo más tecnología, y lo que cambia es la tecnología, y sus usuarios. La esencia del periodismo debe seguir estando ahí, es la condición para que el periodismo cultural siga desarrollándose, no podemos permitir que desaparezca en la bruma de las novedades tecnológicas.


III.

Los nuevos periodistas, los periodistas “nativos digitales”, no pueden imaginar las viejas redacciones de los periódicos pobladas por el humo del tabaco, el ruido, el olor a tinta (y, con frecuencia, a alcohol).

Cuando yo salía de la escuela de periodismo y me iniciaba en el periodismo profesional, hace treinta y cinco años, en un mundo sin internet ni teléfonos celulares, sin Google ni correo electrónico, era una subversiva novedad la sola presencia de los “periodistas de escuela”, como nos llamaban con temeroso desprecio los viejos de la tribu formados en la calle.

La competencia generacional ahora nos encuentra en un mundo poblado por soft news. Estamos en la civilización del espectáculo. Fragmentos desarticulados y efímeros, información que se desvanece en la nada pero que trota irresponsablemente hacia la opinión, sin embargo trivializada en un simple “Me gusta” (me encanta, me divierte, me asombra, me entristece, me enoja), que se confina en 140 caracteres o, mucho peor, que se disuelve instantáneamente en una detestable imagorrea, la enfermiza compulsión a tomar una foto de lo que sea y enseguida olvidarla, basura digital.

En estas condiciones, con un público así dispuesto, no informamos para formar opinión, no informamos para iniciar conversaciones, no informamos para formar públicos: informamos para lograr likes, “generamos contenido” para ganar un tráfico acelerado hacia la nada.

En la apertura del Hay Festival Segovia 2016, el 23 de septiembre, el director adjunto de El País, David Alandete, dijo que “frente a un bloguero, por ejemplo, el periódico ofrece rigurosidad, calidad y contenido añadido”, y así previó la evolución a “un modelo donde gane la última hora y la información desnuda, que se encontrará de forma gratuita, mientras que las columnas o los reportajes e informes amplios requerirán un registro en el que los lectores se comprometan a ver la publicidad que financia al medio, o el pago por contenido”. Según él, ha habido “un cambio en el tipo de formación que se requiere de los periodistas, que ahora deben conocer otras narrativas en un momento en que la relación se produce a través del teléfono móvil”.

Carlos Chimal, uno de los grandes divulgadores de la ciencia en México, habla en su más reciente libro, “El universo en un puñado de átomos”, de un “periodismo de pisa y corre”, contra el periodismo que acompaña y documenta los procesos de los creadores, “pero eso exige más tiempo y no todos están dispuestos a invertirlo”, dice. O a pagarlo.

Julio Aguilar, el editor de cultura en El Universal, señala que ahora ya no se editan periódicos sino que se generan contenidos para diversas plataformas y soportes, y cita a Fernando Savater: “Los periódicos han muerto, viva el periodismo”.

Nuevas herramientas, nuevas formas, nuevos públicos, realidad cambiante del arte y la cultura en Aguascalientes, particularmente por la multiplicación de egresados de escuelas universitarias. Una nueva realidad, y ante esta vertiginosa novedad el periodismo cultural no lleva el paso.

Imagino un periodismo cultural más allá de la cartelera, más allá de las efemérides, más allá de los boletines de prensa, un periodismo cultural más allá de las bellas artes o de las grandes fiestas religiosas o populares, un periodismo cultural más allá del documental histórico que con frecuencia es una cómoda coartada para no entrar a los grandes temas actuales.

Un periodismo colectivo, un periodismo de colaboración, un periodismo multimedia y multiplataforma. Periodistas culturales glocales, todoterreno. Un periodismo que no se queda quieto, un periodismo que camina, un periodismo que ve y que va más allá.

Observa José Carlos Castañeda en su artículo para el suplemento El Cultural de La Razón, el sábado 10 de septiembre: “La escritura de Walter Benjamin proviene de la calle, de los cafés y los pasajes interiores de la desesperanza. En todo este trayecto de una larga huida, Benjamin inventó en sus cuadernos un nuevo género literario: la crítica cultural. Una extraña amalgama de historia, sociología, filosofía, literatura, crónica de viajes y relatos breves”. El personaje por excelencia que define a Walter Benjamin, autor del fragmentario e inconcluso “Libro de los pasajes”, es “el flâneur, una suerte de vagabundo, paseante solitario y marginal de una historia paralela. La fisonomía de este nuevo actor, oculto en la multitud mientras husmea en los resquicios de la vida urbana, abre un nuevo campo de estudio donde el arte y la historia se entrecruzan con la rebelión y la catástrofe”.

La calle, como los sueños, es el principal surtidor de temas para el periodismo cultural.

El periodista es alguien que busca datos y los relaciona mediante una narrativa para proponer un significado. Alejamientos, acercamientos, desplazamientos alrededor y a través de nuestro objeto: el periodismo es ese juego con esos objetos, entidades reales o figuradas que tratamos como fuentes de datos; de esa manera, y sólo de esa manera, hemos de lograr la anhelada “objetividad”, el juego con los objetos, la fusión de nuestra mirada con los objetos.

No hay una realidad, hay miradas -y relatos- diversos sobre la realidad: la noticia no es lo que sucede, la noticia es el relato de lo que sucede. Los datos por sí mismos no significan nada, los datos valen sólo por su relación con otros datos, por la manera como los relacionamos a la búsqueda de un significado; por eso los mismos datos pueden tener significados diversos, divergentes, controversiales.

“Escribir contra el público”, sugiere el periodista argentino Martín Caparrós: desafiar a los lectores, contarles lo que no tienen interés por conocer, “nuestro trabajo como periodistas es ofrecer lo que merece ser contado, no lo que supuestamente pide el público”, dice en una entrevista con Excelsior. Y así regreso a la observación de que somos elitistas, quizá incluso antidemocráticos, porque trabajamos esencialmente para un público muy menor, “la inmensa minoría” como diría don Alfonso Reyes.

Héctor Aguilar Camín cita en Milenio la conferencia de Samil Ismail quien menciona a la amígdala, la glándula del sistema límbico que acompaña desde siempre al homo sapiens: es “el segmento del cerebro que produce el miedo... El homo sapiens podía equivocarse en apreciar la belleza de un crepúsculo, pero no en desoir el rugido de un león cercano”. La amígdala, comenta Aguilar Camín, sigue ahí “oyendo con mayor atención los peligros y las catástrofes que los logros y los goces”. Es la diosa de las malas noticias, nuestra diosa cínica: las buenas noticias no son noticias, como lo confirmaron los comunicólogos asesores del presidente Enrique Peña Nieto en su fallida campaña “Lo bueno casi no se cuenta, pero cuenta mucho”.

El periodista es alguien que busca datos, y a cada dato corresponde una fuente; los datos son el sustento de una noticia (una noticia es sustantiva, nunca adjetiva). Buscamos datos y con ellos construimos relatos significativos, que al dejar de ser noticia -esto es, en cuanto se publican- se convierten en información que sustentará la opinión; pero no trabajamos para hacer opinión, sino para propiciar la acción: queremos que nuestro lector haga algo, queremos mover a nuestro lector.

El periodista propone la actualidad, parte fundamental del trabajo del periodista es imaginar noticias. Imaginar noticias, no inventarlas: en el decálogo del periodista tal vez el mandamiento principal es “no supongas”: si tu madre te dice que te ama, verifícalo con dos fuentes. Si no sabes algo, investiga; si no entiendes algo, haz periodismo.

Datos, personajes, imágenes, ideas, opiniones. Estos son los orígenes, los motivos, las condiciones previas necesarias de los géneros periodísticos. Para relatar lo que sucede, el periodismo dispone de otros, ricos recursos: los ignorados géneros periodísticos.

En este proceso se revela con frecuencia, por su ausencia, la importancia esencial del editor, un periodista superior. El periodista es su primer editor, y su primer lector. “Los editores son la gran ausencia en Internet”, observa Alma Guillermoprieto en esa misma entrevista con El País. Esta ausencia ha hecho de internet la gran legión de imbéciles que observó Umberto Eco.

Captar los momentos importantes y extraer la esencia de los acontecimientos, eso es ser un buen reportero. Seleccionar y jerarquizar adecuadamente los datos, eso es ser un buen editor.

A cada dato una fuente verificable. Contexto y seguimiento. La información siempre es anterior a la opinión, y la opinión es estéril si no imaginamos una acción. Principios elementales de un ejercicio del periodismo al que le da sentido una lectura necesariamente crítica, sin la cual, sí, estaremos haciendo un periodismo sin sentido. La ética del periodismo, el “zumbido del moscardón”, siempre presente aunque lo ignoremos, según lo fijó el periodista Gabriel García Márquez.

Y desde luego cuando hablo de periodismo cultural me refiero al que se ejerce en cualquier plataforma, o en cualquier “soporte” como solemos repetir en el todavía apocalíptico diagnóstico de la inminente muerte de la prensa que se anuncia desde hace tantos años. Lo racional contra lo emocional, lo reflexivo frente a lo instintivo, el periodismo cultural se hace y se usa en función de su plataforma de difusión: a la prensa se le respeta, a la televisión se le admira, a la radio se le quiere... a internet se le cree y se le perdona todo.


IV.

Escribimos no para nos lean, sino para que nos respondan. Hacemos periodismo para iniciar conversaciones, hacemos periodismo cultural para llevar el arte y la cultura a la mesa de la cena, que al final de la jornada no se platique sólo de telenovelas o de futbol, permear al lenguaje cotidiano con el lenguaje del arte y la cultura.

A propósito de la indignada discusión por la invitación a la Feria de las Letras en San Luis Potosí del (supongo) comediante Yordi Rosado, un “creador y gestor literario” sanluisino, Joserra Ortiz, citó el prólogo de Manuel José Othón a su libro “Poemas rústicos” (1902): “El ideal estético de todas las épocas, y especialmente de la actual, es que el arte ha sido y debe ser impopular, inaccesible al vulgo. Cuando más se ha extendido o se extienda su culto, será porque el vulgo ha ido o irá ascendiendo, abandonando, por lo mismo, su naturaleza; mas no porque el arte baje, pues es imposible que pierda su sustantividad. Esto no quiere decir que el artista deba producir sólo para los iniciados en las fórmulas técnicas del procedimiento: se debe componer, pintar, esculpir para todos los espíritus finos y ya sensibilizados que forman una porción de inteligencias educadas, de almas accesibles y apercibidas a recibir y retener la impresión estética. Y en los momentos presentes esas inteligencias, esas almas no son tan raras como se cree, pues abundan”.

Si hemos de criticar políticas públicas, en la ciudad de San Luis Potosí agregaron la cultura a una dirección de turismo. En Aguascalientes, con un propósito similar que ahora se olvida, se puso a la Orquesta Sinfónica de Aguascalientes a tocar chuntata con Los Ángeles Azules, exitosísimo -como Yordi Rosado en la literatura- pervertidor de la cumbia.

Pero no es de eso de lo que ahora me interesa hablar, sino de ese concepto así formulado por Othón: el trabajo del periodista cultural, y de cualquiera otro gestor-promotor-animador de la cultura y de sus expresiones artísticas, ustedes y yo, nos preparamos para un trabajo democratizador pero antidemocrático, una paradoja de la que debemos hacernos cargo antes de avanzar.

De ahí el suplicio de Sísifo que significa nuestro trabajo: tanto esfuerzo para fomentar la lectura, por proponer temas y obras propicias, y nos traen a un Yordi Rosado que realmente nada tiene qué decir para el tema; tanto esfuerzo para fomentar el buen gusto musical, tanto esfuerzo para crear un público para la OSA, y nos la ponen a tocar chuntata nomás porque les gusta a los programadores culturales de la Feria Nacional de San Marcos.

Pero, sin duda, es algo que tiene que seguir haciéndose. Arturo Pérez-Reverte, viejo reportero en territorio comanche, ha dicho que los periodistas culturales somos como la orquesta del Titanic, “que suena no para adormecer conciencias sino como compañía y alivio de muchos. Como último bastión. Como analgésico que no quita la causa irremediable del dolor, pero lo alivia”. Héctor de Mauleón, que también algo sabe de esto, decía en Mérida (en marzo, en el Segundo Encuentro de Periodismo Cultural dentro de la Feria Internacional de la Lectura Yucatán) que el periodismo cultural se entiende como “el oasis frente al horror”, “una habitación bien decorada donde sea agradable estar después de atravesar el infierno del mundo”. Pero una habitación al fondo, donde vive “la loca de la casa”, la imaginación.

Un buen motivo para persistir en el periodismo cultural “de campo” sería el reconocimiento de un error frecuente en la gestión cultural y la elaboración de políticas públicas de las instituciones de cultura: no se trata de “llevar la cultura a todos”, sino de ir a donde la cultura de por sí se desarrolla y de -ahí mismo- proponer espacios de diálogo e interpelación. Ir a donde está la cultura -los barrios, los pueblos, las calles- y traerla al gran espacio público desde donde se disemine. Ese es trabajo del periodismo cultural: hacer visible, audible, tangible la cultura en sus múltiples formas y expresiones. La cultura más allá de la cartelera de las instituciones. La cultura está en todas partes, el periodismo cultural debe estar ahí también.

Informar, educar, entretener, son también nuestras responsabilidades profesionales. Todos los medios cumplen estas funciones, todos los medios deben cumplir estas funciones, y al hacerlo determinan a sus públicos. Desde el periodismo cultural hemos de distinguirnos por la selección de los temas, asombrar a nuestro público con temas originales y provocadores, una selección de temas (y la posterior búsqueda de fuentes) que requiere, a fuerzas, de periodistas cultos. Cien por una, decía con apenas un poco de exageración Ryszard Kapuściński: leer cien cuartillas antes de animarnos a escribir una.

Trabajamos para una muy pequeña minoría, hacemos periodismo desde la minoría. Entonces, debemos crecer en dos sentidos contrapuestos: sí, por la formación de públicos que se enteran de lo que les interesa (y no les interesa el arte y la cultura) en periódicos que despreciamos, pero también por la información de públicos tan habituados a la lectura que se enteran mejor -y les son más confiables intelectualmente- por libros.

Entonces hagamos periodismo en libros, hagamos libros. Yo mismo publiqué, en una edición de autor, 165 columnas “De cultura” publicadas semanalmente en siete diarios de Organización Editorial Mexicana, incluso El Sol del Centro. La Colección Periodismo Cultural iniciada en 1994 por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, ahora Secretaría de Cultura federal, es una serie creciente de 69 libros compilados por otros tantos grandes periodistas culturales de México.

Un modelo de periodismo cultural más cercano, en el tiempo, en el espacio y en el cariño, es José Emilio Pacheco. Su legendaria columna “Inventario” es un ejemplo del periodismo cultural que necesitamos: escrupulosamente documentado, de muy largo aliento, impecablemente redactado.

Un periodismo alternativo, porque proponemos alternativas en la búsqueda de temas asombrosos y provocadores, en la atención de fuentes novedosas e inesperadas, en el ejercicio de narrativas no sólo legibles y respetuosas del lenguaje sino de “literatura bajo presión”, en el uso arriesgado de plataformas y lenguajes y, por fin, en la gana de conectar precisamente con los nuevos públicos, que lo son no sólo por su edad sino además por su precario acercamiento a la creación artística y a la reflexión cultural; así, además y sobre todo, somos un periodismo alterativo.

Un periodismo cultural que trasciende generaciones, no sólo por la necesaria y problemática coincidencia (que siempre ha existido, de diferentes maneras) de periodistas maduros y periodistas jovencísimos, sino sobre todo por la perspectiva de su ejercicio profesional, que debe ser amplísima: otear desde una o dos generaciones anteriores los cambios culturales, esos cambios profundos y lentísimos que marcan la identidad de las comunidades, y proyectarlos una o dos generaciones más allá de la nuestra.

El periodismo cultural, para serlo genuinamente, ha de ser un periodismo de adelantados, un periodismo de frontera: “el periodismo que acompaña a la cultura”, que da cuenta de los lentos y dilatados procesos de creación artística y de intervención comunitaria para alterar la vida cotidiana. El “tejido social” que se agita y se desgarra, o que tersamente permite la agenda cotidiana, tiene más allá de la superficie cambios que se notan sólo si vamos más allá, periodismo de profundidad. Vuelvo al ejemplo de aquella nota perdida de 2014: más automóviles que niños, el colapso de la ciudad, que ya puede entreverse en los atascos insólitos hace apenas unos años, ¿quién lo advierte?

Así como la noticia no es el hecho, sino el relato de ese hecho, es posible afirmar que el periodismo cultural que hacemos en Aguascalientes no refleja y no relata la realidad artística, cultural, académica de Aguascalientes. Este periodismo cultural no se corresponde puntualmente con la realidad a la que se refiere, ni la revela ni la construye.

Las noticias las hacemos nosotros, los periodistas. En Aguascalientes el perverso modelo de negocios del periodismo permite que la agenda (también la agenda cultural, o su menosprecio) sea impuesta por las élites del poder local.

Pero la corresponsabilidad del mantenimiento financiero, el desarrollo de los proyectos empresariales, corresponde también a otros actores, particularmente a los artistas -y a los académicos que reflexionan sobre el arte y la cultura- y, muy marcadamente, a los lectores.Artistas que no leen. Lectores que no leen. Nadie lee; nadie paga.

¿De qué hablamos cuando hablamos de periodismo cultural? Desde luego, de la cartelera, que es en donde se queda plácidamente la mayoría de los intentos de lo que sin embargo nos empeñamos en seguir llamando periodismo cultural. Lo único que parece preocupar a programadores y artistas: que me mencionen en la prensa cuando estreno.

La cartelera, y los boletines de prensa asociados (no siempre bien hechos, casi siempre muy mal distribuidos), la cartelera y los boletines de prensa como el non plus ultra de un periodismo cultural mediocre. Una mínima audacia temática son las efemérides: hace tantos años que nació o que murió fulano o que se inauguró tal o cual edificio o la fiesta religiosa en un país risiblemente laico, las entrevistas de dossier por la repentina muerte de un famoso.

El periodismo cultural ha de ser un periodismo comprensivo, un periodismo que com-prende. De ahí la necesidad del distanciamiento, en el espacio y en el tiempo, un distanciamiento que ha de llevarnos a traspasar o a ignorar fronteras, quizá a insinuar nuevas fronteras.

El periodismo como una incesante conversación: un diálogo que siempre está cruzando fronteras: entre el pasado y el futuro para entender y narrar el presente, entre generaciones y entre culturas, entre disciplinas y locuras. Dialogar con los especialistas o los más curiosos en cierta disciplina: entender al cine desde la pintura, al teatro desde la música, a la fotografía desde la arquitectura. El azar del caleidoscopio, el periodismo cultural como un enorme cubo de Rubik que no espera ser resuelto sino continuamente manipulado.

El ejercicio del periodismo cultural como un continuo spin: movernos alrededor de la realidad, a través de la realidad, el esfuerzo -intelectual, a veces puramente físico- de explorar el espacio a la búsqueda de una perspectiva diferente: tenemos que movernos nosotros, o mover al objeto; el distanciamiento: a veces tenemos que entrecerrar los ojos para concentrar la mirada, y descubrir signos elocuentes en el campo visual periférico. El periodismo desde el lado oscuro de la sala, para utilizar la feliz expresión de la doctora Lucina Jiménez.

Siempre es posible encontrar un espacio (un tiempo) en el que coincidan incluso los seres más divergentes, así sea tan fugaz como el choque de partículas subatómicas que permite descubrir su existencia a partir de sus efectos, no sensibles. El periodismo cultural puede ser también la sonrisa del gato de Cheshire: permanecer en la imaginación del público cuando el acto artístico ha terminado.

Los cambios culturales son los más lentos, su duración es al menos de una generación. Nuestra tarea (nuestra responsabilidad) como periodistas culturales no es anunciar lo que se presentará mañana o la próxima semana, sino estudiar y mostrar lo que está sucediendo ahora mismo pero que alterará la vida cotidiana de la próxima generación. El periodista cultural debe saber mirar ese movimiento imperceptible, llamar la atención hacia ese movimiento imperceptible.

Ahí está el huevecillo de un gran reportaje acerca de algo que ya empieza a ser perceptible y que pronto nos estallará en la cara. Es el umbral, que pronto atravesaremos horrorizados, de la cuarta gran transformación cultural de Aguascalientes: el ferrocarril, el auge y la repentina y todavía inexplicada desaparición de los viñedos y los deshilados como referencia económica y cultural de Aguascalientes, el INEGI, y ahora Nissan.

Parece un exceso retórico, pero sé que esta última gran transformación cultural es la que colapsará a la ciudad de Aguascalientes: su metropolización, su des-humanización. La ciudad como el gran artefacto humano, el automóvil como el gran enemigo de la ciudad. Una ciudad ha de ser tan grande como la población que cabe en su plaza principal, una ciudad (humana) ha de ser de tal magnitud que nos permita caminarla de extremo a extremo sin fatiga, con sus límites siempre a la vista.

Ciudad, tiempo libre, vida cotidiana. Ciudad y cultura. “Una ciudad es incluso más poética que el campo, pues mientras la Naturaleza es un caos de fuerzas inconscientes una ciudad es un caos de fuerzas conscientes”, dice G. K. Chesterton (aunque a propósito de la novela negra, en un librito de Andreu Martin). La ciudad, el gran artefacto humano por excelencia, es la referencia fundante del periodismo cultural.

Transformamos la realidad en la medida y de la manera en que logramos cambiar la forma de acercarnos y comprenderla. Transformamos la realidad en función de nuestra transformación al acercarnos a la realidad y proponer una interpretación.

El periodismo cultural como una realidad aumentada, sólo que no con recursos tecnológicos sino con los viejos y siempre ricos recursos de la imaginación y la retórica. El periodismo como parte integrante de un modelo de comunicación cultural ahora ausente en las instituciones del arte y la cultura de Aguascalientes. El periodismo que acompaña a la cultura.


Esta conferencia fue presentada el 28 de octubre de 2016 en el Laboratorio Universitario de Periodismo de la Universidad Autónoma de Aguascalientes (Locus), y es la base del ensayo que entregaré como producto terminal del proyecto Seminario de Periodismo Cultural en Aguascalientes, que se desarrolla durante 2016 con recursos del Programa de Estímulo a la Creación y el Desarrollo Artístico de Aguascalientes (PECDA).